Este ocho de septiembre se cumplen 401 años de la mística aparición de la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre, Patrona de Cuba. Su llegada a esta tierra transformó para siempre la idiosincrasia de los nacidos en ella, y hoy, cuatro siglos después, quienes la veneran mantienen una fe que trasciende la lógica de la razón.
Cuentan las crónicas que “ocurrió en los albores del siglo XVII […] En una pequeña canoa, tres obreros en busca de sal […] surcaban las aguas de la oriental y norteña Bahía de Nipe. […] cuando vieron flotar, entre la espuma de las suaves olas, un pequeño bulto blanquecino que se les antojó ser un ave; el día comenzaba a clarear y remaron a su encuentro”.
“Sus vestiduras estaban secas a pesar de navegar sobre una débil tablilla, en la cual unas grandes letras decían: YO SOY LA VIRGEN DE LA CARIDAD”.
Desde entonces es reverenciada por los católicos y adorada por los arrancados de África y sus descendientes, que ven en ella a Oshún, diosa del amor y el dinero, dueña de las aguas dulces.
Cachita, como popularmente se le conoce, ha sido glorificada por encarnar los valores sagrados de una nación que se forjó en el contraste entre la sal del sudor y el azúcar de la caña, la sangre de sus mártires y la esperanza de un futuro luminoso para sus hijos.
Luego del hallazgo, la Virgen fue trasladada al Hato de Barajagua, y tres años más tarde, ante la preocupación por las continuas desapariciones de la imagen, sería llevada al el poblado Real de Minas, ahora conocido como El Cobre, en las minas de Santiago del Prado, a solo 19 kilómetros de la villa de Santiago de Cuba.
Con vida gracias a una de las mayores vetas de cobre a cielo abierto de América, la nueva sede sería la definitiva, según la tradición, por elección de la propia Virgen.
Al borde de la mina, los mineros levantaron el primer santuario, en el mismo sitio donde hoy se encuentra la iglesia que conserva la imagen de quien desde entonces es depositaria de las plegarias de millones de cubanos.
Varias son las transformaciones que desde entonces ha sufrido el inmueble hasta convertirse en el actual Santuario y Basílica de Nuestra Señora de la Caridad, unas a causa de fenómenos naturales como el terremoto de 1852, y otras por mejoras constructivas.
La imagen de la Caridad del Cobre está vinculada a la historia patria, amparó a los mineros en sus reiteradas rebeliones y se convirtió en Mambisa cuando protegió a sus hijos en el campo de batalla durante el empeño de la construcción de patria libre y soberana del yugo colonial español.
No es casualidad que en 1915 los Veteranos de la Guerra de Independencia escribieran a su Santidad el Papa Benedicto XV pidiendo que fuera proclamada Patrona de Cuba.
El ruego fue contestado en años del pontificado de Pío XI con la coronación canónica de la Virgen en 1936 por Monseñor Valentín Zubizarreta, entonces obispo de Santiago de Cuba.
Rogar a la Virgen es el objetivo de los miles de peregrinos que asisten a El Cobre cada año, el acto de fe con que cada uno ruega por los suyos o por todos y entregan sus ofrendas en la Capilla de los Milagros, se sostiene como incuestionable argumento de su importancia para los cubanos.
En busca de consuelo espiritual y la solución a diversos problemas, desde todos los rincones de Cuba llegan quienes invocan su gracia mediante plegarias por la salud, el éxito personal o la búsqueda de un futuro mejor.
A modo de agradecimiento permanecen allí joyas, charreteras, medallas olímpicas, ropas de bebé y otros objetos comunes que entrañan la devoción y creencia en la naturaleza milagrosa de la venerada imagen.
El credo en la divinidad de la Virgen de la Caridad del Cobre ha resistido el paso del tiempo, desde hace cuatro siglos es depositaria de los sueños y esperanzas de quienes ven en ella la posibilidad de un prospero porvenir.
Esa fe la convierte en monumento a la resistencia de una idiosincrasia capaz de vencer poderes coloniales, neocoloniales, imperiales, religiones protestantes, ideologías dialéctico-materialistas, bloqueos externos e internos y alzarse como dueña de un pedacito de lo mejor y más puro de cada uno de nosotros.