La noticia de que Serbia comenzaría a exigir visa a los viajeros cubanos no solo puso fin al régimen de exención que habían disfrutado los de la isla hasta entonces; además, ha marcado el cierre, al menos parcial, de uno de los capítulos más desordenados y masivos de la emigración cubana hacia la Unión Europea vía los Balcanes.
Es difícil precisar una cantidad exacta; pero se cuentan en varios cientos los testimonios de cubanos que en los últimos tiempos y a través de la península balcánica han atravesado media Europa para llegar a Italia o España, destinos preferidos por cercanía cultural y por la presencia de una comunidad connacional numerosa.
Algunos, como Jaime y su familia, tienen suerte y llegan en pocos días al destino final. Pero ni siquiera en esos casos se trata de una travesía fácil. Jaime, médico de Matanzas, viajó a Belgrado con su esposa y dos niños con el objetivo de intentar desde allí pasar a España.
“Al salir de Cuba me motivó el desasosiego, las carencias, la frustración; después de haberte quemado las pestañas y esforzado tanto para ser un buen profesional, no poder vivir de manera decente de tu trabajo. Y el futuro de mis hijos, que con la situación ya no querían estudiar. Antes de que terminaran inventando, preferimos irnos”, cuenta a OnCuba.
“Desde allá contactamos a una persona en España que había hecho el recorrido, y nos prometió guiarnos a distancia por el mismo camino. Nos explicó más o menos cómo sería; pero nada de lo que te cuentan te prepara para lo que deberás enfrentar”, advierte.
“Nunca pensé salir de Cuba de esa forma ni someter a mis hijos a esto; pero tampoco estaba dispuesto a irme y dejarlos atrás. La travesía es dura. En los momentos más difíciles de la madrugada, el frío y demás, te cuestionas si tomaste la decisión correcta”, confiesa Jaime.
A Serbia la familia llegó sin contratiempos. Desde allí salieron en bus hacia Bosnia, país que atravesarían en taxi, ”unos 500 km en 5 horas”, recuerda el médico el viaje a toda velocidad.
“Supuestamente la caminata más complicada sería al pasar la frontera de Bosnia a Croacia. Eran 18 km; aunque en la práctica fueron muchos más. No es por tierra firme, sino fangosa. Había nieve (fue en febrero), se estaba derritiendo, pero en las orillas quedaba. Tuvimos que atravesar un monte hasta llegar al río, casi rompiendo manigua, con la mochila y los niños, con pinchos que te arañan”.
Buscaron el nivel del agua más bajo para cruzar, ”tanteando con un palo. Al principio parecía que llegaba hasta las rodillas; pero en el medio, hasta la cintura. Te imaginarás que si había nieve derritiéndose, esa agua estaba helada”. Tuvo que cruzar seis veces, recuerda, primero cargado de mochilas; luego, con la niña y, por último, con su esposa y el niño, ”todo eso descalzo para no mojar los zapatos, pisando piedras en el fondo. Terminé con los pies llenos de golpes y arañazos; sin sensibilidad ninguna. Pensé que me los iban a tener que amputar. Era demasiado frío”.
Una vez del otro lado del agua, debieron deshacerse de parte de los pertrechos y de la ropa mojada. ”Menos mal que nos quitamos los pantalones para que no se mojaran —dice Jaime con el recuerdo de cierto alivio—, pero lo que llevábamos debajo tuvimos que botarlo”.
Los obstáculos no habían terminado. Los esperaba un viaje cuesta arriba, literalmente: “Teníamos que subir unas lomas; una pendiente muy alta que tuvimos que emprender escalando, arrastrándonos hacia arriba. Resbalaba mucho. Yo iba con dos mochilas, y la niña cargada además; el niño y mi mujer iban con una mochila cada uno. Ella tuvo muchos días las rodillas desbaratadas y yo las manos sobre todo”.
Por momentos pensaron que su viaje terminaba en el punto en que se encontraban, que las energías no les darían para más. “Te dan deseos de renunciar, de decir ‘aquí tiro la toalla y que me recojan y me lleven para donde sea’; pero sacas fuerzas de donde no hay. Cuando llegamos a la punta de aquella loma, descansamos un poco y salimos de nuevo a caminar”.
Otros migrantes les habían anunciado que de ahí en adelante los caminos serían más transitables, ”pero nada de eso. Los mismos trillos fangosos bordeando todo, manteniéndote todo el tiempo lejos de las ciudades y los pueblos, y corriendo, porque nos decían que habíamos perdido mucho tiempo y podíamos llegar tarde al transporte. Te van guiando hasta llegar a un pinar donde nos cambiamos la ropa sucia, nos pusimos lo más limpio posible para no llamar la atención”.
