En la primera parte de esta serie nos acercábamos a algunos acontecimientos y temas centrales del debate sobre racismo y Revolución cubana a partir de los años 60.
Referíamos que en 1962 Fidel Castro declaró que Cuba es “el país latinoamericano que ha (…) suprimido la discriminación por motivo de raza o sexo”. Esa declaración, para Alejandro de la Fuente, “no significa que la raza desapareció como una identidad socialmente relevante de la vida cubana, o incluso que se borró de todas las formas del discurso público”. En su perspectiva, los “debates sobre el racismo en la sociedad socialista cubana se movieron a la esfera privada, donde las nociones de raza continuaban afectando las relaciones sociales en diversas formas”. De la Fuente sostiene que, en lo público, el tema racial mantuvo un lugar destacado en la cultura y las relaciones internacionales.1
Hay evidencias de que las posturas ambivalentes y/o conservadoras con respecto a lo racial encontraron temprano respaldo en eventos oficiales como el Primer Congreso Nacional de Cultura, celebrado en diciembre de 1962. La tendencia civilizadora y europensante de parte de la intelectualidad revolucionaria —que ya identificaba Walterio Carbonell— se refleja en la ResoluciónI final aprobada por ese foro.
Esta norma orientadora de la cultura en Cuba para la época establece como prioridad “estudiar e investigar nuestras raíces culturales. Reconocimiento del aporte negro y la significación que le corresponde en la cultura cubana” al tiempo que se propone “despojar las expresiones folclóricas del campo y de la ciudad y las manifestaciones populares de nuestra cultura, de las mistificaciones de los elementos ajenos a su propia esencia, creando las condiciones necesarias para que puedan expresarse en toda su pureza”.2
Esa declaración demuestra una visión esencialista y homogeneizante de la nacionalidad cubana, que corresponde a una concepción de lo cultural como una dicotomía entre alta cultura y folklore o cultura popular. Entendidas estas últimas como espacios estáticos donde las culturas negras tienden a entenderse como vestigios atávicos que adornan los escenarios culturales con el baile y el tambor.
A contrapunto, Joel James Figarola esgrime el concepto de “cultural tradicional popular” para argumentar que las creaciones y prácticas culturales de los sectores subalternos cubanos, dentro los que destacan las culturas afrocubanas, constituyen un fundamento dinámico y diverso, que nutre constantemente el escenario nacional cubano.
La visión del camino revolucionario como misión civilizadora permitió como regla la presencia del sesgo occidentalista blanco/europeo en las políticas y los discursos culturales. Intelectuales de la talla de Mirta Aguirre entendían que “el arte puede y debe ser exorcismo: forma del conocimiento que contribuya a barrer de la mente de los hombres las sombras caliginosas de la ignorancia”. Otros como Jesús Díaz planteaban que “la poesía popular, producto de condiciones primitivas de existencia, irá variando en la medida en que esas condiciones se transformen”.2
En franco contrapunteo con estas visiones, el historiador Manuel Moreno Fraginals destaca el papel esencial que corresponde a la reconstrucción histórica de la nación y del tema racial dentro de ella. Llama la atención a que hay “un clamor general por una historia nueva, por una forma distinta de ver el pasado, que no ha sido satisfecho en la etapa revolucionaria”. Entre los principales dogmas, identifica “el escamoteo del problema negro, y la presentación de la burguesía como grupo creador de la nacionalidad y la cultura nacional”.3
Son recurrentes las señales de alarma sobre los efectos de la colonización del pensamiento, en el ensayo El ejercicio de pensar (1966) de Fernando Martínez Heredia. Este fue publicado por primera vez en El Caimán Barbudo en enero de 1967, e incluido en el material docente de Lecturas de Filosofía del Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana, en 1968.II En la línea de Carbonell y Moreno, el autor asevera: “Y es que la colonización cultural penetra fuertemente en todos los órdenes de la vida, hasta influir en el pensamiento (y en la acción) de los propios luchadores contra el colonialismo”.
Refiriéndose al tratamiento de la temática racial y a la introducción de las obras de Frantz Fanon en el contexto cubano, manifiesta que “el pensamiento cubano de esos años no fue fuerte en este tema. Por eso la publicación en nuestro país de Piel negra, máscaras blancas [1968], fue un suceso tan importante”.
En realidad la publicación de obras de Frantz Fanon en Cuba no había comenzado con Piel negra…, sino con Los condenados de la tierra, publicado por Ediciones Venceremos, en 1965. Es visible la influencia que emana de esta obra fanoniana en la interpretación de raza, cultura, colonización y descolonización que realiza la intelectualidad crítica revolucionaria. Así como las equidistancias discursivas y epistémicas que se comienzan a trazar siguiendo a Fanon y René Depestre, en contrapunto con la versión más tradicional del movimiento de la Negritud, que representaban Aimé Cesaire y Léopold Sédar Senghor.
Una presencia directa que alude a este contrapunteo se puede encontrar en el texto de Roberto Fernández Retamar Fanon y la América Latina [1965], una reseña de Los condenados…, donde el autor afirma que “desborda ya los límites de esta nota insistir en las agudas observaciones de Fanon sobre este punto: su análisis de la negritud; su justa ubicación del folclor (…) y, sobre todo, su síntesis de la verdadera cultura nacional”. Resaltamos el hecho de que se publicara la obra de Fanon inmediatamente después de la polémica en torno al artículo-denuncia de Carlos Moore [1964], al que en otra entrega dedicaremos espacio.
