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Inicio Cuba Sociedad Población

Contra las canciones infantiles

por
  • Tomás E. Pérez
    Tomás E. Pérez,
  • tomas
    tomas
septiembre 24, 2016
en Población
14
"El Jardín del Sr. Bloom".

"El Jardín del Sr. Bloom".

Son tantos los que de un tiempo a esta parte se quejan de las canciones de reguetón, que hoy es casi un cliché arremeter contra ellas. Algunos de esos tantos odian el reguetón con las tripas (específicamente con el hígado), mientras que a otros les trae sin cuidado o incluso les gusta, aunque no lo admitan en público, porque admitir que a uno le gusta el reguetón es, en determinados círculos, una herejía.

A mí no acaba de gustarme, a pesar de que he invertido una cantidad considerable de esfuerzo mental y tiempo en tratar de conseguirlo, lo confieso, porque en determinados círculos te miran como a un bicho raro si no te gusta el reguetón. En esto, como en tantas otras cosas, soy un completo fracaso.

A cada rato oímos a alguien quejándose porque los niños escuchan reguetón, lo cual, según dicen, atenta contra la educación de los pequeños, que son como esponjas. Lo curioso es que muchos de los que se quejan no se lo piensan dos veces para propinarle una buena tunda a su hijo cuando el niño monta una perreta o cuando se niega a comerse el muslo de pollo que su mamá preparó con tanto amor. La violencia física, al parecer, tiene un potencial educativo extraordinario.

Sin embargo, casi nadie se queja de las canciones infantiles, y cuando lo hacen, al menos aquí en Cuba, es para echar pestes de Lidis Lamorú, la pobre. El caso es que hay canciones infantiles que son lo peor. Hay canciones infantiles que harían palidecer a una canción de reguetón, y que si uno se pone a escucharlas bien lo más probable es que termine tomando antidepresivos. Yo soy un defensor de la libertad de expresión y la censura me parece abominable, pero hay canciones infantiles que deberían estar prohibidas.

“Arroz con Leche se quiere casar con una viudita de la capital”. ¿Qué tipo de valores promueve una canción que pone los sentimientos en segundo plano y fomenta en cambio la discriminación territorial y el arribismo? Nos parece ofensivo que en el Estadio Latinoamericano les griten “palestinos” a los santiagueros, pero aceptamos una canción a la que solo le falta decir: “Viudas del interior, jódanse”. El colmo es que hay canciones infantiles que manifiestan abiertamente su rechazo a la educación y, por tanto, son cualquier cosa menos educativas, como esa famosa canción de ronda que estimula el ausentismo escolar: “A la rueda rueda / de pan y canela. / Dame un besito / y vete pa’ la escuela. / Si no quieres ir, / acuéstate a dormir”.

Dentro de las canciones infantiles, hay un subgénero al que podríamos llamar Horror Fisiológico. En este subgénero entran las canciones cuyos protagonistas padecen algún tipo de violencia o degradación física. Me viene a la mente la consabida canción del chino que cayó en un pozo y sus tripas se hicieron agua. La abuela de mi esposa suele cantarle a mi hijo de un año y medio una canción que perfectamente califica como Horror Fisiológico. Dice así: “La manito la tengo quemada. / Ya no tengo huesito ni nada”. La abuela de mi esposa no tiene aspecto de bruja a lo Hansel y Gretel, sino todo lo contrario. Es una viejita de lo más dulce, lo cual, paradójicamente, contribuye a hacer más espeluznante la canción.

El Horror Fisiológico, a su vez, tiene un subgénero: el Horror Gastronómico. A esta categoría pertenecen aquellas canciones cuyos protagonistas corren el riesgo de ser cocinados. El primer ejemplo que nos viene a la cabeza, seguramente, es el de Estela, ese granito de canela que no quiere caer en la cazuela. Y está aquella otra que la abuela de mi esposa, esa ancianita entrañable, le canta a mi hijo de cuando en cuando: “El pollito asadito / con su sal y su mojito. / Al pollito de la vecina / pronto lo llevan a la cocina”.