Llegar desde la elevación que habían vencido hasta ese punto les tomó unas 3 o 4 horas, ”atravesando un campo de obstáculos, un monte lleno de yerba seca, de matas de espinas, que no ves. Para colmo fue la noche más oscura del mundo. Había luna nueva y no se veía nada. Caminábamos a tientas, con los brazos extendidos y las manos delante, para no arañarnos la cara ni se nos metiera un palo en los ojos. Así y todo, estamos arañados hasta la vida”.
Llegaron a un pueblo cercano a la frontera entre Bosnia y Croacia y allí permanecieron escondidos ”hasta la hora en que pasaba el transporte que nos indicaron esperar. En ese momento, salieron de sus escondites un bulto de cubanos”. Cuando subieron al esperado autobús, Jaime contó 33 personas, ellos incluidos.
”La guagua entera era de cubanos. El chofer nos cobró de más y no sabemos si nos ‘caminó’ o no; pero nada más que paró en el siguiente pueblo, la policía nos estaba esperando”. Les pidieron los pasaportes y los condujeron a una estación de policía donde habrían estado hasta la noche.
“La niña, de 9 años, se portó de maravillas, caminó la mayor parte de todo el trayecto. La pude cargar solo por tramos cortos, porque pesa mucho. Pero cuando llegamos a la estación de policía, se pasó el día tirada en el piso; no podía ni levantarse”.
Jaime cuenta que los retuvieron todo el día, divididos en tres grupos; el suyo era de 11 personas. ”Por la noche nos montaron en lo que le dicen ‘la batidora’, un carro de transporte de presos cerrado completo, con un perro calor y dando tumbos como una batidora como dos horas”. Así describe el viaje hasta Zagreb, la capital croata, donde, en un campamento les dieron ”algo de comida, un lugar para dormir y algunas boberías de higiene”.
“Allí pudimos intercambiar con otros cubanos. Conocimos a gente con experiencias de todo tipo. Había gente de todas las provincias; Camagüey, Sancti Spíritus, Guantánamo, Santiago, de todo. De todas las edades y de distintas profesiones. De la salud éramos unos cuantos; también había maestros, profesores universitarios, albañiles…”, recuerda Jaime sin que haya pasado del todo su estupor al haberse encontrado un grupo tan variopinto de cubanos a miles de kilómetros de distancia de su país y después de haber atravesado una ruta inhóspita.
“Algunos venían desde Rusia, que llevaban varios años allí ilegales, trabajando lo mismo poniendo techos que paleando nieve, y se habían decidido a irse para llegar a España o Italia”.
La familia oyó hablar de diferentes vías o caminos; de guías, casi todos cubanos, algunos que acompañan directamente; otros, como el suyo, que dan instrucciones de forma remota vía WhatsApp (con riesgo de quedar incomunicados por falta de cobertura o de carga) y los menos involucrados dan apenas algunas indicaciones, siempre cobrando por ello.
Los precios dependen de las tarifas particulares de cada guía y la complejidad y extensión de la ruta. Algunos cobran antes de iniciar el viaje; otros, al llegar al destino final. A veces se les debe liquidar por tramos. Un viaje como el de Jaime y su familia puede costar 500 euros por persona; pero es apenas una referencia: el costo puede ser mucho menos que esa cifra, y también mucho más. A menudo, son familiares emigrados quienes asumen el gasto.
”Hay de todo”, concluye Jaime, antes de añadir que ”algunos se olvidan que somos humanos, que somos cubanos y venimos por lo mismo, y van a joderte”.
“Un grupo iba guiado por uno que ha hecho la travesía varias veces. Otra persona le había pagado a alguien para que lo guiara; le dieron unas coordenadas y luego lo dejaron botado. Una pareja con un niño lo había intentado antes y la policía croata les había roto los pasaportes y los había mandado de vuelta y ahora estaban varados, sin dinero ni documentos”, cuenta Jaime mientras expone apenas una muestra de la diversidad de casos que conoció, dramas individuales en una odisea colectiva.
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“De ahí nos separamos; cada uno por su ruta. Pero volvimos a coincidir con parte del grupo cuando hicimos el cruce a Eslovenia, cuando nos vuelve a coger la policía y nos llevan a otro campamento”, continúa su historia.
“De los otros cubanos que nos encontramos por el camino, hubo algunos que caminaron más que nosotros. Otros menos, porque fueron por otras vías, por lo general con más taxis, más velocidad, más mareo y más dinero a cambio”, explica.
La familia finalmente llegó a Italia primero y desde allí fueron en autobús hasta España. Una vez dentro de la Unión Europea, es mucho más fácil el desplazamiento de un país a otro. “Ahora estamos, como todo inmigrante, intentando buscar la manera de trabajar y regularizarnos. Todavía nos queda un camino largo y difícil; pero no me arrepiento. No encontré otra forma, pero fue una decisión correcta, sobre todo porque veo posibilidades de futuro para mí y mi familia”.
Cuando la travesía no tiene final feliz
Como las demás rutas migratorias irregulares en el mundo, la balcánica guarda historias sin happy ending; por el contrario.
