El 19 de mayo se cumplieron 45 años de la Fundación del Destacamento Pedagógico Manuel Ascunce Domenech y la prensa nacional destacó la fecha como pocas veces lo había hecho. Precisamente la semana anterior se reunieron en el Cabaret El Bosque de Santa Clara miembros de los primeros cuatro contingentes para un encuentro de recordación. Ya el pasado año antiguos condiscípulos del 4to Contingente (1975-1980), graduados de la Filial Pedagógica Capitán Silverio Blanco de Cabaiguán, habían convidado a un encuentro similar en algún lugar de Sancti Spíritus para rememorar también aquellos días e intercambiar vivencias y otras mundologías de nuestros derroteros vitales.
Yo, que fui uno de esos contingentados, no quise reunirme, preferí quedarme en esta distancia protectora que me ha dado el tiempo y la experiencia. En esos encuentros poca felicidad podría recordar. De aquellos días solo agradezco la mantención de algunos amigos, los conocimientos adquiridos de contados profesores y un título que luego me ha servido, para sobre él, adquirir otras calificaciones y profesiones y salirme de una deformación profesional y humana marcada por aquel experimento llamado “hombre nuevo”.
Con seguridad en esos encuentros todo transcurre entre loas y flores –no son política las disculpas ni el resarcimiento– y se pasa desmemoriadamente por sobre un episodio de aquellos días, cuya supuración, inevitablemente retenida en el fondo de mis sentimientos, a veces, como ahora mismo, aflora y flagela mi sensibilidad: la realización de las Asambleas Comunistas.
Una noche, nos reunieron a todos en el teatro de la escuela, la Filial Pedagógica Capitán Silverio Blanco; casi finalizaban los setenta y se precisaba la llegada a la isla de la nombrada comunidad cubana en el exilio. Se nos informó que se debía recibir a los visitantes con cortesía y mostrarles nuestra alegría y el deseo de convivir en paz.
Para los que ya entonces comenzábamos a sentir cierta asfixia, pareció que al fin nuevos aires refrescaban la atmósfera social cubana. Pero muy poco después fuimos partícipes forzados de situaciones inolvidables. Concurrimos convocados a las Asambleas Comunistas, especie de tribunales inquisitorios, donde se purgaba a todo aquel sobre el que se veían rasgos de “penetración ideológica” u otras “debilidades”, como podía ser acercarse a los cubanos exiliados.
Tal vez Mayda La Colorá todavía arrastre su amargura por las calles de su colonial Sancti Spíritus. De seguro tiene que recordar aquellos días, aquellas horas, cuando sus propias amigas, militantes de la Juventud Comunista, la señalaban y condenaban porque había recibido a unos vecinos exiliados. Cómo, a pesar de sus excelentes calificaciones y ser una de las muchachas más queridas de la clase, fue expulsada, ya al final del último año de estudio. ¿Que habrá sido de su vida después, con esa mancha? No he podido olvidar sus ojos asustados, buscando apoyo en los que habíamos sido sus buenos compañeros hasta ese día, y el terror ante el dedo acusador y furibundo del director, ese mismo que luego se suicidó en la propia escuela, porque le “probaron” aberraciones morales e ideológicas. !Qué triste ironía, Mayda!
¿Y Maruja? No sé si aún cuenta en Caibarién aquella tragedia, de cuando la pararon frente al grupo y le exigieron despreciar a su esposo, del cual ya esperaba una criatura, porque él había expresado su intención de irse de Cuba. No olvido su llanto triste y lento, su agonía, y los plazos que le impusieron para la separación. ¿Sabrá su hija esta historia?
Fleites era uno de los mejores de la especialidad de inglés. Había sido seleccionado alumno ayudante. Noble e inteligente, era un ejemplo. Aquella tarde de temprana primavera al llegar al Instituto nos sorprendió una multitud que acosaba a alguien y gritaba: Escoria. La sorpresa nos consternó cuando supimos que era Fleites. Luego lo obligaron a andar interminables horas por las calles de Cabaiguán soportando las peores ofensas, tomatazos y hasta pedradas, bajo la batuta orientadora de algunos dirigentes. Le impidieron subir al ómnibus. Claro que yo tampoco lo olvido Fleites. Ni aquel golpe que te propino por la espalda aquel alumno santaclareño al que llamaban El Rojo ¿Seguirá tan rojo? Y el buen chofer que te ayudo a salir de aquel infierno cuando ya caía la tarde.
La Willson llevaba espendrú, usaba pullovers “de afuera”, sus libros de textos se los había regalado alguien que a su vez los había conseguido en la embajada inglesa; era hora de pasarle la cuenta. La hermosísima negra fue expulsada del Instituto y se le negó la posibilidad de otros estudios, e incluso se le prohibió obtener la certificación de sus asignaturas aprobadas. Estigmatizada, solo pudo encontrar trabajo repartiendo alimentos en el hospital materno de Santa Clara por muchos años, y así mantener a su niña pequeña.
El sulueteño, también estudiante de historia y que nombrábamos Agustín El Inmenso tuvo que mostrar telegramas y otros papelitos –había sido advertido por alguien– para probar que sus encuentros en Placetas y Santa Clara obedecían a su labor como corresponsal voluntario; que aquellos “raros” con los que se había visto en la Terminal de Ómnibus y en otros lugares no eran homosexuales sino periodistas. Algunos amigos se arriesgaron a atestiguar que le habían conocido novias y que su “amaneramiento” obedecía a debilidades en la crianza. La sanción fue menos grave pero quedó el rumor y la advertencia. Años después lo encontré y todavía el miedo le devoraba el alma.
Cito una vez más, y coincido resueltamente con esta lúcida conclusión de Mario Coyula (Premio Nacional de Arquitectura 2001, Distinción Nacional de Habitat 2004): “Como cualquier otra obra humana, una revolución está sujeta a errores, pero cuando se violan principios éticos y morales que no dependen de coyunturas políticas, los errores se convierten en abusos”. Pero también reconozco lleno de pena –como expresó Coyula en una conferencia el 19 de marzo del 2007 como parte del ciclo “La política cultural de la Revolución: memoria y reflexión”– que “yo estuve allí, y no me levanté para oponerme. Igual que otros compañeros, pesé los pros y los contras frente al gran proyecto social al que estaba dedicando la vida, saqué balance y callé”.
Sé que muchos han borrado tantas cosas, tanto, que se afirma incluso que no sucedieron, o no en esas dimensiones, pero los rostros y sus nombres están en las listas de mi memoria, como un documento inalterable.