El tabaco cubano: viajero insular

El producto se convirtió en sello tangible entre dos archipiélagos: el cubano y el canario, conectados por siglos de historia común.

Inmigrantes canarios en una escogida de tabaco en Cabaiguán, Cuba. Foto tomada de rcabaiguan.cu

Inmigrantes canarios en una escogida de tabaco en Cabaiguán, Cuba. Foto tomada de rcabaiguan.cu

Eusebio Quintana Macías miró la vega, mientras bebía agua del porrón de barro que mantenía fresco el líquido. La vista era magnífica. Por un instante, el panorama se le pareció a las plataneras jóvenes que observaba desde la altura del Lomo de Quintanilla, en su natal Arucas, Gran Canaria. 

En su andar por comarcas cubanas, más de una vez se dedicó al cultivo del tabaco desde que emigró, en 1909. Su historia fue similar a la de miles de adolescentes y jóvenes. En su caso, con el dinero ahorrado, pudo comprar una pequeña finca en Paco, cerca del río Cuéllar, en el municipio de Ciego de Ávila, entonces perteneciente a Camagüey. 

Otros inmigrantes, en cambio, habían decidido regresar a Canarias y llevaron allí sus saberes, técnicas y semillas de la planta aromática para fomentar el cultivo, desde de la segunda mitad del siglo XIX. 

Aunque el tabaco ya existía en Cuba en tiempos precolombinos, su cultivo con fines comerciales comienza a desarrollarse en la isla en el siglo XVII, en zonas próximas a ríos de la provincia de La Habana. Posteriormente las siembras se extendieron a regiones del centro y oriente. 

La inmigración canaria desempeñaría un papel notable en el progreso de esta rama de la economía. Hubo poblados, como Santiago de las Vegas, fundados por inmigrantes, que se especializaron en la producción tabacalera. Estos vegueros tenían características que los favorecían: 

El isleño es laborioso, de frugales costumbres, amante de la tierra y del ganado, posee la virtud del ahorro, entre nosotros tan rara, y se asimila fácilmente el modo de ser de nuestra gente de campo, que, en último término, desciende en gran mayoría de su mismo tronco.

Así lo referiría Ramón María Menéndez en su libro Memorias de un enumerador. Acerca del tema, el investigador Pablo Tornero Tinajero aporta más elementos: 

El núcleo social que se ocupaba en esta época de los trabajos derivados del tabaco estaba en Cuba fundamentalmente representado por labradores inmigrantes. A éstos les era, en determinados aspectos, difícil integrarse en la vida económica de la isla, tanto por el modelo esclavista imperante como por las mismas condiciones de esos inmigrantes. Por ello encontraron una salida, ocupando un corto espacio de tierra, bien en renta, bien en propiedad, y dedicándose a labores tabaqueras. Y precisamente a ellas, porque la vega necesitaba muy poca inversión de capital, reducidos aperos y escaso utillaje, todo lo cual era idóneo para un agricultor de escasos recursos. Al tiempo, la dedicación a esta labor, de minifundio, intensiva, exigía mucha preparación y cuido —dice F. Ortiz— que el trabajo del azúcar es un oficio y el del tabaco un arte lo cual también requería a ese tipo de agricultor con unas especiales características, tanto en el orden técnico como humano.

La expansión hacia nuevas áreas fue constante. Un informe del Superintendente del ramo, en 1811, precisaba que existían 5996 vegas realengas; de particulares, 962; sin sembrarse, 13 663 y 20 mil laboreables (sic), en las márgenes de los ríos.

La tendencia se mantuvo en las primeras décadas del siglo XX, con fuerte presencia de inmigrantes canarios. Como botón de muestra cito lo ocurrido en Sancti Spíritus, según estudios del historiador Martínez Moles, citados por Alberto Galán:

Al advenimiento de la República (1902), afluyeron a la comarca espirituana numerosos cultivadores de Canarias que invadieron todas las zonas en que era susceptible el cultivo: araron los potreros, se talaron los montes, elevándose el cultivo a una magnitud prodigiosa y los millones de libras de tabaco dieron ocupación a centenares de familias que se dedicaban en los establecimientos llamados Escogidas al despalillado y clasificación de la hoja. Guayos, Cabaiguán, Neiva, Santa Lucía, Macaguabo, Guasimal, Bijabo, Manacas y Taguasco casi cambiaron su característica de comarcas de crianzas por centros tabacaleros… Con la línea del ferrocarril central tampoco se ampliaron mucho (los cultivos menores), pues lo subido de los fletes anulaba la ganancia, derivando los sitieros sus actividades a la siembra del tabaco, que prometía más seguros ingresos; pero en la que fueron desplazados por los isleños canarios.

