La exposición de productos industriales en el parque Palatino, de La Habana, en 1909, como reseñé en un artículo la semana pasada, mostró a la opinión pública los avances de la incipiente industria del calzado cubano que iba transitando de la fase artesanal a la industrial. El caso más notable, en ese período, fue el de un inmigrante español, de vasta experiencia en el sector, nombrado Antonio Cabrisas Abásolo.
La empresa de este catalán tuvo sus particularidades. A diferencia de la mayoría de los inmigrantes dedicados a la fabricación de zapatos trasladó su negocio de Barcelona, donde poseía una industria que exportaba calzado a Cuba desde hacía más de 30 años. Sus marcas Napoleones y El Chivo eran comercializadas en las peleterías La Moda y La Reina, de La Habana, ya en la década de 1880.
Cabrisas clausuró su negocio en España para establecerse en la capital cubana en 1903 e instaló la fábrica en El Cerro, abrió una tienda para comercializar la producción en Reina y Galiano y creó una tenería en Marianao para curtir las pieles que utilizaría en la confección de las suelas y otras partes del calzado.
Según el Diario de la Marina, introdujo en este comercio algunas novedades como un gabinete exclusivo para que las damas se probaran el calzado “libres de la impertinente curiosidad”; una sala de lecturas con periódicos y revistas ilustradas sobre las actualidades de la moda, diarios humorísticos, etc.; ofrecía también servicio de limpieza gratuito a los zapatos; si el comprador lo deseaba le llevaba la mercancía al domicilio y garantizaba a los extranjeros comunicarse en inglés con los dependientes.
En julio de 1905 viajó a Estados Unidos para comprar maquinarias y mercancías. Ya en esa fecha su emprendimiento, denominado Cuba Fabril, daba empleo a más de 100 trabajadores, el número de operarios no era elevado debido al uso de motores en el proceso productivo.
El 9 de septiembre de 1909 el Diario de la Marina informaba el lamentable suicidio de Cabrisas en su casa ubicada en Pedroso, número 2, en El Cerro. Sus hijos mantendrían funcionando a la acreditada empresa, que, como valoraría el periódico mencionado “había dotado a la ciudad de La Habana de un elemento de riqueza y prosperidad, de verdadero embellecimiento, llenando una necesidad por todos sentida en el cambio de las relaciones sociales y comerciales, cosas ambas que contribuyen al engrandecimiento industrial de la República de Cuba (…) La obra realizada por Antonio Cabrisas es un ejemplo vivo de lo que puede realizar la actividad industrial en su más espléndido desarrollo.”
La investigadora María Antonia Marqués Dolz en su tesis doctoral Las industrias menores: empresarios y empresas en Cuba (1880-1920) precisó que Antonio Cabrisas, al morir, comercializaba las marcas Cabrisas, El Chivo, Antillanas, El Caballo, Hispania, Hipnótica, Terpsicore y Suprema.
Compañía Nacional de Calzado
En el barrio habanero de Villanueva, vecinos curiosos fueron testigos del inicio de una pequeña manufacturera de zapatos en 1911. El dueño, Sebastián Benejam, natural de Menorca, España, era un comerciante muy conocido en la ciudad, porque también poseía dos importantes peleterías: Bazar Inglés y Washington.
José Triay León, subdirector de la empresa, en declaraciones a la revista El Fígaro, informaba en agosto de 1919 que Benejam había comenzado con un capital de apenas 6 500 pesos y que en el primer año vendió mercancías por un valor de 65 mil pesos. El negocio progresó rápido al especializarse en la producción de zapatos para mujeres, confeccionados por hábiles operarios que contrató en Menorca y trasladó a Cuba, quienes empleaban en la fábrica las mismas técnicas aprendidas en España.
El corresponsal en La Habana del periódico La Voz de Menorca rememoraba, en julio de 1919, otros detalles acerca de la etapa inicial de la compañía:
“El señor Benejam muy pronto se dio cuenta de que su iniciativa la daría pingües beneficios, pues además de tener la gran ventaja de recibir calzado fresco todas las semanas, podía variar a menudo sus vidrieras con tipos elegantes (ilegible) al gusto del país, que ninguna peletería más que la del señor Benejam podía hacer (…) muy pronto amplió la fabricación y poco tiempo después se constituía una sociedad anónima con un capital respetable, comprando enseguida La Industrial y poco después ya era dueña también de la del señor Cabrisas”.
En tiempos de guerra
Durante la Primera Guerra Mundial las importaciones de calzado desde Europa, principalmente de España, se afectaron. Como consecuencia de esta situación se beneficiaron los productores de Estados Unidos y los radicados en Cuba.
De acuerdo con el reporte que hemos mencionado, publicado el 12 de julio de 1919 en La Voz de Menorca, el número de fábricas de zapatos en La Habana se multiplicó hasta alcanzar la cifra de 25. La mayoría estaba en El Cerro. El incremento poblacional y el aumento del poder adquisitivo garantizaban el consumo de la producción.
