Fotos: Aida Román
Creo poder decir que Sacrificio en la Encrucijada ha sido una exposición sui géneris. Todavía pienso que algún sortilegio divino estuvo mediando para que todas esas piezas monumentales de Kcho hayan podido llegar al último piso del Gran Teatro de La Habana. Bocetos, cuadernos de dibujos, esculturas gigantescas, video instalaciones; una muestra de obras antológicas que el artista atesora en su colección, algunas expuestas con anterioridad y otras totalmente inéditas o proyectadas para la ocasión.
La exposición nos sorprende. Entras y puedes tomar asiento, cómodamente, y revisar página a página las libretas de apunte de Kcho. Ver desde su fase más embrionaria el proceso creativo de este artista y descubrir que ellas constituyen una obra en sí misma.
Pero, Sacrificio en la Encrucijada me sigue sorprendiendo cada vez que paso por esas salas. Ya no por los cuadernos, ni siquiera por la emoción que me provoca ver registrada una parte de la historia de mi país, porque eso lo había sentido antes cada vez que veía una obra suya expuesta en cualquier otro lugar. Lo hace, sobretodo, porque Kcho es un artista tan sui géneris como su exposición.
Ayer la gran sala estaba repleta de niños. Había habilitado un espacio con caballetes para que dibujaran. Kcho entre ellos. Dándoles ideas para pintar. Ofreciéndoles sus materiales de trabajo. Me acerqué a él y me dijo que durante estos dos meses de exhibición había tratado de participar lo más posible como espectador.
“Un día me contaron que estaba viniendo muy seguido una muchacha instructora de arte con un grupo de niños y que les explicaba de una forma muy especial las piezas expuestas. Les hablaba de la relación de mi obra con la historia de Cuba y con la historia del arte. Entonces decidí esperarla. Me conmovió mucho la manera en que lo hacía y le propuse que hiciéramos un taller de pintura aquí mismo en mi exposición”.
“¿Ves estos caballetes? Los hicimos para ellos y mi intención es que después se los lleven para su escuela y los puedan utilizar como base material de estudio. Esa es mi idea, hacer con ellos un taller, darle los materiales que yo utilizo para que puedan trabajar más cómodamente. Ahora piensan hacer una exposición en su escuela y después en la Casa de Cultura de la Habana Vieja, porque ellos son del barrio de Jesús María”.
“El arte, sin importar la manifestación artística, emana del alma del ser humano. Cada expresión creativa es diferente y no podemos asegurar que una es más valiosa que otra. Por eso los he invitado a pintar lo que deseen, a que se sientan artistas, porque todos lo somos de alguna manera. Lo que ocurre es que solo algunos nos dedicamos a eso”.
Conversamos poco tiempo, los niños hacían muchas preguntas. Pero entre tiempo, me contó que el 16 de mayo próximo, durante la Bienal de La Habana, estará con una obra suya en el malecón. No me dio detalles porque quiere que sea una sorpresa para todos. Otra.
“El arte hay que hacerlo por amor al arte. Es un proyecto de acción pública que tengo desde hace algún tiempo. Cuando hice los ladrillos para la instalación Vive y deja vivir, no se lo dije a nadie. Los fabriqué y los puse en la calle de madrugada para que amanecieran como si hubieran estado allí toda una vida”.
“Solo puedo decir que la obra que llevaré el 16 al malecón pesa. Pesa mucho. Y necesitaré que la gente me ayude a cargarla”.