En 1872 Julia Ward Howe (1819-1910) decidió celebrar en Boston el Día de la Paz, en lo que se considera el primer antecedente del Día de las Madres. Poeta y activista social, escribió el “Llamamiento a la feminidad”, una verdadera apelación a la paz y al desarme. Y una reacción a la carnicería de la Guerra Civil estadounidense (1861-1865) y la Guerra Franco-Prusiana (1870-1871).
Finalizada la Guerra, Ward Howe se involucró en el movimiento de sufragio femenino. En 1868 ayudó a formar la Asociación de Sufragio de Mujeres de Nueva Inglaterra, de la que fue elegida su primera presidenta, un cargo que ocupó hasta 1877. Antes, en 1871 se había convertido en la primera presidenta de la rama estadounidense de la Asociación Internacional para la Paz de la Mujer.
En el “Llamamiento”, Julia Ward Howe escribe lo siguiente:
Las mujeres no necesitan ser parte de los procedimientos que llenan el mundo de dolor y horror. La madre tiene una palabra sagrada y dominante para decirle a sus hijos que deben su vida a su sufrimiento. Ahora esa palabra debería escucharse y responderse como nunca antes.
¡Levántense, pues, mujeres cristianas en este día! ¡Levántense todas las mujeres que tienen corazones […] Nuestros maridos no vendrán a nosotros apestando a carnicería por caricias y aplausos. No nos llevarán a nuestros hijos para desaprender todo lo que hemos podido enseñarles de caridad, misericordia y paciencia. Nosotras, las mujeres de un país, seremos demasiado tiernas con las de otro país como para permitir que nuestros hijos sean entrenados en la idea de dañar a los suyos […]. La espada del asesinato no es el equilibrio de la justicia. La sangre no elimina el deshonor, ni la violencia reivindica la posesión. Como los hombres a menudo han abandonado el arado y el yunque para la convocatoria de la guerra, que las mujeres abandonen todo lo que queda de su hogar para un gran y serio día de consejo.
No tuvo, sin embargo, éxito en el intento. Pero años más tarde, en 1907, otra estadounidense –Ann Jarvis (1864-1948), de West Virginia– conmemoró un aniversario más de la muerte de su progenitora, una destacada activista comunitaria en los Estados Unidos de entonces. Este es el origen de los claveles rojos para las madres vivas, y de los blancos para las muertas, porque eran las flores preferidas de la finada y porque simbolizan la verdad y la pureza del amor materno. Los claveles nunca dejan caer sus pétalos, sino los abrazan hacia su corazón mientras mueren. Lo mismo que hacen las madres con sus hijos.
Jarvis también hizo una campaña por celebrarlo el segundo domingo de mayo. En 1908 una iglesia episcopal de Grafton, de la que era una destacada integrante, se congregó ese día para homenajear a las madres. Al año siguiente, en 1909, la práctica se adoptó en todo West Virginia gracias a una orden ejecutiva de su gobernador.
En 1914, luego de un cabildeo nacional y en plena Primera Guerra Mundial, el calendario federal se abrió para marcar la fecha como el Día de las Madres. El 8 de mayo el Congreso de los Estados Unidos aprobó una ley designando el segundo domingo de mayo como el Día de la Madres. Al día siguiente, el presidente Woodrow Wilson (1856-1924) lo ratificó mediante una proclamación.
Seis años más tarde, en 1920, en la localidad de Santiago de Las Vegas, a pocos minutos de la capital habanera, el músico, periodista y escritor Francisco Montoto lanzó la iniciativa de celebrar el día de las madres en un teatro donde también hubo claveles de ambos colores.
Francisco Fina García, el historiador de Santiago de las Vegas, escribió en la revista Antorcha el 30 de mayo de 1964:
En la noche del 19 de abril de 1920, se reunieron en la sociedad Centro de Instrucción y Recreo de Santiago de las Vegas, en la provincia de La Habana, como acostumbraban hacerlo cada noche, los señores Francisco Montoto, Teodoro Cabrera, Gabriel Gravier, Francisco Simón, Mario Figueredo, Guillermo Gener, Pedro N. Aguiar, Armando Cremata y José Manuel Sánchez.
En la petit tertulia cotidiana, el señor Francisco Montoto expuso su idea de celebrar el Día de las Madres, y laborar porque en Cuba se destinara un día del año como homenaje a las madres, siguiendo la brillante idea iniciada por Miss Anna Jarvis en la ciudad de Filadelfia. La idea del señor Montoto fue acogida con unánime calor por los reunidos y acordaron organizar un acto en homenaje a las madres, que se llevó a efecto el día 10 de mayo de 1920 en el Centro de Instrucción y Recreo, siendo este el primer acto celebrado en Cuba en honor de las madres.
Era, después de todo, un indicador de modernidad nada extraño en un momento en que por las calles de toda Cuba circulaban los fotingos de la Ford, pululaban los cinematógrafos con Charles Chaplin, Douglas Fairbanks y Mary Pickford, los gentlemen jugaban sports en el Vedado Lawn Tennis Club y las flappers –con sus collares hasta abajo, sus faldas y boquillas humeantes– invadían las fiestas y salones de baile a paso de un nuevo ritmo, bastante erótico para la época, que venía de allá de la Loma: lo llamaron el son.
Al año siguiente, el ayuntamiento habanero hizo suya la idea, en lo que intervino la labor del periodista Víctor Muñoz Riera desde las páginas del periódico El Mundo. A partir de 1928, esa acción originalmente estadounidense determinó que a las madres cubanas se les regalaran cakes, como a Obatalá, no natilla con canela, ni buñuelos en almíbar. La isla-antropófago había obturado sus mecanismos de asimilación selectiva, vigentes hoy con una fijeza impresionante.
En la Cuba actual, las madres han sido las indiscutibles capeadoras de una crisis que no escampa. En la cocina y la mesa han hecho el milagro de los panes y los peces, muy a menudo sin dejar de cumplir sus obligaciones sociales y laborales, algo que sigue remitiendo a la doble jornada y expresa la acción de una cultura patriarcal todavía presente, aunque muchos crean que el problema consiste en ayudar y no en compartir.
Por otro lado, también han sido las negociadoras por excelencia de los conflictos familiares entre padres e hijos varones, expuestos con certera puntería sociológica por el realizador Humberto Padrón en su antológico filme Video de familia (2001). Hay aquí, en el fondo, una tradición actuante desde la Colonia, cuando las madres cubanas hubieron de mediar en el desgarrador cisma entre el marido español y el hijo criollo una vez que este se había alineado con la estrella que ilumina y mata. Y lo supieron hacer de manera ejemplar.
Por todo ello, y más, reciban todas las madres cubanas, donde quiera que estén, mi más sentido homenaje en este día. El merecido.