Encima de Pajarito –el caballo que lo acompañaba en la manigua–, el hombre escribía las estrofas que tantas veces después canté / cantamos en el patio de la escuela. Era 20 de octubre de 1868. Dos días antes su hija Canducha, de 17 años, había entrado a Bayamo como abanderada de una tropa recién formada, vistiendo los colores de la nueva insignia. La escoltaban su hermano Gustavo y uno de los hijos del mismísimo Carlos Manuel de Céspedes, quien había dado la libertad a sus esclavos y los había arengado a seguirlo a la manigua para “salir del oprobio”, aquel fue el inicio de las Guerras de Independencia en Cuba.
En dos días habían tomado Bayamo y establecieron allí la sede del primer gobierno de la República en Armas. El hombre que escribía montado sobre su caballo, en medio del alboroto de la Plaza del pueblo, era Pedro Figueredo, Perucho. Igual que Céspedes, Perucho era abogado, hijo de familia acaudalada, cultísimo, masón, amante de las artes y las letras. Intelectual sólido, había viajado el mundo y estudiado tácticas militares; era dueño, junto a su familia, del ingenio azucarero que procuraba fuese el “más eficiente de la Isla”, y donde no se castigara a los esclavos. Perucho se había casado con la poetisa criolla Isabel Vázquez Moreno. Tenían once hijos.
A todo renunciaba Perucho, con casi 50 años. Unía su suerte a la de los hombres negros que habían sido esclavos, a la de mulatos y blancos, la mayoría pobres y analfabetos. Y allí estaba, entre aquel pueblo que, unos meses más tarde, cuando se hizo inminente la derrota prefirió quemar absolutamente todo y huir al monte antes de ser nuevamente sometidos. Allí repartía la letra del himno que deseaban cantar juntos.
Hay quienes dicen que ese día, sobre su caballo, Perucho improvisó la letra. Otros, que la escribió meses antes, junto a Isabel, la mujer que siempre amó.
La música la compuso primero, en 1867, cuando uno de los conspiradores contra la colonia española le había pedido que compusiera la “marsellesa” cubana. Le entregó la partitura a Manuel Muñoz Cedeño, quien hizo la orquestación y dirigió su estreno el 11 de junio de 1868 en la Iglesia Mayor de Bayamo.
Cuentan que era un hombre elegante, alto, que llamaba la atención su manera refinada. Que era dulce y comunicativo, que sabía reír. Y, a la vez, autoritario y decidido. Un hombre fiel a todo lo que amó, al que siguieron llamando Perucho, aun siendo Mayor General del Ejército Libertador.
Enfermo de fiebre tifoidea, Perucho cayó prisionero del ejército español en agosto de 1870. Le obligaron a hacer un largo recorrido hasta un matadero de animales, para fusilarlo. Prometieron perdonarlo a cambio de que no retomara las armas. No aceptó. Le ordenaron que se arrodillara. No lo hizo. Murió de pie, descalzo.
El 20 de octubre es el Día de la Cultura Cubana. El día en que uno de los hombres ilustres de mi tierra renunció a todas sus riquezas y, sudoroso y maloliente, cantó a coro con los bayameses el Himno Nacional de Cuba.
Letra original de La Bayamesa.
El Himno Nacional de Cuba está compuesto por sus primeras dos estrofas.
Al combate corred, bayameses,
que la patria os contempla orgullosa.
No temáis una muerte gloriosa,
que morir por la Patria es vivir.
En cadenas vivir, es vivir
en afrenta y oprobio sumido.
Del clarín escuchad el sonido.
¡A las armas valientes corred!
No temáis; los feroces iberos
son cobardes cual todo tirano
no resiste al brazo cubano
para siempre su imperio cayó.
Cuba libre; ya España murió
su poder y orgullo do es ido
¡Del clarín escuchad el sonido,
a las armas valientes corred!
Contemplad nuestras huestes triunfantes
contempladlos a ellos caídos,
por cobardes huyeron vencidos
por valientes supimos triunfar.
¡Cuba libre! Podemos gritar
del cañón al terrible estampido
¡Del clarín escuchad el sonido,
a las armas valientes corred!