En 1917, las tres fábricas que dirigía Benejam firmaron un contrato para suministrar calzado al ejército. Hasta esa fecha solo la empresa de José Bulnes, la más antigua del país en funcionamiento, tenía ese privilegio.
La Compañía Nacional de Calzado fue fundada por Benejam y otros accionistas en 1918 como sociedad anónima. Confeccionaban 2 mil pares de zapatos cada día. Él fungía como Director general. José Marimón Juliach —figura connotada en el ámbito de las finanzas— era el presidente. Integraban la vicepresidencia otros dos banqueros destacados: Armando y Gustavo Godoy. El abogado y reconocido intelectual Fernando Ortiz se desempeñaba como secretario.
La industria de esta compañía empleaba en 1919, aproximadamente 600 obreros y gastaba anualmente en salario 600 mil pesos, de acuerdo con la información aportada por José Triay León, quien le agregó al periodista de El Fígaro que al año estaba confeccionando dos millones de pares de zapatos y como todavía no satisfacían toda la demanda del mercado nacional, se hallaban en un proceso de ampliación de las instalaciones fabriles y tenían planificado sumar otras 13 fábricas a la empresa.
Ya en 1919 funcionaba en la Calzada del Cerro, una sucursal de la empresa norteamericana United Shoe Machinery Corporation, según El Fígaro “el centro manufacturero más importante de máquinas para hacer calzado en todo el mundo.”
El establecimiento favoreció a los industriales cubanos, al disponer de modernas maquinarias y piezas de repuesto que con anterioridad debían adquirirse en Estados Unidos.
Además de la Compañía Nacional de Calzado eran clientes de esa empresa: José Bunes S. en C.; Compañía Unida de Calzado S. A.; Incera y Compañía: Bartolomé Llorens, Miñana y Hno, Modesto González, Manzano y Compañía, Méndez y Gomila S. en C.; Hernández y Blanco; Cueto y Compañía, García y Compañía, entre otros. Algunos negocios se hallaban en otras provincias como Matanzas y Santiago de Cuba.
En tiempos de crisis
Después de la etapa de prosperidad, la Danza de los Millones, vivida durante el período de la Primera Guerra Mundial, debido a los altos precios del azúcar en el mercado internacional, la economía cubana entró en una grave crisis y comenzó la época de las Vacas Flacas.
De 23 centavos la libra del dulce grano, bajó a 2. La quiebra de los negocios y el caos del sistema bancario causaron pánico en la sociedad. En 1922, la Compañía Nacional de Calzado fue disuelta por pérdidas y sus propiedades las adquirió la Compañía Consolidada de Calzado S. A.
Otras pudieron sobrevivir a la crisis. Para lograrlo algunas comenzaron a confeccionar diversas mercancías, por ejemplo, de la talabartería (capas, cinturones, monturas, maletas, carteras, correas de transmisión, etc.).
Lo cierto es que en 1925 se producía en Cuba el 41 % del calzado que necesitaba la población. Lograr esto, en medio de un entorno económico desfavorable y con la rivalidad de la poderosa industria norteamericana y española del calzado, sin dudas fue muy meritorio.
Y no solo eso, hubo quienes se arriesgaron para comenzar en el negocio. Tal vez el caso más conocido sea el de los Ingelmo, naturales de Salamanca, España.
Cristóbal, en 1924, fundó la empresa en un taller que poseía en la calle Infanta, en La Habana. En 1931 estableció su fábrica en El Cerro.
En el emprendimiento se integraron sus hermanos Anastasio, Abilio y Paulino Ingelmo García. En 1958, informa el historiador Guillermo Jiménez Soler, producía “más de 1000 pares semanales, contaba con agentes en el país y exportaba a EE.UU., Puerto Rico, Jamaica y otros países del Caribe.” Era entonces la más importante entre las 185 fábricas de calzado para hombres que funcionaban en Cuba. Tenía contratados a 174 trabajadores.
Valdrá la pena reseñar más adelante lo ocurrido fuera de La Habana, donde al tejido empresarial de pequeñas y medianas unidades productivas se integraron industrias del calzado en todas las ciudades importantes del país y hasta en poblados.
Estadísticas divulgadas en la edición extraordinaria del Diario de la Marina, publicada en 1957, refería que en 1954 fueron contabilizadas 1 220 fábricas, con un capital invertido de 8 millones de pesos, 11 millones de producción y 5 051 trabajadores laboraban en ellas, con gastos en salario de 4 964 mil.
Fuentes:
María Antonia Marqués Dolz: Las industrias menores: empresarios y empresas en Cuba (1880-1920), Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2006.
Guillermo Jiménez Soler: Las empresas de Cuba 1958, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2008.
Diario de la Marina
El Fígaro
La Voz de Menorca
Muy buen articulo.
Gracias.