El árbol de los espíritus

El presidente de la Asociación Yoruba de Pinar del Río, afirma que para cortar uno de estos árboles se deben reunir varios santeros o babalaos, y pedirle permiso a los orishas / Foto: Ronald Suárez

Foto: Ronald Suárez

Si se tratara de un cedro o un pino, o hasta de uno de esos míticos baobabs, Orlando Ramos ya la habría emprendido a hachazos contra él. Pero con una ceiba, la cosa es distinta.

“A esos árboles yo los respeto”, dice. Por ello, aunque desde hace años las enormes raíces amenazan con socavar los cimientos de su casa, Orlando insiste en que sean otros los que la corten.

Con ese objetivo ha ido a las distintas instancias de gobierno, donde primero le respondieron que en toda la provincia no había medios para hacerlo sin evitar “daños colaterales”, y tiempo después le confesaron que ya se disponía de una grúa con un brazo lo suficientemente largo, y también de motosierras. El problema era encontrar a alguien que se atreviera a utilizarlas para talar un árbol de este tipo.

Más allá de la religión que se profese, e incluso entre quienes no practican ninguna, el respeto por la ceiba constituye algo común entre los cubanos.

Cuando una estatuilla se rompe, también se coloca al pie de la ceiba / Foto: Ronald Suárez
Cuando una estatuilla se rompe, también se coloca al pie de la ceiba / Foto: Ronald Suárez

Dicen que es sagrada, que en su interior habitan deidades, y una de las leyendas más difundidas cuenta que en los orígenes del mundo, la tierra y el cielo tuvieron una discusión, y desde entonces ha sido la ceiba la encargada de mediar entre los dos.

Más allá de los mitos, hay algo cierto. A pesar de su altura, los rayos no se atreven a tocarla, y los ciclones nunca han conseguido derribar una. Ni siquiera en Pinar del Río, una provincia afectada por 126 de esos eventos meteorológicos en los últimos 115 años.

Los historiadores aseguran que mucho antes de que los primeros esclavos africanos llegaran a nuestro continente, algunos pueblos originarios ya la adoraban. Para los mayas, por ejemplo, se cree que representaba la comunicación entre el cielo y el inframundo.

Osniel Ortiz, santero, babalao, palero, y presidente de la Asociación Yoruba en la provincia más occidental de Cuba, reconoce que para su religión la ceiba es sagrada. “No la cortamos ni la agredimos, porque es la representación de nuestros orishas, creada para que todos tuviéramos un lugar de descanso en la tierra.

“Cuando es vieja, que pasa de los 100 años, su tronco se va abriendo y ahí es donde se refugian los espíritus”, añade Osniel.

También es el sitio donde los creyentes le depositan ofrendas a sus muertos, o a los santos a los que piden milagros, y donde lanzan además los maleficios contra otras personas.

En las raíces se suelen mezclar las ofrendas con los trabajos de brujería / Foto: Ronald Suárez
En las raíces se suelen mezclar las ofrendas con los trabajos de brujería / Foto: Ronald Suárez

Según la tradición, quien siembra una ceiba, establece con ella una conexión que dura toda la vida, y que se traduce en salud y prosperidad.

Al parecer, esa fue la intención del abuelo de la esposa de Orlando Ramos, hace alrededor de 100 años, cuando se animó a plantar el árbol que hoy constituye un peligro para varias viviendas.

A cualquier hora del día, las personas se acercan a ella para pedir milagros, para invocar a sus muertos, e incluso para lanzar maldiciones / Foto: Ronald Suárez
A cualquier hora del día, las personas se acercan a ella para pedir milagros, para invocar a sus muertos, e incluso para lanzar maldiciones / Foto: Ronald Suárez

Entonces el hombre no imaginó que durante un siglo, la familia continuaría creciendo sobre el mismo terreno, hasta llegar con sus construcciones hasta muy cerca del tronco.

Preocupado por la posibilidad cada vez más real de que las raíces dañen los cimientos de su casa, Orlando no pierde las esperanzas de hallar a alguien dispuesto a ayudarlo a deshacerse de la gigantesca planta.

“Siempre existe gente para todo”, dice, aunque admite que la mayoría de los cubanos se negarían a cortar una ceiba, y que a pesar de ser el principal afectado, él tampoco se atrevería.

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