El segundo domingo de mayo se celebra, en buena parte del mundo, el Día de las Madres. En algunos países se llama Día de la Madre a esa fiesta, pero en todos tiene el mismo significado. Aunque se trata de un amor que se manifiesta o debe manifestarse durante todo el año, en esa ocasión se destina un momento especial para honrarlas. Cuando este cronista era niño, en esa jornada todos salíamos a la calle llevando un clavel rojo o blanco, según tuviésemos a la madre viva o muerta. Los hombres, en la solapa, y las mujeres, en la blusa. Esos claveles, al menos en Cuba, dejaron de verse en las últimas décadas y dieron paso a unas tarjetas postales con motivos alegóricos que la destinataria recibe puntualmente en la fecha.
El amor a la madre sigue expresándose y, más allá de la madre propia, se extiende a todas las mujeres que amamos o a las que nos unen lazos de gratitud, tengan hijos o no. Es como otro Día de la Mujer, pero más íntimo. En los días previos, las tiendas hacen su agosto pues nadie quiere homenajear a su progenitora con las manos vacías, aunque a ella le baste de regalo solo un beso. Y los que la tienen muerta, acuden al cementerio. En esa fecha, las flores se agotan, se abarrotan los restaurantes, se lleva a cabo al fin aquella visita siempre pospuesta a la tía vieja y lejana, y el transporte se hace insufrible.
La celebración del Día de las Madres surgió en Estados Unidos. La norteamericana Anna Jarvis creó en Filadelfia una asociación para impulsarla. Al comienzo, la nueva organización apenas fue advertida y su propósito, ignorado, pero no pasó mucho tiempo para que se anotara algunos éxitos parciales pues ya en 1914 varios Estados de la Unión, siguiendo sus recomendaciones, hicieron fiesta local el día y la Cámara de Representantes recomendó que fuera observado por los miembros de los dos cuerpos colegisladores del Congreso, así como por el primer mandatario de la nación. En tres o cuatro años más, la iniciativa se generalizó en Estados Unidos y empezó a abrirse paso en la faz del mundo.
Llegó muy temprano a Cuba. Y aquí se hace imprescindible la mención de aquel periodista proteico e incansable que fue Víctor Muñoz, porque él abogó antes que nadie porque el Día de las Madres comenzara a celebrarse en la Isla. Lo hizo en su columna “Junto al Capitolio” que, con el seudónimo de Attaché, publicaba en el periódico El Mundo, de La Habana. Tituló a esa página “Mi clavel blanco”.
Muñoz era dueño de una veta humorística extraordinaria, y reseñaba los juegos de béisbol entre Cuba y Estados Unidos como una competición en que la naciente República justificaba su derecho a la vida. Alentaba en sus comentarios el triunfo cubano como una cuestión de soberanía nacional. Con el seudónimo de Frangipane, fue el creador de la crónica deportiva cubana.
La idea de Muñoz no cayó en el vacío y ya en 1920, impulsado por un grupo de jóvenes con inquietudes sociales e intelectuales, se celebraba en Cuba por primera vez el Día de las Madres. Fue en Santiago de las Vegas, ciudad del sur de la capital cubana.
Meses más tarde, en las elecciones del 1ro. de noviembre de 1920, Muñoz fue electo concejal por el Ayuntamiento de La Habana, y en ese Concejo, el recién estrenado edil propuso, el 22 de abril de 1921, que la fiesta se instituyera en el municipio habanero. No es hasta 1928 cuando la Cámara de Representantes, a propuesta de Pastor del Río, aprueba, con carácter de ley, su celebración nacional. Ya Víctor Muñoz había muerto, en 1922. Una sala del Hospital de Obstetricia “América Arias”, la llamada Maternidad de Línea, en El Vedado, lleva su nombre.