Esto es una novela en décimas. Porque la historia de la mentalidad campesina enfrentada a la migración ilegal podría contarse mejor en buena décima e ilustrarse como un cómic, en buena mescolanza.
Pedrito en el aeropuerto Cheddi Jagan, vendido el caballo, sin saber qué hacer, sólo volver a Cuba, sin comprender qué le dicen en guyanés, “¿esto es inglés o es otra lengua?” Y Toti, echada al camino real, ahora que él se fue de verdad y ha llegado a Estados Unidos, por fin, un rato antes, casi cuando Obama estaba a punto de advertir a los guajiros que por ese trillo ya no pueden ir.
Esto es una novela en décimas. Pero cuando no sabes rimar acaso te sale un par de entrevistas. No importa la forma que te pide la historia, hay una forma, la única que sabes darle.
Pensé que Toti iba a decirme ahora quién es, cómo se llama Pedrito, en qué pueblo vendieron el caballo, la montura y el coche. Dónde acabó, por ahora, aquel estilo de irse. Es que ella se quedó. Él cruzó de último.
Pensé que Toti iba a decirme, ahora que no importa, quién es. Pero la mentalidad campesina es perseverante.
―No pongas mi nombre. Total, soy una más del montón. ¡Capaz que esta entrevista me perjudique!
―¿Cómo podría afectarte? –insisto.
―No sé. Es que los periodistas lo enredan todo.
―De acuerdo –consiento el anonimato con tal de enterarme de la secuela de esta historia, con tal de saber cómo el marido finalmente llegó.– Cuéntame qué hizo entonces.
―Pedrito volvió a irse por Guyana. Allí hay contactos. Estaban esperándolo en el aeropuerto. Así empezó la caminata.
―¿Cuánto tiempo le llevó el viaje hasta Estados Unidos?
―Un mes y medio, por ahí. Y en ese mismo tiempo, en otro mes y medio, quitaron la ley. ¡Llegó en el último tren!
―¡Por un pelo! –corroboro.
―Fíjate que esa noche, cuando Obama anunció el cambio, el jefe de Pedrito le hizo una llamada para felicitarlo. “Te salvaste, muchacho”, le dijo. Enganchó al final, en la última oportunidad.
―¿Crees que los cubanos seguirán intentándolo? –pregunto porque ella me parece muy autorizada para responder. La gente se va a pesar de la lógica.
―Me entero por ahí de cosas, y parece que siguen saliendo muchos. Como si creyeran que podrán pasar y entrar a Estados Unidos –Toti entrelaza los dedos, como meditando–. Algo nuevo inventarán.
―¿Y tú? ¿Qué pasará contigo?
―Cuando Pedrito tenga la residencia y pueda venir, nos casaremos. Lo haremos todo legalmente. No se me ocurre otro modo de irme.
―¿Y antes por qué no se casaron?
―Nunca vimos el matrimonio como algo importante. Lo pensamos antes de irse. Pero no.
―Tan fácil que es casarse, ¿no?
―Al final, si vamos a estar juntos, el papel es lo de menos –habla con tanta convicción que me rindo, no insisto, cambio de asunto.
―¿Y cómo le va a Pedrito?
―Fuera de que está extrañando a su familia, a mí, anda animado, contento. El cambio es grande, imagínate tú. Está trabajando, ganando. Maneja, va a comprarse un carro. ¿Qué persona no quiere tener un carro? Y todo lo que gana lo multiplica por veinticinco, lo convierte en pesos cubanos.
―¿Infla las cifras?
―¡Se arrebata! Y ahora que no tiene que gastar, porque recibe la ayuda, ahorra. Lo que hace es guardar.
―¿Y tú con qué te quedaste? Él vendió lo poco que les quedaba para volver a Guyana…
―Estoy viviendo con una tía. Me fui del pueblo. Y ya era un pueblo bastante chiquito. Ahora sí vivo en el campo total. Por suerte en este país nadie se queda sin comer, tú sabes. Aunque no tengas un peso, alguien comparte contigo. Me quedo a comer en cualquier lado, donde me agarre la noche. Pedrito no me dejó endeudada con 1000 pesos, pero sí con 500. Tuve que vender otras cositas, boberías, para pagar esa deuda. Tampoco me quedaba mucho. Vendimos todo, ¡todo! ¡Hasta la lavadora! Me quedé con la cama…
Al fondo hacen una broma. Estamos en el patio. En la cocina alguien imita a Toti, se ríe, bromea con las opciones de migración que quedan. “Quién te viera –dicen por último– sacando pasaje para uno de esos países de África que tampoco piden visa”. Pienso en Botsuana, se me aparecen Gambia y Guinea. La emplazada reacciona.
―¡No, me iría para Haití! Ahí, donde están las pandemias y la gente inflada de parásitos. ¡Menos mal que Cuba es solidaria y se ocupa de esos países!
No está desesperada. Hay que ver con qué tono de jodienda lo dice.
―¿Qué harás mientras esperas por Pedrito? –pregunto, y hago que recupere el sosiego.
―Él va a ayudarme. Antes, en Cuba, cuántas cosas hubiera querido comprarme y nunca pudo. El sueldo no alcanzaba para comer en el día. Ahora es diferente, está trabajando. Me recarga el teléfono, me manda dinero para vivir el mes completo. Eso es un avance inmenso. Pedrito nunca será millonario ni nada por el estilo. Pero vivir, lo que nos toca vivir, será un poco mejor.
―¿Y tú, no estás trabajando?
―No, en nada.
Toti dice “nada” como si implicara todo. Ya no hablará más. Hasta aquí llegó el folletín en décimas, que si no sabes rimarlo te da un par de entrevistas.
―Tú me enredas. Me tienes dormida. Ustedes los periodistas tienen un poder de convencimiento que me complican siempre. Si veo mi nombre puesto en una computadora, digo que no soy yo, que es otra de Jarahueca, tocaya mía. Ya te dije que esta es una historia como cualquier otra.
―Claro –uso mi último argumento–, pero cuando la cuentas y la gente se entera, empieza a hacerse especial. Tuviste la suerte de dar conmigo.
―¡No! Lo mejor de esto es que tú te encontraste conmigo y estoy dispuesta a dar la entrevista. Doblas la esquina y te encuentras, el día que sea, con cualquiera como yo. Pero no van a querer contártelo.
Si no es ficción esta muy bueno y si es ficción mejor todavia