Miami es un sueño pixelado

Un comercio de Nuevo Laredo presta electricidad para que los cubanos puedan mantener cargados sus celulares. Foto: Irina Dambrauskas.

Un comercio de Nuevo Laredo presta electricidad para que los cubanos puedan mantener cargados sus celulares. Foto: Irina Dambrauskas.

Nota: Los nombres de esta historia han sido modificados a pedido de sus protagonistas.

Vendieron todo, desde la cámara hasta la casa. Ni siquiera queda dinero para comprar un celular que saque buenas fotografías. Cuando intentan verse por vidollamada se topan con los límites tecnológicos de sus teléfonos. Ileana y Roberto están separados y se ven pixelados.

Es un día fresco y soleado en la capital de la Florida. Donde viven muchos de los que ya llegaron.

Ella tiene franco y todavía no vio el sol. Él la llama desde la frontera por quinta vez en el día. Es para decirle que casi secuestran a unos cubanos que se fueron solos a un hotel pero que él está bien. También es para contarle que tiene mucho miedo porque también está en un hotel, solo: dejó el refugio porque dormir en el piso del gimnasio no ayudaba a curar una bronquitis que lo afectaba hace un par de semanas.

Cuelgan. Ella mira el suelo, aprieta los labios hacia dentro, los usa como dique de contención para la amargura. “Él es tan inteligente, tan capaz, sabe hacer tantas cosas, no habla bien inglés, pero es psicólogo y contador”.

Ileana es doctora, especializada en Laboratorio Clínico por la Universidad de Matanzas “Camilo Cienfuegos”. Trabaja como enfermera en un geriátrico cerca de Downtown Miami. La residencia hospeda a personas mayores, pero también a otras con dificultades motrices o mentales.

El sitio tiene 3 pisos en los que duermen alrededor de treinta personas en cada uno. Hay tres empleadas por turno. Ileana se hace cargo nueve horas por día de uno de los pisos. Debe asear, vacunar, alimentar y medicar a los residentes. Es lo que consiguió.

“Apliqué a todo. Hice el examen como Medical Assistant”, cuenta. Una vez la llamaron de una clínica, le hicieron examen de inglés y lo pasó pero falló en el de computación. “Me preguntaban para que servía F1, F3, Alt Ctrl Supr y otras preguntas tramposas”.

En Cuba pasaba sus días como jefa de Laboratorio. Les enseñaba a los estudiantes a sacar sangre e investigaba. Era alguien, con un sueldo de 30 dólares por mes. En Miami, como enfermera gana al menos 600. Rentar un apartamento pequeño cuesta en la Florida unos 1000: Ileana llegó en junio de 2016 y su estrategia consistió en buscar la manera de ahorrar la renta. Este es el primer salario que ahorra para ella, todo lo anterior se lo envió al esposo para pagar el alquilar y su travesía por México.

Trabajando en Matanzas a Ileana le tocó vivir en carne propia la epidemia de Zika. Como médica y como paciente. La vivienda de la pareja era una habitación en un solar de mediados del siglo XIX con una fosa que casi nunca dejaba de desbordarse. Es lo que se pudieron comprar después de que trabajara algunos años como “mula”.

Desde principios de los 2000 una comerciante matancera, aprovechando el pasaporte español que Ileana pudo obtener por su abuelo, la mandaba a Bolivia y México a comprar ropa. Le pagaba 200 dólares por viaje como honorario.

Ileana podría migrar a España pero allí no conoce a nadie ni tiene dinero para pagarse el pasaje. En Miami, en cambio, tiene una prima, a quien no le avisó cuando viajó. Fue Roberto quien llamó a Miami para notificar que su mujer ya estaba en el aeropuerto. El esposo de la prima fue a recogerla y le dijo: “Vienes a casa bajo mi responsabilidad porque aquí nadie quiere recibir a nadie”.

– Me quedé dos semanas en las que siempre mi prima tuvo mala cara, apenas pude me fui a Chicago a casa de otro primo pero volví porque conseguí trabajo como cuidadora –cuenta.

La señora a la que cuidaba le daba 50 dólares por día, por 24 horas de trabajo. Le daba alojamiento y comida pero no podía despegarse de ella, el trabajo le demandaba estar al lado de la anciana absolutamente todo el tiempo.

Ahora vive con Irma, una señora cuya casa en el Vedado fue expropiada a principios de los 60. Los hijos de Irma la van a visitar una vez por mes. Ileana acordó hacerle compañía a cambio de vivir gratis allí, en su vivienda de varios ambientes, con jardín, carro parqueado en la puerta y demás elementos del “american dream”, en el corazón de la Pequeña Habana.

