El síndrome Marc Anthony y la verdad de Vargas

En el plazo de una quincena ocurrieron incidentes, revuelos periodísticos, sucesos relativos a un astro del pop internacional y a una gloria del béisbol cubano. Varios medios publicaron la noticia de que Marc Anthony vendría a cantar en Cuba, y para inmensa decepción de quienes tarareamos este fin de año aquello de “voy a reír, voy a cantar, vivir mi vida, lalalalá”… fuentes cercanas al cantante aclararon, a las pocas horas, que semejante visita nunca estuvo en la agenda del divo boricua, con lo cual supongo repartió tranquilidad entre algunos cubano-americanos de Miami que jamás le hubieran perdonado al cantante que viniera a entregarle alegría a sus fanáticos en Cuba.

Más o menos por los mismos días, luego de que los medios estuvieran acusando de indisciplina e irrespeto al público asistente al estadio, y tácitamente a los deportistas, por la bronca pública ocurrida en un juego de béisbol en el cual Lázaro Vargas, director del equipo Industriales, tuvo un fuerte altercado con un juez, y ante miles, tal vez millones de aficionados presenciales y televisivos ocurrió la turbamulta, dominada por insultos de los más soeces tiene el español cubano, y mira que es rico nuestro arsenal de insultos. La bronca forma parte del espectáculo en ciertos eventos deportivos, pero lo que ocurrió más tarde si resulta poco común en Cuba: se publicó y se divulgó ampliamente una carta escrita por el célebre tercera base de Industriales en la que primeramente se disculpaba por el exabrupto, y de inmediato procedía a explicar lo ocurrido, según su punto de vista, cuando los ánimos se caldearon y el juez manipuló las reglas a su favor, en un ejercicio obvio de abuso de poder, y comenzó a actuar como un monarca absolutista defendiendo su feudo, y expulsó a Vargas como si tratara del mencionado señor feudal que condena al exilio a un vasallo rebelde.

Y si bien me parece loable, por honrada y comprometida con la opinión pública, la actitud de Vargas, y la del periódico Granma a la hora de publicar la carta, que luego rebotaron decenas de medios en radio, televisión e internet, me parece inconcebible el tono plañidero de las disculpas por haber anunciado una visita que no va a ocurrir. A decenas ocurre en todas partes del mundo, incluso entre los medios más serios y acreditados, que se anuncian conciertos y películas que nunca ocurren ni se verifican. De modo que sobran los desgarramientos de las vestiduras, porque eso significaría presumir de que en Cuba se hace el mejor periodismo del mundo, el más infalible y riguroso, y ocurre que ese superlativo, por lo menos ese, nos queda enormemente grande.

Evidentemente hubo excesiva prisa, falta de profesionalidad a la hora de consultar la verosimilitud de las fuentes, y más que todo, al parecer, imperó el natural instinto periodístico por dar “el palo” y dejar atrás a los demás medios. Y eso es un análisis que debe verificarse al interior de la instancia que divulgó la falsa novedad, buscar las causas y ponerle consecuencias, porque lo cierto es que en Cuba está comenzando a florecer una carrera periodística por “el palo” que proviene, al parecer, de la necesidad de autovalidación en un entorno demoledoramente competitivo y saturadísimo. Aunque debemos aclarar que la carrera se verifica también en la radio y la televisión, compulsadas por la necesidad de marchar al ritmo de los acontecimientos. Se impone que cada medio analice a fondo la procedencia y licitud de sus exclusivas y verificar que los “palos” sean de buena madera, antes de que nuestro entorno informativo se enturbie publicando rumores, delirios y patochadas, y el análisis debiera distanciarse del establecimiento de pautas que impidan la existencia de un periodismo vívido, alerta, ágil y convincente.

Los ejemplos de la carrera por el sensacionalismo son muchos y de muy diverso corte, desde el periodista que es aliado del cineasta, el músico o el pintor, y coloca en los medios “exclusivas” donde se pretende absolutizar lo que es totalmente relativo, hasta las políticas de un canal como Multivisión, sacudido por una especie de frenesí de estrenos cinematográficos que evidentemente se coloca muy por delante, y por fuera, de la política exhibidora dominante en el resto de la televisión, porque el canal pareciera tener patente de corso para estrenar lo que consiga, como y cuando le venga en ganas al programador. Así, sin anuncios ni explicación alguna que le permita al espectador situarse mínimamente ante lo que está viendo, Multivisión saca al aire las películas norteamericanas más recientes, esas que todavía no han sido ni siquiera nominadas al Oscar, y terminan barriendo con los competidores. Claro que todos agradecemos los estrenos, pero ¿por qué concentrados en un solo canal, en un solo día, en un solo espacio?