La tensión discursivo-epistémica entre el análisis de Fanon de lo racial, dentro de categorías más generales como cultura y colonización cultural, y la idea representativa de la negritud de enfocarse en el sujeto negro para centrar lo racial y cultural, tuvo repercusiones en lo político-cultural y sin dudas tiene efectos posteriores en los debates políticos-intelectuales y en obras como Calibán [1971].
Por otra parte, en la literatura de los 60 constituye centro de polémica y versiones encontradas Ediciones El Puente, fundada por un grupo de escritores/as, varios de ellos negros/as, en 1961. Con una obra contemporánea a la Revolución, se concentran en un repertorio de temas donde prima la reflexión sobre la identidad y la raza. El grupo generó diversas reacciones —aún se producen— en círculos institucionales e intelectuales, que derivaron en su cierre en 1965. María Isabel Alfonso reconoce que “el hecho de que escritores negros de sectores marginados hayan sido publicados por una editorial (…) fomentó (…) cierto sentido de reafirmación étnicocultural”.
Esta investigadora coincide con Roberto Zurbano en que no deben subestimarse los textos y subtextos de las dinámicas raciales entretejidos alrededor del declive de El Puente, pero Zurbano asegura que tampoco sería correcto “darles un protagonismo excesivo, aislándolas de otras (de género, autonomía institucional)”.
El argumento de Zurbano es que en la actitud y las obras de la mayor parte de los puentistas se identifica un “discurso reivindicativo racial que (…) no respondería a un deseo separatista, sino de integración”. Por lo cual las tensiones generadas entre ellos/as no serían “cuestión de una actitud conspirativa; cuanto más, de una reacción ante la incomprensión de aquellos que los estigmatizaban”.4
En un importante discurso sobre la historia de las luchas independentistas cubanas [1968], Fidel Castro no tiene reparos en valorar el aporte y liderazgo de los descendientes de africanos en la historia revolucionaria cubana. Con respecto al racismo y los prejuicios sufridos por el emblemático líder negro Antonio Maceo, afirma que “desgraciadamente todavía entre muchos combatientes y muchos dirigentes de aquellos combatientes subsistía el prejuicio reaccionario e injusto”. Esta parece ser una invocación a no repetir los mismos errores en el periodo revolucionario.
El planteamiento era afín con la necesidad de visibilizar el legado negro/africano. Se artícula, además, con el emergente movimiento de investigación histórica de los años 60-70, llamado Historia de la gente sin historia, que protagonizaron José Luciano Franco, Pedro Deschamps Chapeaux, Juan Pérez de la Riva, Ana Cairo Ballester, Francisco Pérez Guzmán, entre otros/as.
Hacia los años 1968-1971, es posible percibir la agudización de escenarios y disputas en el campo intelectual y cultural dentro y fuera de Cuba, marcados por las más diversas dinámicas y tensiones. Resaltan entre estas tensiones las polémicas alrededor de las palabras de Fidel en la clausura del Congreso Cultural de la Habana y la posición ambigua de Cuba luego de la invasión a Checoslovaquia por la URSS en 1968; el incumplimiento de la Zafra de los 10 Millones en 1970; y la discusión en torno al caso del poeta cubano Heberto Padilla, articulado con lo que derivó del I Congreso Nacional de Educación y Cultura.5
Por tanto, no resulta casual que se incremente la escalada de retrocesos en la creación intelectual y artística popular. Ello se expresó en manifestaciones cotidianas de desvalorización, subalternización e invisibilidad de los patrones étnico/raciales negro/africanos.
En la cuestión racial, los resultaron fueron contradictorios en esta etapa. Por un lado, fue positiva “la maduración de las relaciones interraciales (…) la universalización de la educación y su papel (…) en el ascenso social y prestigio [de cubanos negros/as] [y] (…) una mayor participación de los no blancos en las instituciones”. Por otro lado, el “paradigma civilizatorio que tendió a predominar contenía latentes elementos del orden burgués [racista y colonizador] que lo creó”.6
Las paradojas en el tratamiento a la raza y el racismo en esta etapa, como es lógico, se entrelazan y están influidas por la relación activa de la Revolución Cubana con los procesos de descolonización en África y las luchas por los derechos civiles en EE.UU. Por ello, resulta imprescindible dedicarle un espacio de análisis y valoración.
***
Referencias bibliográficas
1 De la Fuente, Alejandro. Una nación para todos. Raza, desigualdad y política en Cuba 1900-2000. La Habana: Ediciones Contemporáneas, 2014, p. 364.
2 Pogolotti, Grazziella (org.). Polémicas Culturales de los 60. La Habana: Editorial Letras Cubanas, 2007, pp. 43; 191; 349.
3 Moreno Fraginals, Manuel. La Historia como arma. La Habana: Casa de las Américas, 1966, pp. 21-24.
4 Zurbano, Roberto. “El triángulo invisible del siglo XX cubano: raza, literatura y nación”. Temas, 46 (2006): 111-123.
5 Fornet, Jorge. El 71. Anatomía de una crisis. La Habana: Editorial Letras Cubanas, 2013, p. 103.
6 Martínez Heredia, Fernando. “La profundización del socialismo debe ser antirracista”. En Feraudy Espino, Heriberto. ¿Racismo en Cuba? La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 2015, pp. 14-25.
Notas de los autores
I Se trata de 10 puntos de orientación para las políticas culturales que figuraban en el informe presentado por el Consejo Nacional de Cultura y luego en la resolución final aprobada por el Primer Congreso Nacional de Cultura.
II Otras investigaciones históricas relacionadas con lo racial, pioneras para la época, aun cuando fueron publicadas en Cuba, no corrieron la misma suerte de ser incluidas regularmente como material docente en las universidades. Un ejemplo lo constituye La Conspiración de Aponte 1812 [1963], de José Luciano Franco.