Son más de 400 escalones. Uno a uno te conduce hacia ella. Luego llegas y la encuentras imponente, vigilante, en su posición nada se le escapa. A sus pies están todos, unos observan, otros la congelan en una instantánea que tal vez posará en algún cuadro o en la puerta de un refrigerador, también están los que arrodillados dejan ir en un susurro súplicas y promesas.
Mientras las velas se derriten al pie del altar, más de un visitante contempla la ciudad, desde allí parecen dominarla. Holguín es sólo minúsculos cuadritos desde su Loma de la Cruz, por eso la gente se deja llevar por la escalada, porque nadie quiere perderse la brisa, la vista, o la Cruz que concede deseos.
No existe Holguín sin su mística cumbre, como tampoco ya lo es sin sus nombradas Romerías. En mayo, una multitud puebla en todo momento sus calles, y el otrora Cerro Bayado permanece donde mismo, dejándose transitar, guardián de todos, símbolo de leyenda, poseedor de incontables secretos.