Francisco Eguía Quevedo, colaborador de El Pueblo, periódico que se edita en Cantabria, España, pasea por La Habana, a principios del mes de septiembre de 1921. Observa a jóvenes desesperados en busca de empleo. Cuba sufre los embates de la crisis económica, como consecuencia de la caída de los precios del azúcar en el mercado mundial. Miles de haitianos, jamaicanos y españoles que ganaban el sustento como obreros agrícolas han quedado sin trabajo.
El reportero encuentra a numerosos paisanos, deseosos de marchar a Marruecos donde el gobierno español sostiene una guerra desde 1920 para enfrentar a las fuerzas anticolonialistas dirigidas por Abd-el-Krim, quien en julio de 1921 les ocasionó más de diez mil bajas. En esta nueva escalada, desempeñaría un rol protagónico la legión extranjera.
Por Real Decreto del 28 de enero de 1920 se dispuso: “Con la denominación de Tercio de Extranjeros se creará una Unidad militar armada, cuyos efectivos, haberes y reglamento por que ha de regirse serán fijados por el Ministro de Guerra. El emblema se inspira en las armas utilizadas por los Tercios que, al servicio del Rey de España, combatieron durante los siglos XVI y XVII conquistando y defendiendo el Imperio, la pica, el arcabuz y la ballesta”.
La movilización
¿Cómo surgió el plan? La idea de organizar una legión, integrada por cubanos y españoles, con el fin de sumarse a las tropas colonialistas fue ganando espacio y correspondió a una propuesta de Santiago Espino Rodríguez, veterano mambí y ex Capitán del Ejército Constitucional, quien sería el jefe de la expedición.
A partir del 15 de agosto, cuando el Diario de la Marina publicó una carta que dirigió a Joaquín Gil del Real, ex comandante del Ejército Español, asentado en La Habana, comenzaron las campañas de respaldo a su propuesta.
José Buigas Dalmau, cónsul General de España en La Habana, el 2 de septiembre de 1921 anunciaba el reclutamiento de los voluntarios que quisieran sumarse a los tercios extranjeros del ejército español en África. Como requisito exigían ser mayor de edad y, en caso contrario, llevar la autorización paterna. En las oficinas del Consulado, de dos a cuatro de la tarde, un médico haría el reconocimiento y allí recibirían el pasaporte. La Compañía Transatlántica los trasladaría hacia la Península ibérica.
También los consulados de Santiago de Cuba, Cienfuegos y Matanzas se sumaron a la captación de combatientes. El 29 de agosto fue creada la Junta Patriótica Española de Cuba, presidida por Narciso Maciá, que realizó una ingente labor de coordinación entre las asociaciones hispanas radicadas en la Isla y el Consulado. El dinero recaudado sirvió para los gastos del reclutamiento y se compró un aeroplano al que llamaron Vengador.
La prensa contribuyó, en especial el Diario de la Marina, a fomentar una opinión pública favorable a la causa de la “Madre patria”; sistemáticamente divulgaban los partes de guerra, con elogios desmesurados a soldados y oficiales. Como corresponsales de guerra fueron enviados Tomás Servando Gutiérrez, por el Diario de la Marina, Oscar Valdés, de El Heraldo de Cuba, Eduardo Abela y Manuel Martínez Márquez, de La Lucha y Carlos S. Seijo, de El Día, tenía doble función, pues era el segundo al mando de la expedición.
Durante el reclutamiento sobresalieron las localidades de Sagua la Grande, Cienfuegos y Ciego de Ávila. En esta última ciudad, el 15 de septiembre, el Alcalde despidió a ochenta y seis alistados, quienes partieron en tren hacia La Habana. En el grupo iban 28 cubanos.
Arturo Díaz Arencibia, procedente de Jatibonico con 50 hombres, llegó a la capital el 10 de septiembre. Dos días después estaban inscriptos 1 500 voluntarios y el Consulado tuvo que ampliar el horario de atención debido al número cada vez más creciente de solicitudes.
Refiere la prensa de la época que Cuba fue el país latinoamericano que más legionarios logró reclutar. El 23 de septiembre el Gobierno español ordenaba a su embajador en la Isla suspender las inscripciones.
