Pasajes de una marcha en Santa Clara

Foto: Yariel Valdés

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“Soy gay, ¿y qué?”. Era la consigna, dicha a coro detrás de una murga que invadía las calles de Santa Clara, esta bohemia capital del centro de Cuba que conserva la primacía como ciudad de inclusión.

“No soy homosexual, no soy homofóbico”, gritaban otros. Abriendo la marcha, tres niñas con carteles: “Mami y papi, y si mañana les dijera que soy gay, ¿dejarían de amarme?”.

Ramón Silverio, esa especie de mesías sanador de los marginados de por aquí, marchó al frente de su gente, la que defiende sin reparo los derechos de la comunidad LGBTI en Cuba.

Foto: Yariel Valdés
Foto: Yariel Valdés

Ni las miradas mordaces de algunos transeúntes, ni los autos que imperiosos trataban de traspasar la muchedumbre a golpe de continuos pitazos, pudieron diezmar el desfile por la novena jornada contra la homofobia, la transfobia y a favor de las diferencias.

“No más veneno para los perros” rezaba otro de los cartones adheridos a un madero común. Perros y gallinas fueron exhibidos en las manos de sus dueños; porque esta marcha no fue solo por los derechos de las personas, sino también por los de los animales.

Foto: Yariel Valdés
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Zulema Anderson, Miss Travesti, transportaba un coche con un bebé de plástico acunado y un vientre ficticio junto a su pareja. “Queremos adoptar, queremos tener hijos, ¿por qué no podemos?”, fijó por consiga.

Foto: Yariel Valdés
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Desde Toronto, Canadá, la brigada solidaria de Robert Davis, comprometida con el centro cultural El Mejunje desde hace seis años, marchó también con sus banderas del arcoíris junto al símbolo de su país.

“Queremos comparar lo que ocurre aquí respecto a Canadá”, comentaba Eliot Gómez, uno de los muchachos del grupo, mientras acaricia a un perro callejero que llevó en sus manos durante la marcha. “El Mejunje es un idea muy buena, no he visto algo así allá, todos se mezclan, no importa quien venga”.

Foto: Yariel Valdés
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Con dolorosos recuerdos en las entrañas, también caminaron muchos homosexuales que alguna vez estuvieron agrupados en la UMAP. A pesar de todo se quedaron en Cuba y por eso —dicen— han percibido un cambio sin igual en un país engendrado en el machismo donde travestirse o comportarse como “flojo” era motivo de las condenas sociales más duras.

Juana Candela es posiblemente la travesti más antigua del centro del país. Ahora llena de arrugas y amarguras, pero aún así subida a sus puntillosos tacones, acudió a la marcha para poder narra su historia, sosteniendo un letrero que la presentaba como “La Reina de Cuba”.

“Estuve presa en los ochenta, con solo catorce años, por vestirme de mujer. Allá dentro me dije que tenía que vivir porque era una reina, así me decían, la reina del penal. Todo ha cambiado tanto, mi’ja, pero tiene que acabarse la falta de respeto de algunos policías hacia los trans”.

Foto: Yariel Valdés
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María Caridad Jorge López es la mano derecha de Silverio, y una luchadora perseverante contra la lesbofobia, y por supuesto vivió este como uno de sus más intensos días. “Necesitamos imperiosamente el matrimonio”, proclama. “Somos parte de este país y seres humanos con los mismos derechos”.

“Faltan leyes”, sentenció Silverio. “A nivel de población ya se ha entendido, por todo lo que he hemos hecho, sobre todo aquí en Santa Clara. Nos queda que se aprueben las uniones consensuales. Nos estamos quedando detrás de otros países que ya aprobaron las uniones igualitarias. Esta no es una marcha simple. La comunidad necesita ser más comprendida, que escuchen sus demandas para que se sientan parte de la sociedad”.

Foto: Yariel Valdés
Foto: Yariel Valdés

Jorge Luis Crespo Jacomino sostenía en sus manos a una de sus mascotas. Son sus mejores amigos. Puede dejar de comer, pero ellos nunca. Él es un personaje icónico de El Mejunje. Allí vive y allí trabaja, y como esta marcha también abogó por erradicar el maltrato a los animales, salió con ellos.

“Es que eso también forma parte de El Mejunje, de crear sensibilidades en la personas”, aclaraba Silverio, quien cuida en su institución de varios canes enfermos y abandonados. “Aquí viven gatos y perros también porque aquí llegaron y se sintieron cómodos. Si asesinas a un animal en la calle a la vista de todo el mundo, qué vas a dejar para los jóvenes. La solidaridad humana se aprende también. Nosotros somos amigos y confidentes de muchas personas. Aquí no se falta el respeto y se ofrece protección a quien lo necesite”.

Foto: Yariel Valdés
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Hubo quien no desfiló, lo consideron un acto escandaloso, pero también hubo quien, entre lamentos, se peguntó: “¿y qué pasará cuando no exista Silverio?”

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