Cuando Ramiro se enteró de la nueva tarifa eléctrica que regirá en Cuba desde el próximo 1ro de enero, como parte del proceso de ordenamiento monetario, perdió el sueño por unos días.
“Me puse a sacar cuentas y me desvelé”, confiesa a OnCuba este técnico en electrónica, de 51 años, que labora en un taller estatal de reparación de equipos electrodomésticos en La Habana. Su nuevo salario estará sobre los 3.000 pesos, pero solo en electricidad se le pueden escapar más de 1.000, si no logra bajar su consumo hogareño de los más de 350 Kwh que habitualmente devora su familia, integrada por su esposa ama de casa, su suegra, ya mayor y enferma, y su hija, que estudia en la universidad. “Y si a eso le sumas los precios del agro, los de cualquier cosa en el mercado negro y hasta los de la libreta (de abastecimiento), no sé dónde vamos a parar, y yo si no tengo quien me mande dólares de afuera”, sentencia.
Cierto que hasta ahora su salario tampoco le alcanzaba, ni siquiera sumándole la pensión de su suegra ―que también subirá― y los “inventos” de su mujer, por lo que “para completar”, como muchos en su situación, hace sus “trabajitos por la izquierda”, pero con la pandemia, asegura, “las cosas se han puesto mucho más difíciles”. En los últimos meses la escasez, lo mismo de comida y artículos de aseo que de las piezas que necesita para sus trabajos independientes, le ha secado sus pocos ahorros, mientras los precios “de lo que aparece por la calle” no han dejado de subir. Y a partir de enero, estima, “se van a poner mucho peor”.
Pero después de tres o cuatro días ojeroso, Ramiro decidió dejar las sumas y restas para el 2021 y reconciliarse con el sueño. “Mi mujer me dijo que si seguía cogiendo tanta lucha, me iba a dar un infarto y no iba a llegar al año nuevo; que ya nos las arreglaríamos, y, ¿sabe qué?, ella tiene razón. Igual le advertí que se fuera preparando para apretarnos el cinturón, y le pedí a mi hija que se leyera bien todas las resoluciones que han ido sacando con las cosas del ordenamiento, para que luego me las explique con calma, que ella tiene mucho mejor cabeza que yo. Ya veremos cómo sale todo”.
Las preocupaciones e inquietudes de Ramiro son hoy las de una buena parte de los cubanos. Basta con caminar cualquier ciudad de la Isla, hablar con la gente o escuchar sus comentarios en colas o esquinas, para saber que nada ocupa más sus conversaciones y pensamientos que el ya inminente ordenamiento monetario y cambiario, anunciado por el presidente Miguel Díaz-Canel el pasado 10 de diciembre. Desde entonces, las autoridades han lanzado un aluvión de informaciones y precisiones en Gacetas Oficiales, Mesas Redondas y artículos periodísticos, todavía en desarrollo, que incluyó el abordaje del tema en las recientes sesiones de la Asamblea Nacional. Y, a la par, han recibido por parte de la atribulada población una avalancha de dudas e insatisfacciones que, aseveran, serán tomadas en cuenta para corregir lo que “deba y pueda ser corregido”.
Tal como le preocupa a Ramiro y a millones de cubanos por estos días, uno de los mayores riesgos del proceso que se inicia oficialmente en enero es que genere una inflación que dispare, todavía más, los precios. El exministro de Economía y jefe de la Comisión de Implementación y Desarrollo de los Lineamientos, Marino Murillo ―quien ha defendido el ordenamiento como algo “imprescindible” e “impostergable” para la economía cubana―, ha reconocido que “existen elementos objetivos para que se produzca la inflación”, como la subida de ingresos, el déficit de oferta y la subida de los costos en el sector privado, y ha dicho que “la clave será cómo controlar un proceso inflacionario indeseado en magnitudes superiores al estimado” por el gobierno, para que los nuevos salarios nominales “no pierdan capacidad en términos de salario real”.