Habrá quien argumente que este tipo de canciones, repletas de tristeza, sufrimiento, enfermedad, muerte, malos hábitos, etcétera, miran de frente a la realidad en lugar de edulcorarla, que no son evasivas, que –en suma– preparan a los niños para la vida. Esa sería una manera de ver el problema. Otra manera sería: la vida misma, casi siempre, se encarga de prepararnos. Si de grande vamos a tener que lidiar con enfermedades, con tristezas, con el sufrimiento, con la muerte, ¿cuál es el punto? Si de adultos muchos aprenderán que vivir y tragar mierda son prácticamente la misma cosa, y lo que es peor, si algunos lo aprenden desde pequeños, ¿qué sentido tiene llenar las canciones infantiles con personajes mutilados y animales enfermos? No lo sé.

Sí sé, por el contrario, que si las canciones infantiles tienen el propósito de “preparar para la vida” a los niños, o si esa es la justificación que nos inventamos para aceptar tantas atrocidades disfrazadas de inocencia, deberíamos ser consecuentes. El problema, obviamente, es que no lo somos.

Cuando uno tiene hijos pequeños se vuelve un especialista en programas infantiles, horarios y canales de transmisión, etcétera. Si quieren saber a qué hora, qué día y en qué canal ponen Pocoyó, no lo busquen en la cartelera que se publica en el periódico: pregúntenle al padre de un niño menor de diez años. Por el canal Multivisión ponen a veces un programa extranjero que se llama –en español– El Jardín del Señor Bloom. El Sr. Bloom es un hombre que tiene una suerte de vivero, en donde recibe la visita de varios niños a los que se les conoce como Tiddlers, que vendría a significar algo así como los Pequeñitos. Además de los Tiddlers y el Sr. Bloom, también están, entre otros, los Chicos McGregor, Joan Hinojo, Magui Repollo y Sebastian Berenjena. Los Chicos McGregor no son niños, sino un grupo de rábanos revoltosos, de modo que el Sr. Bloom y los Tiddlers son los únicos humanos en toda esta historia; el resto son hortalizas y vegetales.

Mi paranoia no alcanza para asegurar que esta clase de programas debería prohibirse, pero lo cierto es que tampoco deberíamos verlos tan despreocupadamente, porque estos programas no “preparan para la vida”. Un programa que “prepara para la vida” se encargaría de hacerles entender a los niños que no se puede confiar en todos los adultos, y que si un adulto que no conoces te invita a su casa lo mejor es decir que no y contarles después a tus padres. No digo que el Sr. Bloom sea necesariamente un pedófilo, porque no hay razones para pensarlo, pero podría serlo, y un programa que “prepara para la vida” debería enseñar a los niños a lidiar con ese margen de duda. Insisto, el programa no lo hace y eso no está ni bien ni mal. No hay que censurar al buenazo del Sr. Bloom (esta palabra, bloom, está cargada de connotaciones sexuales que me ahorraré en beneficio del lector y que convierten el apellido de este personaje en una pésima elección). Corresponde a los padres poner esa parte educativa que le falta al programa, pero ocurre que en ocasiones andamos muy ocupados pensando en otras cosas, como en la matrícula del círculo infantil, o en el reguetón, etcétera.

Ojalá que nunca suceda, pero si de aquí a unos años aparece entre nosotros un pedófilo y secuestrador de niños, de esos que van por la ciudad manejando una camioneta, algún periodista avispado lo bautizará atrevidamente como El Vendedor de Asombros.

El Vendedor de Asombros es el protagonista de una canción escrita por Ada Elba Pérez y popularizada por Liuba María Hevia. Uno, cuando escucha la canción, se lo imagina como un tipo misterioso, que va de pueblo en pueblo montado en un tren cargado de maravillas que atraen a los niños. La cuestión se complica en la quinta estrofa, que dice así:

El vendedor de asombros

tiene un cañón

que cuando se le aprieta

el disparador

arroja caramelos

en chaparrón.

En esta estrofa tenemos un símbolo fálico (el cañón), un tipo de manipulación (se aprieta el disparador) y un clímax eyaculatorio (arroja caramelos en chaparrón). Estoy seguro de que Ada Elba Pérez no intentó sugerir que el Vendedor de Asombros tenía la costumbre de masturbarse delante de sus clientes, pero la estrofa permite ser leída de esta manera por su desacertada elección de palabras. Claro –dirán algunos–, el problema no está en lo escrito, sino en la manera en que es leído, es decir en el receptor, que probablemente sea un depravado y por eso lo interpreta todo desde su lógica retorcida. Puede ser. No obstante, una canción infantil no debería admitir semejante lectura, y en este caso la implicación sexual es tan evidente que no hace falta un curso de Semiótica Avanzada para reparar en ella.