El traslado
Mientras el grupo de la futura Legión esperaba, pues el Gobierno español no se había pronunciado si aceptaba una tropa con esa denominación y carácter, un grupo de 95 se adelantó, bajo las órdenes de Juan Sicardó. En el vapor Antonio López salió el lunes cinco de septiembre, con escala en Nueva York. Iban 15 cubanos en esta avanzada. Tal vez por el apresuramiento, la despedida fue discreta.
Con tres pitazos, el Alfonso XII anunciaba su salida en la bahía habanera el 20 de septiembre de 1921. Narra Francisco Eguía:
“El entusiasmo que reina entre los expedicionarios es indescriptible y más aún en la bahía que sin temor a sufrir una equivocación pasaban de ciento las lanchas y vaporcitos que ambos lados del Alfonso XII salieron acompañando a este hasta el frente del Morro, todas estaban abarrotadas de amigos y deudos de los expedicionarios. En muchas de estas embarcaciones se enarbolaba la bandera española (…) Todos los barcos surtos en bahía cubanos y españoles dieron suelta su sirenas el XII contestaba sin cesar, la multitud de gente apiñada los muelles agitaba banderas de las dos naciones. Un verdadero hormiguero de personas se apiñado en el malecón diciéndonos el último adiós”.
La Junta Patriótica Española de Cuba desde un remolcador, alquilado para la ocasión, despedía a los legionarios. Casi tienen que irse sin su jefe Santiago Espino, porque el Capitán del Puerto, Armando André recibió una orden judicial para detenerlo, acusado de inducción de menores. Un comerciante pagó la fianza de cien pesos y volvió la calma. Es que, a pesar de las condiciones del Consulado, algunos menores de 21 años lograron enrolarse, sin el consentimiento paterno.
Sucedieron otros momentos tensos, pues hubo desórdenes mientras embarcaban, la Policía de Puerto actuó con violencia. Algunos desertores del Ejército y otros que pensaban emigrar gratis, sin ser parte de la Legión, intentaron “colarse” infructuosamente.
Además, presionaban quienes no pudieron ir en ese viaje. Entonces les prometieron trasladarlos en el Monserrat, que saldría para Cádiz, el 3 de octubre. Sin embargo, no faltó el humor criollo en el solemne acto. Y es que el legionario Benigno Aparicio, vestido con su elegante uniforme “se presentó en el muelle, tributándosele una ovación, por traer en la funda del revólver un plátano verde de gran tamaño”.
Es interesante saber que en el grupo viajaban seis pilotos, con experiencia militar, y los doctores Alejo Herrero y Genaro Guillermo Villa, auxiliados por cinco enfermeras y varios sanitarios pertenecientes al Ejército. El reverendo Fernando Regueraldo, oficiaba como sacerdote. La cantidad exacta de cubanos a bordo no hemos podido precisarla, pues unas fuentes dicen que iban 225 y otras 275.
Durante la travesía hacia La Coruña celebraron bailes y misas. El arribo, a ritmo de conga, sucedió el 4 de octubre “(…) desembarcaron entre entusiastas aclamaciones de la multitud que los esperaban los muelles, varios remolcadores y muchos botes salieron del puerto a esperar el vapor”, relata un cronista del Diario de la Marina. Cuando llegaron, el capitán Espino envió radiotelegramas al Rey, al Ministro de Guerra, al Capitán General de la región militar de Galicia y al Presidente Cuba.
El plan del oficial cubano era mantener como una unidad de combate a sus hombres. Sin embargo, el alto mando español en el campo de batalla no aceptó esta idea y fueron dispersados en varias tropas. La fuerza comandada por Espino siguió viaje desde la Coruña hacia Ceuta en el vapor Marqués de Campo.
Poco antes de partir, catorce legionarios plantearon abandonar la expedición y quedaron a su suerte. El Cónsul cubano tuvo que intervenir para advertir a los “rajados” que habían perdido la nacionalidad al aceptar empuñar las armas bajo la bandera de otro país y tendrían que volver a Cuba por su cuenta.
El 4 de octubre llegaba a Vigo el transatlántico Ciudad de Cádiz, con otros cien legionarios procedentes de La Habana, entre ellos se hallaban veteranos de la Primera Guerra Mundial.