“Queremos propiciar el crecimiento y caminar a un ambiente macroeconómico donde el dinero cumpla su función”, afirmó la pasada semana en la Asamblea, donde el presidente Díaz-Canel y otras autoridades llamaron a los cubanos a colaborar en “la lucha contra la especulación y el egoísmo”. Pero desde reputados académicos hasta “economistas de esquina” no son precisamente optimistas al respecto, más allá de las intenciones pretendidas por las autoridades.
Día cero: primeras reacciones de destacados economistas cubanos
“Es una cuenta sencilla, pura oferta y demanda ―comenta a OnCuba Alfredo, jubilado de la industria alimentaria―: cuando las cosas ‘se pierden’ siempre suben los precios, y si va a haber más dinero circulando, pues subirán más todavía. Así ha sido siempre y así va a pasar ahora. Es más, así está pasando ya desde hace rato; si no, vaya a cualquier mercado para que vea a cuánto está la libra de cualquier vianda o de lo que sea, aunque los precios estén ‘topados’. Eso, al contrario, lo que hace es que se pierdan de las tarimas y aparezcan mucho más caros por ahí.”
Para él, a sus 72 años, la comida es hoy por hoy el principal motivo de desasosiego. Su jubilación subirá de 385 a 1.678 pesos, por encima de los 1.528 pesos estimados por el gobierno como el valor de la canasta de bienes y servicios de referencia para el proceso de ordenamiento. Pero en la práctica, dice, “ese dinero se me va a ir como el agua” porque, con lo que espera que suban los precios de los alimentos, “1.500 pesos no van a ser prácticamente nada”. “Su suerte”, señala, es que su hijo le manda “un dinerito de tanto en tanto” desde los Estados Unidos, gracias al cual puede comprar en las tiendas estatales en Moneda Libremente Convertible (MLC) y “resolver”.
Además, como vive solo ―con su perra―, apenas gasta en corriente eléctrica y teléfono, y sus medicinas para la diabetes y la hipertensión seguirán siendo baratas, gracias al subsidio gubernamental a los medicamentos controlados que Alfredo estima como “muy justo”, a menos que, como ya le ha pasado, “se pierdan de la farmacia y tenga que salir a montearlas por ahí”.
A Sonia, vendedora ambulante, le preocupan los precios no solo de la comida que debe “luchar muy duro en la calle”, sino también los de la materia prima y otros artículos que necesita para su labor.
“Para que tengas una idea: una libra de maní hasta no hace tanto estaba a 20 pesos y hoy ya está a 35, y así todo lo demás”, explica esta mujer que lo mismo vende el clásico maní tostado que tabletas del grano molido, bombones, caramelos, rositas de maíz, cremita de leche, empanadas, y “todo lo que aparezca”. Algunos de sus productos los hace y los envasa ella misma; otros, los compra a un proveedor, incluso de fuera de La Habana, y les saca “solo una bobería”. Y ahora los proveedores, apunta, también han subido los precios, así que ella los tendrá que subir.
“La misma harina, con la escasez de los últimos tiempos, hoy es oro molido en el mercado negro, y ya muchas confituras y galleticas solo aparecen en las tiendas en MLC, y mejor ni sigo ―agrega Sonia―. Si tuviera 20 años, me ponía a trabajar en una cafetería o una paladar de esas, que seguro también suben los precios porque solo con la corriente se lo van a sentir. Pero ya a mis 50 y pico, tengo que adaptarme a lo que venga y seguir con mis cositas, para ayudar a mi hijo y su mujer, que trabajan bien duro y se echan la casa arriba. Ellos no quieren que yo esté en esto, pero nunca me ha gustado que me mantengan, y ahora, como pintan los tiempos, cualquier entrada va a ser bienvenida.”
