Antes de la Nochebuena

“Lo mejor es la comida”. Así me responde Manuel cuando le pregunto por la Nochebuena, y Martha, su esposa, le hace un gesto de desaprobación.

–No le hagas caso, muchacho  –me dice mi vecina, un ama de casa con probada fama de cocinera en el barrio.

Manuel es muy comilón –sigue ella con su habitual parsimonia–, pero en el fondo también es un sentimental. Nunca ha dejado pasar la Nochebuena sin reunir al menos parte de la familia. Si solo fuera la comida, se conformaría con que le hiciera algo bien sabroso. Pero eso nunca le ha parecido suficiente.

–Es que así fue como me educaron –proclama Manuel con visible orgullo–. Mis padres me enseñaron que la Nochebuena era un momento para celebrar, para compartir con los seres queridos, y así lo hicieron siempre, incluso después que se convirtió en una mala palabra en Cuba.

–Ay, no digas eso, Manuel –protesta Martha–. Qué va a pensar Eric. Además, tú sabes que en mi casa siempre se celebró la Navidad, con arbolito y todo.

–Sí –riposta su esposo–, porque tus padres nunca dejaron de ir a la iglesia. Pero mucha gente se olvidó de la Navidad cuando le dieron el carnet del Partido, tú misma para no ir más lejos. Si no llega a ser por Juan Pablo II…”

–Bueno, bueno –corta por lo sano mi vecina–, lo importante es que todo eso quedó atrás y hoy Cuba se llena de arbolitos por esta fecha. Sí, hasta los venden en las shopping… Además, estamos hablando de la Nochebuena, Manuel, no nos cambies el tema.

–Navidad, Nochebuena, es igual –replica su esposo–, son parte del mismo paquete. Hoy mucha gente las celebra sin tener la más mínima idea de lo que son, de lo que verdaderamente significan; lo hacen solo para estar a la moda o porque les parece bonito. Y no me hables de los arbolitos de las shopping, que con esos precios…

–Oye, pero a ti qué bicho te picó hoy, tienes el cascarrabias de guardia –Martha esboza una leve sonrisa y me mira con ojos apenados.

–No se preocupe –la tranquilizo–, si yo los entiendo. En mi casa nunca tuvimos arbolito, solo una buena comida en Nochebuena, casi como la del fin de año. Y eso porque mi abuela siempre insistió en que se cocinara algo especial.

–Ya ves –dice Manuel con aires de victoria–, esa es la historia de mucha gente, una comida para no dejar pasar la fecha y ya. Por eso yo trato de que venga la familia, para que al menos se parezca en algo a lo que hacíamos cuando era niño. No importa lo que se coma, como si es picadillo.

–Hoy estás un poco incoherente, mi amor –le reprocha Martha con un mohín cariñoso– Hace un rato dijiste que lo mejor de la Nochebuena era la comida y ahora sales con todo lo contrario. Ponte de acuerdo…

–Sí, Manuel –concuerdo con mi vecina–, esta vez voy a tener que darle la razón a su mujer.

–Es que yo hablo del acto, del momento de compartir la mesa, no de la comida en sí –Manuel hace una pausa retórica, casi profesoral, antes de seguir con sus argumentos–. ¿Ustedes se han dado cuenta de que ya hoy nadie come en familia? Ni siquiera los domingos. Al menos la Nochebuena sirve para eso.

–Bueno, ahorita ni para eso –le responde Martha con repentina seriedad–. Si se nos siguen yendo los parientes…

Manuel evita una respuesta y recorre con la vista la mesa del comedor. Un silencio plomizo me advierte que ha llegado el momento de despedirme.

–Bueno, familia –comienzo a decir cuando Martha me interrumpe.

–Eric, ¿por qué no vienes este 24 a comer con tu esposa? Mira que voy a hacer una piernita asada para chuparse los dedos… Y Manolito seguro viene con los niños…

–Sí, muchacho –la apoya Manuel–, a menos que vayas a hacer algo con tu familia, claro. Aquí no vamos a ser tantos así que puedes venir con confianza. Entonces, ¿te embullas?

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