Ningún jefe de redacción debiera presentar como noticia un email apócrifo, que además se apoya en la información de una revista fantasma, desconocida. Pero pienso que en el caso Marc Anthony imperó el deseo de informar, y de hacerlo primero que los demás, para superar así ciertos tradicionales vacíos y retrasos en nuestras agendas informativas. Recuerdo cuando en La Habana circulaban toda suerte de leyendas urbanas sobre cantantes prohibidos, o semiprohibidos, como Los Beatles (que se habían bañado en una piscina de champán y se habían sentado encima de la reina), Raphael (a quien el rumor homófobo había casado con no sé qué príncipe europeo), o Julio Iglesias y Roberto Carlo, sobre los cuales había mil teorías, algunas bien delirantes, respecto a la supresión de sus canciones en la radio nacional. Hablo de síndrome Marc Anthony porque el anuncio de su falsa visita obedece también a un cuadro clínico o conjunto sintomático originado por la desinformación que genera rumores, equívocos, infundios y leyendas urbanas.

Ha de tenerse en cuenta que en el fondo de la falsa noticia queda clarísima la necesidad de los cubanos, periodistas y espectadores, de informarse y acceder a las corrientes de la moda, la música o la cultura internacional, aunque todavía vivamos en uno de los pocos países que, por ejemplo, no considera oportuno televisar la ceremonia del Oscar. En el caso Marc Anthony hablamos de más, pero el pecado habitual ha sido callarnos. Porque también se sabe de decenas de artistas, cantantes y actores, que han realizado diplovisitas a Cuba envueltos en el más profundo secretismo oficial, y luego circula el rumor: alguien dijo haber visto a Barbra Streisand comprando macramé en La Habana Vieja, o una camarera de La Marina Hemingway asegura haberle servido un coctel de camarones a Harrison Ford. ¿Alguien todavía no sabe que Ricky Martin ha entrado y salido muchas veces de la Isla, independientemente de que los medios lo hayan dicho o ignorado? No hay entonces que hablar pestes del periodismo cubano porque publicó algo que no iba a ocurrir, cuando en realidad han pasado tantísimas cosas, del mismo ámbito, que los profesionales de la prensa hemos ignorado como si se tratara de fruslería insignificante, apoltronados en este lecho de trascendencia que a veces nos inmoviliza.

Marc Anthony rápidamente aclaró que no vendría a Cuba, y Vargas decidió someter a criterio de Granma su protesta, y así tratar de impedir que prosperara una versión de los acontecimientos que de algún modo lo culpaba por la chusmería televisada. La parte más positiva de ambos acontecimientos ha sido la destreza de los medios en reconocer el error o en publicar una segunda versión de acontecimientos ya evaluados y divulgados. Para mi gusto sería preciso sacar al público algo más que la interpretación oficialista primero, y luego una réplica.

Haría falta introducir mayor transparencia en el asunto y publicar nuevas opiniones en la polémica, y contrarréplicas, y exhibir que, incluso en el béisbol, se puede discutir con espíritu fraterno y deportivo, altura y respeto, sin grosería ni actitudes marginales y machistas. Y cuestionar los terribles errores de arbitraje y sus disposiciones plenipotenciarias, y cuestionar las maneras despectivas y presidiarias de algunos directores de equipo. Todos ganaríamos en ello, pero si ocurre la reunión esta será, quién lo duda, a puerta cerrada. De los resultados jamás nos enteraremos y, por supuesto, los periodistas tendrán prohibida la entrada. Y si entran jamás publicarán la crónica, porque los jefes de redacción probablemente consideren que ya se habló bastante del tema. Cuando apenas estamos comenzando, en este tema, a disminuir ciertas desinformaciones y a tratar de hacer un periodismo, como decía antes, vívido, alerta, ágil y convincente.

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