El pasado febrero se cumplió el centenario del inicio de la denominada “guerrita de La Chambelona”, o “guerrita de febrero”, evento que alteró la paz en Cuba y enconó la rivalidad entre diversos sectores de la sociedad cubana.
La historia, en apretada síntesis, es como sigue: en las elecciones generales del 1ro de noviembre de 1916 los contendientes eran el presidente Mario García Menocal, que buscaba su reelección por el Partido Conservador, y el Dr. Alfredo Zayas por el Partido Liberal.
Durante la campaña política se destacó una conga de los liberales, “La Chambelona”, que con su pegajoso ritmo y letra burlona anunciaba su victoria en los comicios. Por doquier se escuchaba: “Yo no tengo la culpita ni tampoco la culpona” y se añadía, “Aé, aé, aé La Chambelona”. Y así otros coros más, algunos incluso injuriosos con Menocal y la primera dama, Mariana Seva.
Los resultados iniciales daban el triunfo a los liberales, pero los conservadores orquestaron un fraude para garantizar el continuismo del general Menocal. Meses después, en febrero de 1917, estalló la insurrección que tuvo su epicentro en las provincias de Camagüey y Las Villas y también repercusión en Oriente.
El ex presidente José Miguel Gómez, cabecilla indiscutido de los sublevados, partió en su yate desde Batabanó, desembarcó en Júcaro y se movió, tras pernoctar en el central Stewart, hasta la ciudad de Ciego de Ávila, en poder de sus partidarios. Allí fijó su cuartel general y redactó una proclama al país donde explicaba las razones legítimas del alzamiento.
Luego de participar en una fiesta en Majagua, donde dicen que bailó al son de “La Chambelona”, el general Gómez salió hacia Sancti Spíritus, su región natal, pero pronto la insurrección recibió una respuesta militar superior del gobierno y no se consiguió el anhelado reconocimiento de los Estados Unidos.
Gómez fue hecho prisionero a principios de marzo en un sitio llamado Caicaje y así fue languideciendo la revuelta liberal. Para el 20 de mayo, cuando Menocal juró su segundo mandato, ya no quedaban prácticamente alzados en los montes de Cuba.
Ahora resalto dos acentos particulares de aquel suceso. El primero fue el carácter sainetesco de la sublevación. Para su libro La Fiesta de los Tiburones, Reynaldo González entrevistó a varios testigos del acontecimiento. Uno de ellos, identificado como Santiago, le contó: “La de La Chambelona, aunque hubo sus muertos, fue una retreta de redoblantes y cornetas”, y agregaba que “el alzamiento tuvo mucha propaganda, música y discursos, pero sin que fuera guerra”.
Por su parte otro testimoniante, que respondía al nombre de Felipe, apuntó: “Yo le digo a usted que si no fuera por los muertos, La Chambelona parecía más una fiesta que una guerra”. De ahí que algunos la han calificado de “guerrita de opereta”.
Lo otro es que a pesar de que los liberales llevaban la razón, pues le habían quitado el triunfo electoral de manera fraudulenta, el gobierno estadounidense no aprobó la opción bélica de los perdedores. Hubo desembarcos de fuerzas norteamericanas en Camagüey y Oriente y el Ministro William González, embajador en La Habana, desautorizó la insurrección al informar en una declaración pública que “el gobierno de los Estados Unidos ha recibido con la mayor aprehensión los informes que le han llegado en el sentido de existir en varias provincias una insurrección organizada contra el gobierno de Cuba”. En ese mismo documento puntualizaba:
“Noticias como esas, de rebelión contra el gobierno constituido, no pueden considerarse sino de carácter grave, dado que el gobierno de Estados Unidos ha otorgado su confianza y apoyo únicamente a los gobiernos establecidos por medios legales y constitucionales (…) ha venido declarando, clara y terminantemente, su actitud en lo tocante al reconocimiento de gobiernos que suban al poder por la revolución y otros medios ilegales y desea, en estos momentos, acentuar su actitud respecto de la situación reinante en Cuba”.
La suerte estaba echada, aunque la brava del gobierno menocalista estaba bien lejos de ser considerada por el uso de “medios legales y constitucionales”. La Chambelona trajo hace un siglo destrucción, muerte y enemistad en el seno del pueblo cubano, y paradójicamente su buena dosis de festinación, y a la postre fue el Mayoral de Chaparra, como apodaban a Menocal, el que terminó cantando con la bendición de Estados Unidos: “Yo no tengo la culpita ni tampoco la culpona”.
Aprecio el artículo, muy bien escrito