En campaña
El vapor Antonio López, apenas llegó a Cádiz dejó al primer grupo de legionarios hispano cubanos y de inmediato otro barco los condujo a Ceuta, según nos dice un cable divulgado en La Lucha, el 26 de septiembre. Recibieron entrenamiento y armas y partieron a la zona de operaciones.
La tropa comandada por Espino sufrió un duro revés al llegar a Ceuta. Refiere el investigador Jorge Domingo Cuadriello que “el comandante Vara del Rey, quien seguramente ya había sido bien informado acerca del componente heterogéneo de los legionarios cubanos. En primer término el oficial les comunicó que la Legión de Cuba no podía ser aceptada como una fuerza autónoma y que sus miembros tendrían que incorporarse a la tropa como simples soldados, sin que se les reconociera grado alguno, pues solo el Ejército Español estaba facultado para designar los mandos, en correspondencia con el escalafón, la jerarquía y las acciones guerreras. De ese modo descendían al nivel de simples combatientes veteranos de algunas contiendas que se consideraban con derecho a que se les reconocieran los grados que habían alcanzado”.
Unos doscientos no aceptaron cumplir con esa orden. Además, los médicos que hicieron el reconocimiento de los movilizados no cumplieron adecuadamente su misión, y se creó un problema imprevisto.
El diario La libertad divulgaba en un editorial que “no han podido alistarse por deficiencia física manifiesta al mismo tiempo sus simpatías hacia los cubanos que aquí han quedado detenidos por esta circunstancia (…) es deplorable su situación por cuanto no pueden hallar trabajo ni volver al lado de su familias (…)”
Por mandato de Juan de la Cierva, ministro de Guerra de España, se pagó el pasaje de quienes decidieron retornar a Cuba, entre ellos el propio Santiago Espino que logró llegar a La Habana el domingo 4 de diciembre.
Todos no tuvieron la misma suerte. Mario Hernández Ramos, Benigno Souza Victorio y Juan Verdes Bernian estuvieron tres meses en la cárcel en La Coruña por negarse a luchar. Desesperados, al ver que era injusta su detención tan prolongada, se declararon en huelga de hambre y lograron la libertad. El Ayuntamiento tuvo que darles de comer hasta que regresaron a la Isla.
De la actuación de los cubanos se cuentan numerosas anécdotas. Por ejemplo, en el combate de Taxuda, ocurrido en noviembre, un sargento “del Tercio rodó por un barranco agarrado a un rifeño quedando muerto entre las peñas; otro sargento que vio lo que ocurría, después de dejar fuera de combate a dos moros que le asediaban, acudió a su compañero, mató al que le había dado muerte y recogió el cadáver que llevó a retaguardia entre los vítores de los soldados.”
Otros regresaron mutilados. Tal es el caso de José Rodríguez y Rodríguez, quien “sirvió en la zona de Melilla, como soldado de la décima cuarta compañía de la Segunda Bandera del Tercio Extranjero, y resultó herido en tres acciones de guerra, habiendo causado baja definitiva por inutilidad física. La primera bala con que lo alcanzaron los moros, le atravesó un brazo, la segunda le lesionó la pierna izquierda, y la tercera le fracturó la derecha, dejándole cojo. Como premio a su valor trae tres condecoraciones y como recuerdo perpetuo de su honrosa aventura, un par de muletas…”, tal como relataba al Diario de Marina.
Llegó de la contienda sin dinero, ni siquiera para pagar el pasaje de la lancha en La Bahía de La Habana, pues le debían varios salarios y estuvo dos meses en gestiones constantes para que pagaran su pasaje a Cuba.
Es difícil saber la cantidad exacta de cubanos que combatieron en Marruecos. Sí hemos constatado que continuaron sumándose. En El Noticiero Gaditano, en una nota publicada el 18 de enero de 1926, se menciona la llegada de otro grupo en el vapor Patricio de Satrústegui.
Muchas historias de esta aventura, quizás hasta ese momento la de mayor participación de cubanos en un conflicto armado en el extranjero, quedan en antiguas hemerotecas, en espera de ser salvadas del polvo del olvido.
Fuentes:
Bohemia
Diario de la Marina
El Noticiero Gaditano
El Pueblo Catabro
El Orzán
La Lucha
La Razón
Jorge Domingo Cuadriello: “La aventura colonialista de la Legión de Cuba en Marruecos”, en Espacio Laical.