Como tengo un esposo fotógrafo, me sé muchos cuentos de rodajes. Él muchas veces hace asistencias de fotografía y en los tiempos libres conversa con gente de otras especialidades. Así es como he aprendido un poquito sobre cómo funciona el cine por dentro. Por las cosas que me cuenta, lo que más me gusta es vestuario y maquillaje. Los que trabajan en esas áreas son lo que más cerca están de los actores y eso les da un swing que no tienen los demás especialistas. De la gente que conozco que hace cine y televisión, y se dedica al maquillaje, la que mejor me cae es Celina.
Cada vez que recibe un mensaje de su hija preguntando: “Mamá, ¿cuándo vienes?” se le aprieta el pecho. Pero enseguida se compone, porque ella sabe que su familia la apoya en eso que tanto le gusta hacer. Cuando estás en un rodaje, aunque haya una hora establecida para terminar, nunca se sabe. A veces hay que quedarse en el set más tiempo que el previsto. Su esposo hace la comida y atiende a la niña en lo que ella le pinta los labios a la gente que sale por televisión.
Celina Rodríguez Nocedo se formó como maquillista en el año 1997 en el ICRT. Era un curso de capacitación en el que se podía elegir entre vestuario, ambientación, escenografía, maquillaje y peluquería. “La televisión fue mi escuela. Tuve las mejores maestras de peluquería y maquillaje”, me dijo.
Cuando le preguntas a Celina cuáles han sido sus trabajos más preciados, habla con mucha emoción de Coco Verde, de Enigmas de un verano y de Por deporte y por amor. Está agradecida por el tiempo que trabajó junto a Roly Peña y Pablo Javier como asistente de dirección.
Recuerda con especial afecto el trabajo en el humorístico Sabor Bohemio, en el que tuvo que envejecer a Omar Franco, Ariel Mancebo y Rigoberto Ferrera. Pasó semanas maquillando para ese espacio junto a su colega Yanay Martínez. Usaba látex para simular el envejecimiento y el trabajo para lograr el efecto fue muy enriquecedor para Celina. Seguro hubo algún televidente que se quejó del maquillaje, porque así somos de criticones, pero para ella fue un sacrificio y un aprendizaje aquella serie.
A Celina lo que más le gusta es la perruquería, que es todo lo que tiene que ver con los postizos, barbas y bigotes. Para las caracterizaciones se usa el látex, el naturo, los prostéticos y un montón de productos más que uno ni se imagina que existen. Todo eso pudo experimentarlo como asistente de maquillaje en Juan de los Muertos, gracias a Catalina Montero, que le dio la oportunidad. “Todos los productos fueron traídos de España y algunos ni siquiera los conocíamos. Aquí se trabaja con lo que se pueda, pero en esa ocasión teníamos para escoger”.
Me cuenta que, en el rodaje, había mucho látex, mucho sudor y mucha sangre. “¡Eran galones y galones de sangre!”. Me habla con una emoción tan grande que parece un diálogo surrealista. “Fue una experiencia muy hermosa, pero fue agotador. Diariamente teníamos que hacer doscientas figuraciones de zombis. Por primera vez se hacía eso y todo el equipo de maquillistas tenía un reto nunca antes enfrentado por nadie en el cine cubano”. Ese trabajo la marcó para toda la vida, porque se dio gusto haciendo caracterizaciones.
La casa de Celina está a un costado de Obispo, en la parte vieja de La Habana Vieja. Ella sale de lujosos sets de filmación y llega a deshora, muchas veces cuando su niña ya está dormida. El trabajo en el cine y la televisión es sacrificado. Y lo que ella hace lleva tiempo de estudio, requiere preparación física y psicológica. “No se puede maquillar la cara de un actor de primera y pata. Como en la fotografía, en el maquillaje existen los claroscuros. Hay que estudiar los ángulos y los óvalos faciales, porque todos son diferentes. Cada uno lleva un maquillaje distinto”.
Hace tiempo que se quedó en el cine, porque quería hacerse independiente. Desde entonces ha trabajado en varios filmes cubanos y de coproducción extrajera con Alemania y Francia. “El cine es muy lindo, es una dinámica de trabajo muy distinta a la de la televisión, una forma distinta de expresar con las manos el maquillaje y la peluquería”. Para el cine, dice Celina, tienes que poner menos para expresar más. “Todo es suave, tienes otras luces, otras cámaras que remarcan todos los detalles”.
Me cuenta lo complejo que fue el proceso de El camino con el director Omar Alí. “Fue una experiencia súper linda porque los personajes transitaban por diferentes etapas. Había que marcar maquillaje y peluquería a un mismo actor en distintas épocas”. Yo supongo que es uno de los sueños de un maquillista: poder explorar con un mismo rostro diferentes facetas. Para ella fue trabajoso, tuvo que estudiar las épocas. No solo ha tenido que estudiar el pasado, sino además estar al día con las tendencias del maquillaje a nivel mundial.
Celina va aprendiendo de los libros, de internet, de sus colegas. Le encanta el trabajo en equipo y le gustaría que se hicieran más películas en Cuba. “Me encanta la dinámica del set. Para mí es un lugar sagrado donde hay que tener seriedad, hay que estar concentrado en el trabajo, dedicado a lo que diga el director”.
Dice Celina que, mientras la salud le dé, va a seguir maquillando. Aunque llegue tarde a la casa, aunque tenga que seguir “inventando” para comprar productos de calidad para trabajar, aunque tenga que seguir sufriendo el mayor de los males de un maquillista: el calor. “Cuando más una maquillista sufre es cuando hay calor. Hay que estar arriba del actor. A veces hay que tener una nevera con hielo y compresas, para refrescar al actor cuando esté agotado y que no salga sudado. Un actor sudado en el cine se permite solo si lo lleva el guion, si no lo lleva, hay que mantenerlo seco a toda costa”.
Celina está orgullosa de su esposo, que la apoya para que siga cumpliendo su sueño. Está orgullosa de su hija de 11 años, a la que le encanta el maquillaje. Antes maquillaba a las muñecas, y ahora a sus amiguitas cuando van a la casa. Hasta salió en un programa de televisión este verano haciendo de maquillista.
Aunque su pasión es el trabajo para el cine y la televisión, Celina también mira con orgullo otras cosas que ha tenido que hacer porque la economía lo demanda. Ha hecho quinces y bodas, que no le gustan, pero mantener una casa en estos tiempos es complicado. Una vez tuvo que maquillar a una persona fallecida. “Fue otra experiencia, cuando estaba más joven. Pero es una arista más del trabajo. Siempre con amor y respeto”.
De todos sus trabajos guarda en su corazón haber maquillado el rostro de grandes actrices como Broselianda Hernández y Adria Santana. Con Adria tuvo una hermosa amistad. A la vez, agradece a la vida poder maquillar a los niños del barrio para la fiesta de Halloween y hacerles peladitos gratis y poner tintes a los vecinos, cuando tiene tiempo. Celina ama su profesión y dice con toda la convicción del mundo: “Mientras no me falle la vista ni la mano, voy a seguir maquillando”.