Los años 20 han despertado en un rincón de la Habana de hoy. En la esquina de Zulueta y Ánimas los transeúntes se detienen a mirar las columnas que rezan el viejo nombre: Sloppy Joe´s Bar. Los meseros de traje negro esperan a la entrada para invitar con gesto afable, corren los goznes de las puertas y se abre un salón amplio donde los restauradores le han ganado la partida al tiempo. O casi.
En este bar la madera reina por todas partes, en la barra que se extiende algunos metros, a un costado, en las mesas altas y las respectivas banquetas, en la suerte de vitrinas que cubren las paredes del bar mostrando una, por decir, colección de botellas para todo tipo de gustos. Así tendremos, como rotunda negación de la ley seca, desde el más blanco ron Havana Club, hasta perfumados brandys, exóticas marcas de tequila, señores whiskys y licores en sus frascos de lujo.
Aquí no pasa mucho tiempo sin que venga algún mesero solícito a preguntar qué desea uno, pero esto no es raro, esto funciona como está llamado a funcionar. Lo curioso es esa energía tras el rostro del mesero, como si realmente hubiera vivido todo lo que aconteció en este bar inaugurado en 1917 y ahora viniera a mostrarlo, orgulloso. Si el mesero no lo sabe, mínimo, lo sospecha.
Tras una sonrisa repite la frase célebre: ¿en qué puedo servirle?
La gente entra de a poco, otea las vidrieras, ojea la carta de precios, que no son los más baratos, pero tampoco los más caros del mundo. La gente recorre el local como quien sabe que aquí hay algo para descubrir y en las columnas del centro, esas que rompen el paso donde se señorean las banquetas con lirios de centro de mesa, hay fotos.
El Sloppy Joe´s muestra su propio museo de fotos.
Hay fotos en blanco y negro, de esas que nostalgian el ánimo como prueba ineludible de los tiempos que, por históricos, siempre serán los más grandes. No creo en modo alguno que el Sloppy de hoy sea tal cual el Sloppy de ayer. Creo que el salto en el tiempo, después de todo, arrastra consecuencias tales como dos pantallas planas a ambos extremos de la barra proyectando la música de hoy. Música bien, pero de hoy.
El Sloppy de ayer se notaba empolvado y sin brillo, si bien respirando una vida más que natural, tal como nos sugiere su nombre: desaliñado y sensiblero. Perfecto para los bohemios y las discusiones sobre cosas del arte y del alma. Hecho para las descargas de la madrugada.
Mientras, en el Sloppy de hoy escucho a un inglés disertar sobre las botellas Havana Club, lo veo señalar con el dedo y luego explayar sus gestos quebrados bajo su traje de hilo. Repasa la carta. Se mueve de acá para allá sin decidirse a tomar mesa. Pasa de largo y me mira (o quizás mira el pelotón de botellas que tengo detrás mío). Le falta polvo en su traje –pienso-, le falta el sombrero, el tabaco, la barba sin afeitar para que pueda encajar en estas fotos en blanco y negro del Sloppy de ayer.
En cambio no, mejor dejar el pasado quieto.
El inglés repasa las fotos de Hemingway, Cantinflas, el gran Bola de Nieve. Se dirige a la barra y finalmente se sienta. Pide un Havana Club selección de maestros y se entrega, en silencio, a la degustación de su trago. Siguen entrando clientes que desfilan junto a la barra y toman fotos antes de decidirse a tomar algo. Yo aún no me decido hasta que siento algo de frío y me doy cuenta. El Sloppy de hoy, además, tiene aire acondicionado. Mejor tomar algo fuerte. Mejor.