Un cubo de vino tinto. Eso compraba mi papá cuando la familia completa, allá por la década de los 70, llegaba en una ruta 2 a La Rampa para disfrutar del carnaval habanero. Los fiñes nos conformábamos con pasarnos horas tirando serpentinas, boquiabiertos ante el esplendor de las carrozas.
Podías recorrer todo el Malecón hasta el Prado, y era difícil hallar espacio en el muro con tanta gente gozando de lo lindo. La cerveza no era de latica, pero la derramabas en la perga con la seguridad de que no estaba adulterada. Algunos fuegos artificiales fallaban, pero los que lograban estallar alumbraban la noche habanera como nunca más se ha visto.
Los carnavales habaneros –por no decir los de todo el país– comenzaron a fenecer cuando se institucionalizaron con empresa y todo y dejaron de ser tradición para convertirse en traición a la identidad cultural que los sustentaba. Las carrozas y comparsas, auspiciados en la primera mitad del siglo por firmas comerciales, fueron asumidas por los sindicatos. Podías entrever que aquellas mulatas rumberas no podían pertenecer al de la Educación y la Ciencia, pero eso te lo tragabas junto al tamal y el lechón asado.
Luego a alguien se le ocurrió que la elección de la estrella y sus luceros se reñía con los presupuestos de igualdad defendidos por la Federación de Mujeres Cubanas. La respectiva carroza y todo el complejo proceso de selección de las muchachas que presidirían los desfiles pasaron a mejor vida, a pesar de que estas hacía años que llegaban a tan encumbrada condición no solo por su belleza física, sino por sus méritos revolucionarios.
Uno puede aceptar que hay bastante kitch en eso de elegir entre muchas mujeres a las más bellas y militantes, además de que, como en toda selección, siempre asoma la sombra de la subjetividad, pero es un hecho que los espectáculos de elección de las estrellas y luceros paralizaban el país y eran seguidos tanto por amas de casa consumidoras de folletines como por intelectuales de recio abolengo; tanto por adoquinados de la etapa previa al triunfo del 59 como por milicianos que regresaban de caminar 62 kilómetros. No olvido uno de ellos, a Ciudad Deportiva repleta, animado por locutores del calibre de Germán Pinelli y Consuelito Vidal.
Hay videoclips de producción nacional que los dejan pálidos en cuanto a denigrar a la mujer y ponerle a sus contoneos sello de atributo nacional, y nos los seguimos espantando a pesar de la FMC y de censores que se entretienen con otras cosas “más peligrosas”.
Después de la desaparición de las estrellas y luceros ya nada ha sido igual para los carnavales. El área de los festejos se ha encogido a una pequeña zona del litoral habanero. Las carrozas no sé si todavía representan a los sindicatos, porque entonces habría que pensar en trabajadores que no están representados en el desfile. Sí es una verdad incuestionable que cada vez son más horribles esos artefactos y más gordas las muchachas que bailan sobre ellos.
De la fecha de celebración ni hablar. Lo mismo pueden ubicarse en los días feriados de julio, que acontecer como antes en las frescas jornadas de febrero, que inaugurarse a raíz de un cumpleaños redondo. El que pretenda hacer coincidir sus vacaciones con el carnaval habanero tiene asegurada una discusión con su jefe más inmediato.
Para asistir a ese jolgorio anual hay que reunir tanta plata que son pocos los que pueden soñar con tal erogación financiera. El cubo de vino tinto es hoy cubo de agua fría si de pasarla medianamente bien se trata.
En tiempos en que se proclama que la cultura es el sostén de la nación, las autoridades debían preocuparse más por reconocer que arriesgamos mucho al aceptar como tradición la caricatura en que se han convertido nuestros carnavales. Los multitudinarios bailables de las mejores orquestas cubanas han devenido en oportunista presencia de conjuntos de medio pelo para deleite de unos pocos entusiastas. La espontaneidad ha dado paso a congas de pésimo gusto. Ya nadie puede arrollar; es preferible prevenir moloteras y trifulcas.
Los carnavales habaneros nunca fueron tan fastuosos como los de Río de Janeiro, pero rebosaban alegría. Hoy son tristes, muy tristes.
Buen artículo.
