El poblado de Regla es, sin lugar a dudas, uno de los sitios más conocidos de La Habana. No importa que no se localice propiamente en la ciudad, ni que haya que cruzar la bahía, o bordearla, para llegar hasta allí, hasta la cabecera del municipio más pequeño de la capital cubana, con apenas 9,2 kilómetros cuadrados, pero con una historia y valores que lo han hecho trascender las fronteras de la Isla.
Su nombre autóctono es Guaicanamar, que significa “frente al mar”, aunque luego los colonizadores españoles renombraron la zona y enclavaron allí primero una ermita y luego la iglesia devenida santuario de la Virgen de Regla. Es precisamente la virgen negra, venerada dentro y fuera de Cuba y que se sincretiza con la deidad afrocubana Yemayá, el principal símbolo de ese poblado ultramarino y el motivo por el que muchos visitan el lugar, ya sea por carretera o en la pintoresca lanchita que enlaza la localidad con la Habana Vieja.
Pero para conocer Regla, su pasado y presente, es preciso ir más allá de su icónica iglesia. Es necesario caminar sus calles, desandar su geografía, hablar con su gente. Solo así se puede tener una idea de su grandeza y también de sus dolores, de las heridas infringidas por el tiempo y los hombres en lo que otrora fue –y, a pesar de todo, sigue siendo– un motivo de orgullo e identidad.
Duele hoy a los reglanos, por ejemplo, la triste realidad de algunos de sus lugares más emblemáticos. La antigua Casa de la Cultura, con su imagen de abandono, dista mucho del hermoso edificio que fue, aquel que honraba con su nombre al ilustre músico reglano Roberto Faz y en el que antaño exhibieron su arte reconocidas figuras de la cultura cubana. Mientras, el malecón que bordeaba el emboque de Regla espera resignado volver a ser algún día el mirador desde el que podía contemplarse toda La Habana, más allá de la bahía.
Y qué decir del Teatro Céspedes, toda una leyenda dentro de la escena habanera, ecléctico en su arquitectura y situado en el centro del poblado, frente al antiguo ayuntamiento, hoy sede de la Asamblea municipal del Poder Popular. A la vista de todos, esa célebre institución muestra sus ruinas desde hace mucho. Tristemente, sus luces ya se apagaron.
Tampoco exhibe su mejor rostro la antigua Loma del Fortín, conocida hoy como la Colina Lenin, donde a instancias del entonces alcalde Antonio Bosch Martínez, se sembró el 24 de enero de 1924 un olivo en recuerdo al “Gran ciudadano del Mundo” Vladimir Illich Lenin. Este fue el primer monumento al líder bolchevique fuera de Rusia, pero hoy sus alrededores no lucen como alguna vez lo hicieron, cuando era punto habitual de encuentro y peregrinación.
Cierto que ha habido cambios y construcciones, que existen otros monumentos y edificios que también enorgullecen a la gente de Regla, pero los años han golpeado con fuerza al ilustre poblado. Por si fuese poco, un fiero tornado se ensañó en enero de 2019 como una parte de la localidad y abrió nuevas heridas que, aún con el trabajo hecho desde entonces, resultan difícil de olvidar. Y ahora, la pandemia oculta las sonrisas y restringe la movilidad de lugareños y visitantes, de creyentes y ateos.
Pero, pese a todo, los reglanos no pierden la fe. Invocan a la Virgen con veneración y orgullo, y alimentan la esperanza de que su pueblo, Nuestra Señora de Regla, pueda lucir nuevamente su ajetreo y esplendor.