Esta clase de problemas no solo lo ofrecen las canciones, sino que va mucho más allá. Por ejemplo, si uno es padre de un niño pequeño sabe que en algún momento deberá afrontar el dilema del Ratoncito Pérez. Hay dos opciones. La primera: a tu hijo se le cae un diente y no haces absolutamente nada aparte de guardarlo o echarlo a la basura. La segunda: a tu hijo se le cae un diente y le cuentas que si lo pone debajo de la almohada, el Ratoncito Pérez vendrá por la noche, se llevará el diente y le dejará una cantidad X de dinero. Hay una canción sobre esto, y su estribillo dice así:

Vino el Ratón Pérez y se lo llevó.

Y mucho dinero él me dejó.

Porque el Ratón Pérez

le compra los dientes

a los niños buenos

buenos y obedientes.

Si te decantas por la segunda opción, debes saber que los niños poseen la habilidad de preguntar muy desarrollada. Sus dos palabras preferidas son “por” y “qué”. “¿Por qué el Ratoncito Pérez tiene mi apellido?”, me preguntaría mi hijo. Yo podría responderle que nuestro apellido es del montón, o bien que el Ratoncito Pérez es familia nuestra. No lo duden: a cualquiera de estas dos preguntas le seguiría otro “¿Por qué…?”. Sin embargo, la pregunta del apellido, más las otras que se desprendan de esa, serían fáciles de responder comparadas con otras. Uno, como padre precavido que es, empieza a imaginar posibles preguntas y, enseguida, descubre que está en aprietos.

¿Qué hace el Ratoncito Pérez con ese diente que se lleva? ¿Para qué lo necesita? ¿En qué lo emplea? ¿Él y otros ratones se dedican a fabricar botones de nácar con los dientes de nuestros hijos? ¿Existe un mundo de los ratones, donde los dientes se intercambian por comida y refugio? De ahí a imaginar a cuatro ratones sentados alrededor de una mesa de póker en la que se apuestan dientes de leche hay solo un paso. Cuando uno se para a pensarlo, da un poco de miedo, más miedo incluso que el Vendedor de Asombros o la canción de la manito quemada.

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Narrador, periodista y editor. Fanático de Cormac McCarthy, Johnny Cash y los hermanos Coen. Ávido lector de novela negra. Cree, como el personaje de Borges, que los espejos son abominables, pero no opina lo mismo de la cópula. Escribe siempre de noche, aunque sea de día.

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Comentarios 14

  1. Raquelín says:
    Hace 9 años

    El Guayabero (artista sabio) dijo que ante sus pícaras tonadas la malicia la pone el que escucha. No sabía de Jacobson, pero sí tenía su teoría de la comunicación muy especial. Este texto, al que le veo virtudes, exagera al leer (desde la posición del niño) el cañón del vendedor de asombros como falo (que además tiene un disparador ¡!) y eycaula caramelos. ¿Quién pone la malicia (o la maledicencia), el niño, o el crítico? Dudo que sea el niño. Y doy por descartado que fuera la autora, con demasiado talento para pensar en un falo con gatillo.

    Responder
  2. shelly says:
    Hace 9 años

    Comense a leer y no pude parar no por interesante sino que no tenia idea de hasta donde podia llegar, con todo respeto pero creo que debia consultar un sicoanalista segun freud todo tiene una segunda lectura, la inocencia de un niño es lo mas hermoso que hay en el mundo y convencida estoy que esas lecturas nunca se le ocurririan a un pequeño para ellos todo es simple,magico y hermoso los años y las malas experiencias son las que traen esos pensamientos sucios y mal intencionados,con todo respeto a OnCuba porque me encanta pero debian ser mas cuidadoso con lo que se publica

    Responder
  3. salvatore300 says:
    Hace 9 años

    ¿Quién pone la malicia (o la maledicencia), el niño, o el crítico? Dudo que sea el niño. Por favor vaya a un psicólogo. Un artículo de esos que no tienes nada que hacer ese día, estás aburrido y salen artículos así.