No son pocos los que han tenido problemas para entrar a Serbia, o para seguir adelante; ni son pocos los que han perdido sus escasos ahorros en el intento. Otros han pasado años en camino y aún siguen dando tumbos, sumidos en la más absoluta incertidumbre, en el limbo de la espera. Y están, por supuesto, las historias más terribles; las de quienes no lo han logrado; los que desaparecieron en algún punto de la ruta sin dejar rastro; los que se sabe que perdieron la vida en el camino.
Lisbety Mirabal, una cubana residente en Italia que ha ayudado a familias provenientes de la ruta de los Balcanes, conoce casos trágicos:
“Es desgarrador. Sufrí mucho con la travesía de unos amigos que estuvieron meses por ahí, con una niña pequeña enferma. Les pasó de todo. Todavía hoy no sé del paradero del cuñado de uno de ellos. Todos los que he conocido me cuentan algo tremendo que les pasó. Hay testimonios de gente que se pierde en el camino, o que los separan en Croacia en distintos centros y pierden todo contacto. Historias terribles con la policía o de los ríos congelados que tienen que pasar…”.
Uno de los desafíos de esta alternativa migratoria es el abismo que en cuanto a idioma, clima y cultura separa a cubanos y locales. Además de la tendencia a la corrupción, algo que tiene en común con la ruta latinoamericana y otras en el mundo.
“Tienen que lidiar con las autoridades; que a veces cumplen su papel; pero otras lo que quieren es extorsionar, robar, sacarte lo que tienes”, advierte Mirabal, quien conoce casos incluso de abuso sexual.
“Hay varios factores que propician esto, empezando por la ignorancia, el desconocimiento de los cubanos de cómo funcionan los gobiernos y los cruces de fronteras en toda esa región balcánica y de los riesgos a los que se pueden exponer, que van desde la no asistencia y la extorsión, hasta la muerte. Se crean huecos jurídicos y te puedes quedar en un limbo. Y están los que se aprovechan de esa situación. Hay ‘coyotes’ serbios, bosnios, croatas… y muchos cubanos, lucrando con la vida ajena”.
La UE se blinda
La ruta de los Balcanes Occidentales (Albania, Bosnia y Herzegovina, Kosovo, Macedonia del Norte, Montenegro, y Serbia) es una de las principales vías de migración hacia Europa. Distintas oleadas que suman cientos de miles de migrantes irregulares de distintas nacionalidades arribando por ese camino se han convertido en un tema prioritario en la agenda de la Unión Europea.
Tras el máximo histórico de llegadas a la UE en 2015, cuando más de 911 mil refugiados e inmigrantes llegaron a las costas europeas (más del 75 % de ellos huyendo de la persecución y los conflictos en Siria, Afganistán o Irak), el número de migrantes irregulares disminuyó de forma constante durante algunos años.
Sin embargo, desde 2019 comenzó a repuntar nuevamente. Frontex, la agencia fronteriza de la UE confirmó la tendencia al alza. En 2022 se reportaron 330 mil entradas ilegales a territorio comunitario. Casi la mitad accedió a través de la ruta de los Balcanes Occidentales.
Por eso la UE y sus Estados miembros han adoptado una serie de acuerdos para gestionar la situación.
El 5 de diciembre de 2022, la Comisión Europea presentó un Plan de Acción de la UE para los Balcanes Occidentales, que incluye medidas para reforzar el control migratorio en la región y la gestión de las fronteras de los países implicados.
En ese contexto, a mediados de marzo la comisionada de Asuntos Internos de la UE, Ylva Johansson, elogió el manejo de Serbia de la migración a través del país, que está en el corazón de la ruta de los Balcanes hacia Europa y limita con varios países miembros de la Unión.
La funcionaria de mayor rango en seguridad de la UE agradeció a Serbia (país candidato a miembro), los avances para alinear sus políticas de visa con las del bloque.
En los últimos meses las autoridades serbias han llevado a cabo redadas con el objetivo de combatir el tráfico de personas y mejorar la seguridad. Solo en la frontera con Hungría han impedido cerca de un millar de cruces ilegales en lo que va del año, con ayuda de Frontex.
El nuevo acuerdo de cooperación entre la UE y Serbia permitirá a Frontex unirse a las patrullas policiales locales en las fronteras con otros países no miembros de la UE, como Macedonia del Norte y Bosnia, dijo Johansson.
En medio del contexto general de reforzamiento de los controles y la gestión de fronteras, Serbia introdujo recientemente el requisito de visa para los cubanos. No hay duda de que para los de la isla se cierra ese canal de migración irregular. Pero el potencial migratorio es muy fuerte; no tardarán en surgir nuevos destinos intermedios que permitan, a riesgo del peor desenlace, llegar a la Unión Europea.
Me emocionó mucho el testimonio, ya que lo vivimos juntos. Y verme con ellos, con mi hijo , mi padre, y dos amigos revivió muchos sentimientos.
Suerte para todos
Los cubanos somos duros!