Es como si José Fernández hubiera vuelto a Santa Clara, a la misma iglesia donde lo bautizaran el 8 de septiembre de 1996. El obispo de esta diócesis, Arturo González, ofició en la iglesia del Buen Viaje de la ciudad natal del pítcher, una misa para “su eterno descanso”. Lo acompañaron la madre del lanzador, Maritza Fernández, su abuela Olga y directivos de los Marlins de Miami.
“Esta es la historia de un joven que luchó por alcanzar el sueño de su vida. Este santaclareño [José] alcanzó la realización beisbolera en los Estados Unidos con resultados significativos. Y quizás la pregunta que nos hacemos todos desde entonces es por qué, por qué a esa edad, por qué la muerte en vez de la vida. ¿Quién puede responder esas terribles interrogantes? Aún con rabia –dijo el mitrado– no es blasfemia ni rebeldía frente a Dios”.
Recordó entonces su “preocupación por los niños enfermos de cáncer, su cercanía con los ancianos y su nunca olvidarse de los que quedaron atrás, o su hija por nacer dentro de cinco meses”.
Entonces su madre y su abuela depositaron una ofrenda de flores anaranjadas en su memoria a la Virgen de la Caridad del Cobre, de la que Fernández era devoto.
Al término, el obispo recordaba la necesidad de que estos tiempos trajeran “la unión de todos los hijos de la nación cubana, y entre los hijos de esta nación y cualquier otra del mundo, y la unión de los peloteros cubanos tanto dentro como fuera del país”.
La iglesia del Buen Viaje esa noche se colmó de “fieles” poco habituados a esta ceremonia religiosa, pero que habían compartido con el lanzador desde pequeños o que admiraron en el box al oriundo de la llamada “carretera de Sagua” o como simplemente le decían, Delfín.
“Este suceso ha dejado a la familia bien consternada –dijo luego de la misa Yordan Gómez, primo de José–, ha sido una pérdida tremenda, un muchacho de 24 años con todo un futuro por delante en las Grandes Ligas. Un talento, una estrella que partió pronto. Nosotros, pasados cuatro meses, todavía no encontramos consuelo. José era muy familiar, el único que lograba reunirnos a todos cuando venía a Santa Clara. Siempre pensamos que en su ciudad natal había que despedirlo. Mi tía siempre dijo que aquí quería hacerle una misa”.
Fernández partió hacia Estados Unidos con su madre cuando tenía solo 15 años. Hasta esa fecha, y desde los 12, el entrenador Noel Guerra (también descubridor de Ariel Pestano), lo vio crecerse como pelotero:
“El tiempo que estuvo conmigo tengo que decir que era un muchacho con mucha voluntad. En los entrenamientos era incansable, con ese don de trazarse objetivos en la cabeza y conseguirlos. Por eso llegó a donde llegó. Cuando me enteré del accidente me encontraba en Italia y lo supe por una llamada telefónica que me hacen desde Estados Unidos. ‘Falleció Delfín’, me dijeron. Para nosotros siempre era Delfín. Aquella noticia nos dolió bastante, después pude hablar con la madre y la abuelita, y mantener la comunicación hasta que esparcieron sus cenizas a ese mar que nos lo quitó”.
Tanto los familiares de Fernández como la directiva de los Marlins también visitaron el estadio Natilla Jiménez de Santa Clara –conocido terreno de los niños peloteros de esta ciudad– donde José Delfín compitió en la categoría de menores. Existe la iniciativa de fundar en Miami un Museo en su honor.
Que descanse en paz. Mi mas sentido pésame para su familia y amigos. Que dolor.