Muy buen artículo. Es triste haber perdido tan hermosa tradición. Ojalá pueda recuperarse como el ave fénix, y que sean de nuevo en febrero con eleccion de una reina sin que medie la política.
Yo vivo a 2 cuadras y no voy. Y cuando era niño (hace ya 35 años) ibamos todos los tios y primos y la pasabamos muy bien. En esta ocasion fui el domingo (ultimo dia) para que mi hija de 7 años pudiese ver las carrozas de Bejucal. Era lo unico que queria mostrarle porque aun siguen siendo las mas bonitas. De las otras, ni hablar. Son una verguenza en todos los aspectos y no queria que tuviese un recuerdo tan feo de algo que yo aun mantengo en mi memoria como una de la mejores epocas del año. Le comentaba a un amigo de la experiencia y que recordaba que en mi tiempo iba toda la ciudad, todo tipo de gente, desde lo marginal (que siempre ha existido) hasta lo mas decente. Hoy los carnavales se han convetido en una vitrina de todo lo feo y desagradable, para el disfrute de aquellos que consideran que degradandose se esa manera van a encontrar un pedacito de felicidad.
Cierto
En todo el país era unaveradera diversión, todo sano, cuanta educación…d
Los carnavales de los 60s y 70s son inolvidables, no solo por la belleza y audacia de las carrozas (para mover la de la Construccion hubo que comprar un camion Berliet capaz de arrastrarla), sino por la alegria que se sentia en el pueblo. Es cierto que habia colas para la cerveza, para los servicios sanitarios, para el pan con lechon, pero la alegria era contagiosa. Los desfiles por el Paseo del Prado y su extension al Malecon le daban al espectador la posibilidad de elegir el area que mas le gustaba. Es inolvidable ver la carroza donde tocaba Roberto Faz aquel famoso ritmo del “dengue” mientras las gigantescas farolas se tambaleaban a su paso por el Prado., Serpentinas, congas con atractivos vestuarios, musica variada, areas de bailes eran opciones para cada cual. La eleccion de la Estrella del Carnaval en los 60s daban inicio a los festejos y mantenian a todo el mundo al tanto de la mujer mas bella e inteligente de la competencia( y que tiene de malo escoger a la mejor?, acaso nos casamos con cualquiera o la escojemos segun nuestros gustos?).
Los tiempos han cambiado. Ya no hay el dinero presupuestado para derrochar en esas fiestas pero eso no significa que no se puedan rescatar. La actividad privada aumenta y bien podrian invertir parte de lo que pagan en impuestos en carrozas, kioscos, vestuarios. El turismo podria dedicar parte de sus ganancias o impuestos pues un buen carnaval es fuente de atraccion de mas turismo. El asunto es buscar la manera de rescatar tan bellas fiestas bajo las nuevas condiciones del pais, pero no dejarlas morir.
Si hay algo que jode, es constatar desde la cumbre de la decepcion, el mal gusto y la ruina que se ha impuesto en la vida cubana. Los edificios, las calles, hospitales, escuelas, hasta las costumbres y la alegria se nos han arruinado. Todo esta descascarañado, mugroso, deprimente, apestoso, destruido. es la misma comemierduria cotidiana como si los viejos lideres no defecaran. En la puerta de la funeraria de Zanja hay una fosa desbordada, anunciando al muerto que si vivio en la mierda tiene que irse con ella. Nos pasamos no sé qué tiempo abriendo huecos a diestra y siniestra, lo jodido es que nadie los cerro después. 1987: 13 millones de toneladas de petroleo botados, mas petroleo que la India y lo malgastamos. Ya nos veran hurgando en los basureros a ver si encontramos algo. Y juro por Dios, que no soy anticastrista, todo el contrario. Pero, coño, qué largo es este cuento: ¿hasta las cuantas el despelote?¡¡¡¡Vayanse al carajo!!!!
la famosa eleccion a Ciudad Deportiva abarrotada, claro que son muchos los que no pueden olvidar esa noche, y se acuerdan de la 14 ???? se transmitia en vivo por TV para toda Cuba, todo un espectáculo, el productor para la TV era Pedraza Ginori, los que quieran al fin despues de tantos años, saber que pasó con la 14, traten de leer el libro que el propio Pedraza Ginori escribió, sobre sus recuerdos como productor de la TV cubana.