La presencia de inmigrantes incluyó la parte industrial: 

Se podía encontrar isleños fabricantes de tabaco por toda la isla. Por ejemplo, había gran número de fábricas en la zona centro de Cuba propiedad de los isleños, especialmente en Cabaiguán, donde se ha registrado su presencia como propietarios de pequeñas tabaquerías o chinchales integrados en el Sindicato de Tabaqueros que se fundó en 1936. Eran de su propiedad fábricas como El Guanche, Lucumí, Teide, Dorta, Nicaper, Vargas y, especialmente, Bauzá y Yanes. Esta última, propiedad del palmero José Yanes Barreto en sociedad con don Juan Bauzá Vilela, llegó a emplear hasta 400 obreros, siendo la mayor fábrica de tabaco fuera de La Habana. 

En la otra orilla atlántica

Fábrica de tabacos E. Fuentes, en Las Palmas de Gran Canaria, 1905, con el fin de la dominación española en Cuba (1898) crece la producción de tabaco en Canarias. Foto tomada de Fedac.

Cuando la exportación de cochinilla entró en crisis en Canarias, en el siglo XIX, agricultores y empresarios consideraron que la adopción de modelo cubano, basado en el cultivo de la caña de azúcar y del tabaco solucionaría el problema. Como no necesitaba de grandes capitales para el fomento de las vegas y emplearía a numerosas familias, resultaba una alternativa atractiva.

Además, el tabaco cubano importado era parte de la cotidianidad, pues se comercializaba en todas las islas de Canarias, y estaba asociado en el imaginario popular con el bienestar económico de inmigrantes que hicieron fortuna en la Mayor de las Antillas.

A finales de la década de 1827 se hicieron algunos ensayos que fracasaron. En ese tiempo debieron pedir licencia, pues en el archipiélago no estaba permitido el cultivo del tabaco. En 1849, el Ayuntamiento de Las Palmas solicitó al Gobierno central libertad para esta producción. 

Nos dice Pedro Socorro Santana, Cronista de Santa Brígida, que dos años después, la goleta Adelaida, capitaneada por Ángel Jesús Hernández, transportó desde La Habana, sin cobrar el flete, las semillas de tabaco para los primeros cultivos. 

Es conocido, además, que el propietario Manuel de Lugo recibió semillas de Cuba en 1850. Realizó las siembras en el cortijo de Agazal y en los Cercados del Montemayor pertenecientes a Gáldar y en Molino de Viento y las Huesas, municipio de Las Palmas. Pero la epidemia del cólera morbo que azotó a la población impidió el éxito del emprendimiento. 

El ingeniero Juan de León y Castillo (1834-1912) contribuyó como cosechero e industrial y también en calidad de publicista al divulgar la Guía del cultivo del tabaco, impresa en Las Palmas, en 1870. 

Con la esperanza de consolidar la producción, un grupo de inversionistas decidió integrarse en 1874 a la sociedad Porvenir Agrícola de las Islas Canarias. Al año siguiente, el Gobierno español compró unas 20 toneladas de tabaco cosechado en la isla a un precio de 4 chelines la libra. Expone el historiador Agustín Millares al respecto:

Para atender con más eficacia a este cultivo especial, se fundó en Las Palmas una sociedad por acciones dedicada exclusivamente a fomentar esta industria, organizando una fábrica y solicitando del gobierno la compra de aquel producto para el consumo nacional. La sociedad se estableció con gran lujo de empleados y oficinas, detalles de marcas y contramarcas y promesas de grandes beneficios a los accionistas. Después de muchas dificultades y dilaciones, se compraron (1875) algunas partidas de tabaco elaborado y en rama, que llevadas a Madrid fueron desfavorablemente clasificadas, porque en su deseo de complacer a los socios vendedores, el director de la fábrica no se atrevió a rechazar los fardos inservibles. Con este triste desengaño y con el deplorable resultado de las operaciones financieras, se disolvió la asociación, no obteniendo los individuos que la componían otro beneficio que algunos malos lotes de una industria desacreditada.

Pasado un tiempo, causó entusiasmo la Real Orden de 19 de abril de 1882 que permitió el consumo en la Península de los cigarros elaborados en Canarias con tabaco cosechado en esa provincia. Nuevamente se atizaban las esperanzas.

En Santa Cruz de La Palma, las comarcas de Las Breñas, Mazo y El Paso, tuvo mayor presencia el nuevo cultivo. Con la inversión de capital procedente de Cuba se establecieron fábricas como La Africana, Flor de La Palma, El Trabajo, La Equitativa y La Golondrina. Eran pequeños comercios e industrias fundadas por exvegueros que convirtieron la isla en la principal productora de tabaco del archipiélago canario.

