No hay

Aparecen unos productos, desaparecen otros. No hay tregua.

Foto: Kaloian.

Foto: Kaloian.

No abunda el pan. Ni la papa. Ni el aceite de cocina. Ni los huevos (tampoco los de gallina). Ni el pollo. Ni el cerdo (ha subido hasta 60 pesos cubanos por libra). Ni el picadillo. Ni la salchicha. Ni la cerveza nacional. Ni las croquetas. Ni el queso. Ni las galletas. Ni la mantequilla. Ni el yogurt de sabor. Ni las cajas de jugos. Ni las frutas. Ni los vegetales. Ni el puré de tomate. Ni yuca ni malanga ni otras viandas asociadas o anapistas.

Tampoco las dipironas, ni el salbutamol ni otros medicamentos. Ni las almohadillas sanitarias. Ni las calles sin roturas. Ni el alumbrado público. Ni las bombillas. Ni la pintura de pared. Ni el cemento. Ni los azulejos. Ni los cristales. Ni la madera. Ni los retretes. Ni el papel higiénico. Ni la pasta dental. Ni el detergente líquido. Ni las servilletas. Ni las baterías doble A ni triple A. Ni simples ni recargables. Ni las jabas. Ni los lugares baratos. Ni taxis ni guaguas. Ni las explicaciones de por qué no hay ni esto ni aquello, sin largar la perorata de siempre.

Aparecen unos productos, desaparecen otros. No hay tregua. Somos como un gran ensayo del aguante. De la resignación. Si no hay, ya habrá, decimos. Si hay, correr a buscarlo antes de que se agote. Somos los atletas de la menudencia. Con olimpiadas todos los años, cada mes. El pasado, este o el próximo será igual. Mientras, nos peleamos en las filas de los mercaditos agropecuarios, las farmacias, los quioscos, las paradas; alguien se enfurece porque un inescrupuloso se lleva no sé cuántas manzanas del mercado en vez de compartirlas con el pueblo.

¿Y qué es el pueblo? ¿Los inescrupulosos no son parte del pueblo? ¿El pueblo no es una voluntad como un puño? ¿Un cuerpo vivo, unido y dinámico que jamás será vencido? ¿Es el pastor o el rebaño? ¿Una palabra que usar hasta la astilla de tanto discurso soso?

Sobre todo, ¿qué quiere un pueblo como el cubano? ¿La continuidad de qué exactamente? ¿Quedará complacido con la primera hogaza que le lancen, con los ingentes esfuerzos de Etecsa por hacer más ciudadanos online, que participen de un gobierno electrónico? ¿Puede un modelo tan centralizado avanzar hasta un e-governmet?

¿Tendrá el pueblo que tuitear y retuitear para que lo atiendan? Suponiendo que lleguen, abundantes y al mismo tiempo, el pan, la papa, el aceite de cocina, los huevos de gallina, el pollo, el cerdo (a menos de 60 pesos por libra), la salchicha, la cerveza nacional, las croquetas, el queso, las galletas, la mantequilla, el yogurt, las frutas, el puré de tomate, los vegetales, la yuca, malanga y otras viandas asociadas o anapistas, las dipironas, el salbutamol, las almohadillas sanitarias, las calles sin roturas, el alumbrado público, las bombillas, la pintura de paredes, el cemento, los azulejos, los cristales, la madera, los retretes, el papel higiénico, la pasta dental, el detergente líquido, las servilletas, las baterías doble A y triple A simples y recargables, las jabas, los lugares baratos, los taxis, las guaguas, o algo entre tanto, ¿sería suficiente?

En la Habana del Este hay donde los camiones no han recogido la basura hasta después de veinte días. Un perro muerto estuvo pudriéndose más de 72 horas a un costado de la dirección general de la policía en la calle Lombillo, cerca de la Plaza de la Revolución. Las aguas negras corren por un lado y otro de la capital, que va a celebrar su aniversario 500 maquillada con un restaurante en 23 y 12 y una feria alterna con tomates pintones en el parque Lennon del Vedado.

No se puede caminar por las aceras porque están rotas o levantadas por las raíces de los árboles o vaya a saberse por qué. O, si es de noche, no se ven las grietas ni las raíces ni el alcantarillado sin tapas, y la gente, de cualquier edad, tiene accidentes, unos más brutales que otros, según los niveles de calcio y cicatrización del accidentado. A contrapelo, es más seguro transitar por la avenida: la solución podría ser que entreguen matrículas fosforescentes a los peatones. Oh, Voltaire, ¿cuánto cuesta iluminarnos?

Un sábado, a las 3 de la tarde, el camarero del restaurante Los Nardos, en el mismo centro de La Habana, por donde pasan innúmeras almas cansadas de portearse entre mercados con neveras vacías, pedazos de hielos rojos y olor a sangre seca, recordando aquellos años 90, dice a sus comensales: “Tenemos varias afectaciones (sic), no hay pescado, ni nada marítimo, ni carne de res; básicamente, podemos ofertarles cerdo y pollo. Es decir, cordon bleu, escalope, bistec uruguayo, lonjas asadas con salsa agridulce”.

Cuando no hay, hay lo que no te importa que haya.

Esta semana me preguntaron por chat: Bróder, si no hay ni esto ni lo otro, ¿qué hay en Cuba? Le digo que dignidad, antes de poner el respectivo “jajaja”. Dignidad, que no aparece en la carta de Los Nardos ni ninguna otra. Ni en las tablillas de los mercados.

 

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