Hace varios días que llovía en la ciudad, pero no como el lunes en la tarde y la noche. Llegó (y se fue) el Papa Francisco y atravesó la urbe bajo una llovizna pertinaz, que envía San Pedro –dicen algunos- para bendecirnos a través de su Misionero. No en vano siempre pedimos misericordia ante tanta sequía. Su mensajero nos la trajo.
En el poblado del Cobre lo esperaron los más humildes. No llovía desde el ocho de septiembre; Día de la Virgen de la Caridad del Cobre. La mística de sus pobladores se disparó y fue apoteosis justo cuando el Papa estuvo a resguardo y se desató el diluvio. En la mañana todos esperaron que comenzara la Misa para salir a las calles y esperar por el “vicario de Cristo”. El sol comenzaba a abrasar.
A pesar del calor, dos horas lo esperaron los santiagueros desde la Plaza de la Revolución hasta la Catedral. El papamóvil criollo se parquea frente a la rotonda a la entrada de la ciudad y la gente se emociona. Es evidente que Su Santidad va a caminar hasta el carro panorámico y lo van a ver, de cerca, a un Papa, a este pontífice: Francisco.
A mi lado una mujer comenta que era monja y que renunció a los hábitos para formar una familia. “Me siento gratificada, creo que estoy cumpliendo con un plan divino, vengo a ver al Papa junto a mi familia como una acción de gracias.”
Por dondequiera que pasa la gente le grita, esperando un saludo personal. La vista es fugaz, pero está en la ciudad. Para quienes ya han visto dos pontífices, este hombre es especial, tan noble, tan carismático, tan diferente.
Ya en la Basílica aprovecha el ambiente familiar, cálido y personal para hablar a las familias: Le pide a cada embarazada cubana, presente en el encuentro o frente al televisor en su hogar, que se ponga la mano “en la panza” a fin de pedir la bendición para esos hijos que están por venir.
Sigue con su diálogo conciliador y cercano, y pide girar la cabeza hacia atrás, en memoria de los que nos trajeron a la vida , a los abuelos (a los que hay que cuidar, insiste) y también solicita atención para los niños y los jóvenes, “que son la fuerza de un pueblo”. “Un pueblo que cuida a sus abuelos y que cuida a sus chicos y a sus jóvenes tiene el futuro asegurado”, sentencia.
De pie, en su homilía, Francisco recalcó que la Iglesia debe sostener la unidad, tender puentes, romper muros, sembrar reconciliación e involucrarse, para servirlos, en la vida de los demás. Un rato antes el arzobispo de Santiago, Dionisio García Ibañez, había señalado problemas que afectan a las familias cubanas (como la emigración de jóvenes, la escasez de viviendas y las dificultades económicas) en la nota “sociopolítica” de la celebración, que rápido quedó como una palabra más..
Ya en el balcón y cada vez más cerca de su partida, el Papa condiciona su bendición a la urbe a cambio de un “pago”: “Les pido que recen por mi”, vuelve a decir como en cada ciudad anterior que ha tocado y por supuesto se gana las risas.
Cargado de buenos deseos y con toda la euforia de esta ciudad oriental que se dejó arrastrar por esta bocanada de esperanza, finalmente partió Francisco rumbo a los Estados Unidos. Hay por ahí quien dice que Francisco en esta tierra movediza también fue un temblor.