Luis Felipe Gómez Wangüemert (1862-1942), palmero radicado en Cuba, periodista, maestro, agricultor y político, fue uno de los retornados —en su caso temporalmente— que aplicó la experiencia asimilada en Pinar del Río. 

Además de crear dos fábricas: La Africana (en sociedad con Juan Cabrera Martín) y Flor de La Palma, Gómez Wangüemert organizó exposiciones para promocionar la producción y editó la revista El Tabaco. En el editorial del primer número afirmaba:

Pretendemos la extensión y el mejoramiento del cultivo del tabaco y de los procedimientos empleados para transformarlo en cigarros, a fin de que, conocidas sus indudables excelencias, se abra paso en todos los mercados.

Y como la Península, como España no produce tabaco y esta isla es en la actualidad, la única tierra española en que se cultiva y elabora conforme a las prácticas de Cuba, hemos de enderezar nuestros modestos esfuerzos a obtener que en el territorio peninsular se conozca el legítimo tabaco Palmero y que nos sea comprado el en rama con destino a las fábricas nacionales y el elaborado para su venta en los estancos de la Compañía Arrendataria.

Sus propósitos estaban bien fundamentados: en 1906 España importaba el tabaco en rama para sus fábricas. 

Luis Felipe Gómez, promotor del cultivo del tabaco en La Palma. Foto tomada del libro “Wangüemert y Cuba, Centro de la Cultura Popular Canaria”.

En Tenerife se cultivaba tabaco en 1882 en los municipios de Adeje, Granadilla de Abona y Vilaflor, destacándose Marcial Melián Sánchez (1816-1891). Había vivido en Cuba y al regresar llevó “las mejores semillas y el arte de la composición perfecta de las hojas de esa planta sensible, puro vicio, que se extendió por Las Palmas, Telde, San Bartolomé de Tirajana, Santa Brígida, Arucas y La Aldea”, relata Pedro Socorro. 

En Tenerife fundó, en 1877, la fábrica La Afortunada; luego inauguró otra en Santa Brígida, Gran Canaria, y creó un depósito en Las Palmas, en la esquina de la calle de San Francisco. 

 Si bien en Santa Brígida la fábrica dio empleo a un exiguo número de mujeres, porque no se necesitaba mucha fuerza de trabajo, en la agricultura fue diferente. Precisa Pedro Socorro:

La vida en la tierra de Santa Brígida giraba en torno al tabaco y su recogida implicaba a la mayor parte de la población, ya que reclamaba la fuerza de casi todos los brazos en jornadas intensivas hasta el punto que los concejales del ayuntamiento, que no destacaban por una regular asistencia a los plenos, desistían de acudir a la sesión ordinaria cuando había zafra del tabaco.

Fábrica de tabacos de Eufemio Fuentes, en Las Palmas de Gran Canaria. Foto tomada de Fedac.

Líder en las exportaciones

Con sus altas y bajas, la producción tabacalera en Canarias transitó el siglo XX. Y en la actualidad los puros palmeros gozan de fama internacional. La Primorosa es una de sus fábricas. De sus orígenes se cuenta:

Las semillas actuales llegaron de Cuba en los años 40 del siglo pasado; llamadas popularmente pelo de oro, su presencia significó en la posguerra que muchas familias pudieran subsistir cultivando un puñadito de tabaco, en un trabajo en el que colaboraban todos sus integrantes. Las mujeres, por las noches, hacían guardia en los semilleros de postura —plantas pequeñas de tabaco— con jachos, o antorchas encendidas, para evitar que fueran atacados por las roscas, gusanos que aparecen tras la puesta de sol.

Tabacos El Rubio, producidos en Breña Alta, La Palma. Foto tomada de Fedac.

En 2023 el 59 % de la actividad industrial tabaquera de España se concentraba en el archipiélago canario, donde estaban activas 23 empresas locales y filiales dedicadas a este sector. Se estimaba que la aportación directa del tabaco a la recaudación de las administraciones públicas sería de unos 248 millones de euros.

Dio trabajo a cerca de 4500 personas, cifra que representa el 18,8 % del empleo manufacturero canario y el 11,5 % del empleo total del sector industrial. La exportación de tabaco, estimada en unos 203,6 millones de euros, pasó al primer lugar por primera vez en la historia al desplazar el plátano, uno de sus productos tradicionales. 

¿Quién iba a imaginar este desenlace en la aventura atlántica del tabaco cubano?, aquel viajero insular convertido en sello tangible entre dos archipiélagos, conectados por siglos de historia común.

 


Fuentes

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