    Responder
  4. Rey says:
    Hace 9 años

    Yo solo puedo pensar que esto es un escrito humoristico. Es la unica manera de digerirlo.

    Responder
  5. yip 84 says:
    Hace 9 años

    que verguenza de articulo,parafraseando el nombre del mismo abajo articulos como estos.

    Responder
  6. Dago says:
    Hace 9 años

    Esto tiene que ser una jodedera…

    Responder
  7. majafres says:
    Hace 9 años

    Hasta el párrafo donde comienza a hablar del Sr Bloom, sonreía acordándome de una canción infantil que siendo adolescente me pareció tan triste y racista que me pregunté cómo era posible que me la hubieran cantado. Lo que sigue no son más que los fantasmas del autor, Tomás? .

    Responder
  8. Finale says:
    Hace 9 años

    socio, pobre de tu hijo!!!!!!

    Responder
  9. gus says:
    Hace 9 años

    con artículos así no leo más OnCuba

    Responder
  10. ta´mal says:
    Hace 9 años

    si la intención del articulo es ser humoristico: esta super pesao; si es en serio: caballeros y q por la madrugada haya personas q estan trabajando para hacerle el pan a este hombre

    Responder
  11. Yarumo says:
    Hace 8 años

    Tomas… que interpretarias de un regueton si asi hablas de canciones infantiles??? Creo que naciste adulto y retorcido. Por casualidad no fuiste abusado sexualmente cuando niño???

    Responder
  12. Odalis says:
    Hace 8 años

    “Mi paranoia no alcanza para…”
    Con esta autodenominación o diagnóstico lo resume todo.

    Responder
  13. Diana says:
    Hace 8 años

    No pude terminar de leer. Horrible artículo. Una pena que Oncuba lo haya publicado. Por favor, sigan la sugerencia del autor y apliquen la censura sobre él mismo. No lo publiquen más, por favor.

    Responder
  14. Narami says:
    Hace 8 años

    A ver. No me parece bien arremeter contra las canciones infantiles tradicionales, que, desde luego, hablan de viudas de la capital que deben saber coser y bordar. Los niños pequeños no van a interpretarlas de una forma que fomente la discriminación territorial y el arribismo. Los niños que juegan a eso están en la edad rítmica. Les gustan las onomatopeyas, las frases que riman y las palabras que se repiten en los finales de las estrofas, aunque no sepan ni lo que significan. El nivel de comprensión del entorno necesario para ponerse a pensar si es mejor ser de la capital o no, quizás no ha llegado. Les faltan puntos de referencia. De hecho hay muchos, muchos niños pequeños que no saben ni lo que es una viuda. Y cantan la canción igual de contentos.
    Si vamos a ver las cosas así, ¿por qué no prohibir los cuentos de hadas? Están llenos de situaciones y personajes clasistas, crueles y violentos; y llenos de discriminación de género. ¿Qué vamos a hacer con todas esas princesas de los cuentos, que sólo piensan en casarse con un príncipe? ¿Vamos a privar a los niños de historias que les han gustado durante siglos, por eso? No me parece.
    Pienso que los niños disfrutan la parte buena de esos cuentos, la que desarrolla la imaginación, la idea de que pasen cosas en castillos con torres, donde hay animales mágicos que hablan, brujas que vuelan y hechizos que hacen que alguien pueda dormir cien años y luego despertar como si nada. Hay otras actividades en las que aprenden que las niñas cuando crecen pueden hacer muchas cosas en su vida, además de casarse…
    Me parece mal lo de ver connotaciones sexuales en esa canción de Ada Elba Pérez. Es una canción para niños pequeños, que no van a interpretarla de esa manera. Les faltan puntos de referencia, repito, y a esa edad lo que les importa es que las cosas rimen; y si la letra habla de caramelos, que es algo que conocen y les gusta, pues mejor.
    Sin embargo, coincido con lo del Horror Fisiológico. La canción de la mano quemada, sin hueso, me parece espantosa y nunca se la he cantado a mis hijos. De hecho, las versiones originales de los cuentos de hadas incluyen una serie de amputaciones, actos de antropofagia, crueldad y asesinatos que me parecen demasiado. Las han quitado o sustituido, y me parece bien. Los niños a veces ven las cosas de un modo muy literal, y muy gráfico. Pienso que no hay que exagerar.

    Responder

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