Más lejos aún apunta Yoel, chofer de uno de los conocidos almendrones que tiran pasaje por tramos en la capital cubana. El automóvil, afirma, no es suyo, por lo que tiene que entregarle al dueño una parte de sus ingresos ―una cifra que prefiere no revelar, como tampoco sus propias ganancias― y “el gobierno seguro nos pone el pie encima para que no subamos los precios”. “Es verdad que el combustible no va a subir oficialmente, y que a los cuentapropistas les van a dar algunas ventajas con los impuestos, o al menos eso es lo que han dicho, pero, ¿y todo lo demás?”, se pregunta.
“No te voy a hablar solo de la electricidad, que es de lo que todo el mundo se queja, y con razón ―comenta el hombre a OnCuba―. Yo mismo tengo dos splits en la casa, que con el calor que hace en este país se pasan casi todo el año encendidos. Así que a mí la corriente ya me cuesta un mundo y ahora no quiero ni ver. Pero súmale el combustible que tengo que comprar ‘por la izquierda’, la comida, que está mandá’, lo que van a subir los mismos restaurantes, porque de vez en cuando hay que darse una vuelta y tomarse unas cervezas para desconectar, y los materiales de la construcción y la mano de obra de cualquier cosa que tengas que hacer en la casa. Para eso no hay resoluciones del gobierno que valgan.”
“Imagínate que a mí todo esto me coge haciendo arreglos en el baño ―agrega―, pero tengo que seguir porque ya estoy montado en el burro. Y si no me dejan subir los precios del pasaje, pues veremos a cómo tocamos, porque como yo hay mucha gente en este negocio y no es mi culpa de que todo lo demás vaya a subir.”
“Son muchas cosas de golpe, muchas cuentas las que hay que sacar, y en medio de todos los problemas y situaciones diarias una no tiene la cabeza siempre fresca para entenderlo todo”, opina, por su parte, Yanexis, una enfermera a la que, entre muchas otras cosas, le preocupa lo que puedan hacer Yoel y sus colegas boteros a partir de enero. “Si se ‘plantan’ como ya han hecho muchas veces por el lío de los precios, el transporte en esta ciudad (La Habana) se va a poner más insoportable todavía”, reflexiona.
Ella, dice, está contenta de que su salario suba a más de 4.000 pesos, más lo que le deben sumar por las guardias nocturnas, porque, asegura, “la verdad es que hacía falta”. Con ello, lo que gana su esposo, que es mecánico, y las pensiones de sus suegros ya jubilados, piensa que puedan “vivir dignamente, al menos en lo básico”. No obstante, no deja de reconocer que la escasez de alimentos y otros productos entronizada hoy en la Isla, más los precios oficiales e informales que se multiplicarán en solo días con el ordenamiento monetario, pudieran ponerle la vida cuesta arriba.
“Yo tengo un hijo adolescente al que le damos dinero para sus cosas, para sus salidas con su novia y con sus amigos. Pero ahora hasta comerse una pizza va a ser más caro ―razona―, no te digo ya un par de tenis o un pantalón, y me preocupa que vaya a descuidar la escuela y a ponerse a inventar por ahí, si no podemos darle suficiente, así que tendré que estar a cuatro ojos, más de lo que ya estoy. Pero también tengo otro más chiquito, con otras necesidades, zapatos, cosas para la escuela, algún juguete. Por suerte la ropa del grande se la tengo guardada, y a la leche de la bodega no le subieron el precio, aunque a casi todo lo demás de la libreta sí.”
“Y está también lo de los pasajes ―añade―, que me toca de cerca porque soy de Santiago y mis padres y hermanos siguen por allá. Por lo que leí, el avión va a costar más de 1.000 pesos, así que olvídate, aunque con lo malo que está desde hace un tiempo ya no valía la pena y después ha estado parado por la COVID. Pero los pasajes en guagua, aunque no subieron tanto, salen en 255 pesos hasta allá, y los de tren como a 100 pesos. Multiplica eso por cuatro y luego por dos, porque también está el regreso, y luego uno no puede llegar con las manos vacías… Así que mira a ver en cuánto me salen las vacaciones. De todas formas, eso es lo que viene y habrá que adaptarse. No queda otra que trabajar y esperar que esto mejore. Ojalá y Dios lo quiera.”