Cuando el próximo noviembre reinicien a gran escala las actividades turísticas en Cuba, la icónica Plaza de San Francisco de Asís, en La Habana, comenzará a dejar atrás meses de tristeza y soledad.
Cuando el próximo noviembre reinicien a gran escala las actividades turísticas en Cuba, la icónica Plaza de San Francisco de Asís, en La Habana, comenzará a dejar atrás meses de tristeza y soledad.
No es que este sitio, uno de los más emblemáticos del centro histórico habanero, haya sido cerrado al paso u olvidado completamente por los transeúntes, pero la sombra de la pandemia cambió de golpe su fisonomía y su ajetreo, y no ha logrado volver a ser la de antes.
San Francisco, como la nombran abreviadamente los habaneros, era uno de los sitios más visitados de la ciudad cuando llegó la COVID-19. Turistas encantados por su aire colonial, niños persiguiendo a sus sempiternas palomas, familias paseando el fin de semana, novios o quinceañeras fotografiándose en la hermosa Fuente de los Leones, eran imágenes habituales en esta plaza, cuya construcción se remonta al siglo XVII.
Y qué decir del trasiego en torno a la figura del Caballero de París, esculpida a tamaño natural por José Villa Soberón y situada a las puertas de la sala de conciertos, cuyas barba y mano izquierda lucen un color más pulido por el continuo roce de quienes se fotografían junto a ella y la tocan una y otra vez en busca de buena suerte.
Todo ello fue puesto en pausa por el coronavirus, como lo fueron los espectáculos infantiles y otras presentaciones artísticas que allí se realizaban, y las conversaciones de los parroquianos de sus cafés, y las visitas al jardín del convento —heredero de aquel primigenio que dio nombre al lugar—, y los trámites en la Lonja del Comercio, con su Mercurio en la cima, y que poco a poco se han ido restableciendo y reuniendo personas.
Ya hoy vuelven a verse paseantes en la Plaza de San Francisco, a apenas 100 metros de la bahía y cercana a otras como la Plaza de Armas o la Plaza Vieja. Algunas personas vuelve a caminar tranquilamente sobre sus adoquines, o reposan en la fuente de mármol de Carrara, obra del artista italiano Giuseppe Gaggini, o se sientan junto a un Federico Chopin de bronce, frente al antiguo Palacio de los marqueses de San Felipe y Santiago de Bejucal.
Pero, todavía estos caminantes no alcanzan a despabilar al sitio de su actual letargo, a imponer el tránsito de hace más de un año, un tiempo que a muchos se les ha hecho eterno y que pudiera estar pronto a terminar.
Aun con mascarillas y distanciamiento, con lógicas medidas mientras la pandemia siga marcando el curso del planeta, San Francisco podría volver a parecerse a lo que una vez fue. Y sus edificios y estatuas, sus fuentes y palomas, así lo esperan.