En 2011, durante una estancia de investigación en Cuba, tuve el inmenso privilegio de contactar a Ambrosio Fornet. Mi idea era realizar una amplia entrevista sobre el siempre polémico tema del caso Padilla. Mi investigación partía de la toma de postura asumida por Julio Cortázar y Mario Vargas Llosa así como del debate artístico e intelectual que,en torno a dicho caso, surgió entre ellos. El cuestionario que preparé para “Pocho” constaba de ocho preguntas, pero él —en medio de múltiples tareas y actividades— optó por contestar dos de ellas. Su respuesta es un ejemplo claro de la generosidad del maestro que guía crítica y cariñosamente al alumno. Hasta ahora, el “apresurado comentario” es inédito. A modo de homenaje, lo comparto junto a las dos preguntas que muy generosamente Ambrosio Fornet pudo responder.
- Las relaciones entre los intelectuales—artistas y el poder político parecen siempre marcadas por el conflicto. A raíz del caso Padilla, dos escritores importantes de América Latina tomaron derroteros distintos. Julio Cortázar, ya comprometido con la revolución cubana, se convertiría también en una importante voz de apoyo y respaldo a los movimientos de liberación nacional y a las luchas contra las dictaduras militares. Mario Vargas Llosa, en cambio, habría de mostrarse como el más conspicuo opositor a la revolución cubana principalmente, pero también a todo aquello que planteara cambios políticos de izquierda en Nuestra América. En el espacio de la literatura uno y otro tenían concepciones distintas, Cortázar enarboló la idea de “revolucionar la literatura” más que de ser “escritores de la revolución”, Vargas Llosa sostenía que el escritor era un “eterno rebelde”, condenado a ser siempre “la conciencia crítica de toda sociedad”. A su parecer ¿cuál es la diferencia fundamental entre uno y otro planteamiento?
- Durante una buena parte de los años 60 y 70 surgió la concepción de “intelectual—escritor” comprometido. De hecho, en 1968, usted escribió El intelectual en la revolución, de aquello han pasado más de cuarenta años, quisiera preguntarle, ¿cómo entiende hoy día esa concepción del “compromiso intelectual-artístico”? ¿Qué significa ser un intelectual comprometido?
Respuesta a un cuestionario. Ambrosio Fornet, 11 de mayo 2011
Sr. José Arreola.
Ciudad.
Estimado amigo:
La semana entrante promete estar complicada, una vez más, y me decido a enviarle este apresurado comentario para que no crea que he engavetado su interesante cuestionario. Me bastó leerlo para darme cuenta de que está usted muy familiarizado con los temas y que conoce inclusive algunas de las ideas que, sin mucha autoridad, he expuesto en artículos y entrevistas. Pero la que constituye le médula de su tesis no creo que haya sido suficientemente tratada, aunque es de hecho el centro de toda polémica intelectual desde que Julien Benda acusó de “traición” a los intelectuales porque éstos, en Francia al menos, se habían desentendido de las altas cuestiones del Espíritu para rebajarse a tratar cuestiones de Política. Después —para equilibrar un poco esa tendencia izquierdosa— se puso sobre el tapete la tesis de la Neutralidad de la Cultura y hace apenas unos días Claude Julien confesó públicamente que ha decidido convertirse en “reformista” porque la revolución no es el mejor camino y hay muchas cosas que se pueden mejorar sin llegar a esos extremos. Eso nos lleva ineluctablemente a la pregunta: “¿Desde dónde se habla?”. Porque hay millones de personas en el mundo que no disponen de tiempo, que no pueden esperar indefinidamente, que se están muriendo o están viendo morir a sus hijos mientras esperan poder comer, o instruirse, o disfrutar de ciertos derechos que debían ser patrimonio de todos a estas alturas del tercer milenio.
¿La sociedad reformada a que aspira Julien va a garantizar eso? ¿En qué plazo? (Ni siquiera me atrevo a insinuar la pregunta en lo que respecta al proyecto neoliberal de sociedad que defiende Vargas Llosa). En la pirámide global, ¿qué posición ocupa un país? Y en la pirámide social, ¿qué posición ocupa usted? ¿Está arriba, abajo o en el medio? ¿Puede esperar con paciencia por los cambios, ha empezado a inquietarse o ya está desesperado? Si ve que las cosas no marchan como es debido, ¿se resigna o se indigna? ¿Se encoge de hombros o busca la manera de hacer algo?
Lo que quiero decirle, en pocas palabras, es que sólo concibo el irrenunciable papel crítico del intelectual como una función social ligada a un proyecto colectivo. No se trata sólo de ejercer mi libertad afirmando mi derecho a la crítica sino de ejercerla en función de un proyecto de igualdad y justicia para todos –los analfabetos incluidos—de manera que alguna vez se haga posible esa sociedad donde –para usar la fórmula clásica—“el desarrollo de cada uno sea la condición necesaria para el desarrollo de todos”. Marx habló en una ocasión de “la libertad del jabalí” para referirse a la que puede disfrutar el individuo aislado, el ermitaño o el que ve su ombligo como centro del universo. Pero el intelectual que se niega a dejar de serlo y reivindica, por tanto, su derecho a la crítica, no puede dejar de preguntarse: ¿a dónde van dirigidas mis críticas? ¿Qué función cumplen? ¿Cómo puedo lograr que contribuyan al adelanto de mi causa, es decir, de la causa de las mayorías, que a menudo no tienen voz o apenas son escuchadas?
En estas situaciones siempre se dirimen cuestiones de poder y uno no puede hacerse el tonto simulando que se trata sólo de cuestiones de conciencia (de conciencia individual, es decir, del poder o el valor del Ego). Que Vargas Llosa se niegue a seguir apoyando a una revolución que le niega a Padilla su derecho a disentir, me parece una decisión precipitada pero comprensible (el fantasma de Stalin nos había preparado a todos para escuchar los timbres de alarma y detectar hasta las menores señales ominosas, como de hecho le venía ocurriendo a Padilla); pero que siendo un intelectual latinoamericano Vargas Llosa se adscribiera al neoliberalismo y se mostrara incapaz de ver el nivel de equidad y justicia que había traído el socialismo a Cuba… eso sí que no logro entenderlo.
Y en cuanto a Cortázar, no sólo murió defendiendo la posibilidad de revolucionar la literatura, sino también el derecho de transformar al mundo mediante revoluciones, tanto en el caso de Cuba —recuerde su conmovedora “Policrítica a la hora de los chacales”— como en el caso de Nicaragua.
11 de mayo 2011.
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* Ambosio Fornet, uno de los más notables intelectuales cubanos, Premio Nacional de Edición (2000), y Premio Nacional de Literatura (2009), murió este 5 de abril a los 90 años.