Ileana tiene dos hijos de otro matrimonio. Roberto, una hija. Viven en Matanzas y “aún” no quieren marcharse de Cuba: “Ellos ya no creen…, pero Cuba es un lindo país para ser niño”. Tanto los hijos de ella como la de él tienen menos de 20 años.

– Si sigue como está la cosa, mis hijos y los hijos de mis hijos van a vivir peor de lo que viví yo.

Roberto e Ileana fueron militantes de una Revolución que defendían, en una época en que gente como Irma les parecían monstruos. Pero la fosa de la casa de Matanzas no dejaba de desbordarse, el salario nunca aumentó y Roberto empezó a tener problemas en la Universidad.

La promoción de Ileana en diferentes disciplinas de Medicina fue de unas 300 personas. Contactó por Facebook a varios de ellos: al menos la mitad vive fuera de Cuba. De los 35 compañeros de curso del preuniversitario, 30 se marcharon.

“Mis papás se equivocaron pero de forma inocente, Fidel impulsó cambios que necesitábamos pero todo quedo allí… Bueno, casi todo, porque mi generación y las que siguieron ya no estamos allí”.

***

Él la llama desde la frontera por sexta vez en el día. Le cuenta que acaban de ofrecerle un trabajo. Será maestro y psicopedagogo en una escuela de Nuevo Laredo. Se mudará a un hotel y convivirá con el temor a que Los Zetas lo secuestren como hacen con los migrantes que tienen familia en Estados Unidos hace más de una década.

Cuando hace seis meses Ileana se marchó de Matanzas el plan era esperar un año a que le otorgaran la residencia y “mandarlo a traer”. Él esperaría en Cuba. En el medio, a principios de enero, Roberto se cansó de esperar, contrató un tour a Italia para obtener la visa y en vez de viajar al viejo continente se fue a México para llegar a la frontera y cruzar con los pies secos. Pero esa misma semana Obama derogó la política que le permitía llegar y ser acogido.

La rutina de los cubanos es pararse en la frontera a esperar, pero Roberto no puede esperar parado. Tiene una prótesis en la pierna derecha, tuvo un tumor en la rodilla a los 20 años: “La tuvo que pagar porque le pidieron soborno para obtenerla, era gratuita pero te demoraban el trámite para que pagaras algo”. A Roberto ya casi no le queda dinero. Por la casa de Matanzas, que vendió para financiar el “tour”, apenas sacó unos 2500 dólares que ya se esfumaron. Lo que ahora debe financiar es la espera.

Con su trabajo de “mula” Ileana estuvo en el DF, una ciudad que le dio la impresión “de ser el mejor país” porque “hay variedad de comida, ropa, opciones de comprar más caro, más barato, no como en Miami que todo es caro ni como en La Habana que no hay nada”. De modo que el flamante trabajo de Roberto es una oportunidad que por el momento van a aprovechar parcialmente. El plan de la pareja sigue siendo vivir en Estados Unidos. Ileana evalúa mudarse a Texas, cerca de la frontera con Nuevo Laredo, buscar algún trabajo parecido al que tiene en Miami y así, por lo menos, verse los fines de semana hasta cumplir un año en Estados Unidos y pedir la reunificación familiar.

Ileana extraña Cuba. Sabe que puede ahorrar dinero y comprarse algo mejor de lo que tenía. Pero tiene temores, a pesar de que el Ministerio de Salud Pública cubano ha insistido en su disposición de recibir y reubicar a médicos y técnicos que hayan abandonado misiones fuera de Cuba, si bien este no es su caso. “Mi familia aquí no me ayudó demasiado y la gente que vive en Miami son muy amables pero te dicen: ‘has venido a la ley de la selva, o te adaptas o te marchas’”.

Ella trabaja demasiadas horas por día como para socializar o tener contacto con la comunidad de Pequeña Habana, además le molesta la manera en que los que llegaron critican a los que están en camino o a los que se quedaron. Se enfurece cuando alguien habla mal de los cubanos que vuelven a Cuba de visita una vez que se instalan en Estados Unidos: “Tú vuelves porque queda familia allí y porque somos y seremos de allí, vengo aquí a trabajar no a nacionalizarme”.

Roberto es psicólogo pero cada vez que marca el teléfono de Ileana es para ser paciente. Le dice que tiene gripe y ella lo aconseja, le dice que tiene miedo y ella le pide que no se aleje del resto de los cubanos, le dice que la extraña y ella le corresponde. Él le dice que van a vivir bien en Estados Unidos. Hay silencios en la conversación. Roberto tiene 51 años; Ileana 49, la vida que pensaron está en un limbo. La angustia suele calmarse con frases que llegan desde el lado norte de la pareja. El otro día Roberto no podía dormir, hasta que Ileana le dijo: “Tranquilo: si no cruzas, cruzo yo”. Lo más difícil siempre es conciliar el sueño.

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