No recuerdo el año de mi primer concierto de Carlos Varela. Creo que fue en algún tramo del parteaguas que fue la década de los 90, esos años que fueron un aldabonazo en el letargo nacional grabado con la dureza de un cincel en la memoria.
La fecha está cercada por la penumbra pero el corazón tiene su memoria y no olvida la sensación electrizante de libertad que vivimos durante una noche que no fue un concierto. O fue eso y mucho más. Varela cantaba y nosotros gritamos nuestra inconformidad, nuestra rebeldía, la turbulencia de nuestra angustia adolescente. La mayoría en esa tierna y convulsa edad posiblemente no sabía lo que clamaba la voz, desconocía a fondo el sentido del grito, y el déficit nacional que proveía del reclamo, pero sabía que con la irredenta vocación de manifestarse estaba siendo parte de una generación que buscaba cambiar lo que veían sus ojos poco acostumbrados a las ausencias que ya se iban sentando a la mesa para empezar con una fuerza metódica el desasimiento de la vida que conocíamos hasta el momento.
Varela ha seguido dando conciertos después de aquel primer encuentro en vivo con el cantautor que no fue otra cosa que un encuentro con el envés de un país que no se asomaba a los medios, un país, que a más de 20 años, sigue reafirmando la razón de aquellas canciones inscritas en la espina dorsal del dolor.
El cantautor ha tenido épocas en los que ha visitado con alguna frecuencia los escenarios nacionales, ha vivido otras de alejamiento y extrañeza y en muchas ocasiones el silencio en el que ha permanecido ha tenido para sus seguidores un sonido ensordecedor.
Los conciertos de Varela han sido uno de los mayores espacios de libertad espiritual para los jóvenes cubanos. Entre el intervalo mudo que va de canción a canción se ha escuchado en voz alta lo que algunos piensan en silencio y se ha establecido entre el público una comunión personal como en muy pocas presentaciones de otros artistas. Varela lo sabe. Porque él fue uno de esos muchachos que un día comenzó a emborronar cuartillas y a componer lo que interpretaba sobre el acontecer y evolución del país.
El trovador nunca ha dejado de estar en la mira de ideologías contrapuestas. Lo mismo en Cuba que en EE.UU. o en otras partes del mundo. Solo hace falta un cubano que no pueda desprenderse de Varela para que se desate digamos la avidez, la provocación o la inquietud. Ha pasado y seguirá pasando. Porque podemos renegar del trovador, encerrarlo en la habitación más oscura de la memoria, acusarlo de que se repite, que se adocenó o reconocer cuando lo tenemos enfrente que no estamos delante solo de un músico, sino de un país en todas las dimensiones de sus fracturas, sus olvidos y sus turbulencias. Ahí están como su mayor testimonio una galería de canciones que hablan mejor del músico que cualquier otro lance y develan a Cuba como si se tratara de un lienzo. Ya con discos como Monedas al aire, Jalisco Park o Como los peces Varela puede decir que lo ha dicho todo. Y nosotros sentir que sí, que en verdad Cuba está encerrada en esas canciones. Que cantó justo en el tiempo que había que decirlo. Que en sus canciones siguen estando el aroma de nuestra infancia, de nuestra adolescencia y el país que hoy es Cuba. Las palabras incluso sobran para hablar del trovador, porque para él las palabras fueron un pretexto para que comenzáramos a hablar de nosotros mismos.
A Varela siempre le hemos exigido mucho. Quizá demasiado. Le hemos exigido incluso que hable de nosotros de la manera que nosotros no nos atrevemos a hablarnos o sencillamente no queremos, para olvidarnos un poco del temor a la palabra o al desasosiego.
En La Florida muchas veces le han exigido una posición política determinante. En Cuba los miedos, las suspicacias, y resquemores le han cerrado puertas que durante años permanecieron inamovibles. Tampoco han faltado las personas que en diversos ámbitos de decisión le abrieron espacios que permanecían cerrados para que llegara definitivamente a esa cúspide de nuestra memoria afectiva que hoy habita.
Varela, en otro giro cíclico de la historia, acaba de ser acribillado con diatribas. No sorprende que nuevamente en Cuba asomen la cabeza esos hechos heredados. Lo sorprendente es que en pleno 2022 se usen los mismos argumentos de décadas atrás para cuestionarlo por hacer lo mismo que viene haciendo desde que tomó por primera vez una guitarra.
Pongámoslo en contexto. Varela regresó a los escenarios cubanos para ofrecer un concierto en el festival Havana World Music. Por fortuna volvió a entregar la mejor versión de sí mismo. Demostró que está intacto el mejor Varela que conocemos y que nos desnudó como nación. La presentación, eso sí, tenía un valor simbólico. Porque no es lo mismo escuchar a Carlos hace unos 5 años, por poner una fecha, que oírlo en la Cuba de hoy que vive otra crisis migratoria marcada sobre todo por la salida de jóvenes que desafían a la suerte para buscar un futuro de acuerdo a sus expectativas, ya sea por tierra o por mar, por los mismos desafíos del embargo/bloqueo y donde todavía se sienten los estremecimientos de las marchas del 11 de julio.
El trovador, como siempre, dedicó su tributo personal a los cubanos muertos en el mar, a las familias rotas, a la vida que se diluye ante los ojos, y pidió, en resumen, por nosotros, por el bienestar de Cuba. Sus Invocaciones de ¡Viva Cuba Libre! y los reclamos por las ausencias, escuchados en otros conciertos años atrás, han provocado un increíble aunque esperado cisma en las redes. Muchos se le han tirado a la yugular del trovador con observaciones de un talante irracional. Pareciera que algunos prefieren un país sin Varela, que es lo mismo a tener un país sin país. Y todo, ya lo dije, por invocar el ritual de siempre, por cantar las canciones de siempre y por ser el músico que ha sido siempre.
Una ola de expresiones, sin sustento, carentes de poder de observación y de imaginación, que son lamentablemente un cadáver antes de nacer, y que, por otro lado, bien podrían haber contribuido a un poderoso debate sobre el músico, la libertad individual, colectiva y la actualidad de la canción, si se hubieran sostenido sobre la base de la responsabilidad, el conocimiento y el rigor. Si observamos la furia de reacción parece que algunos pensaban que Varela, en un giro inédito, iba a pedirle a su público que moviera las caderas, que iba a pedir a las mujeres solteras que levantaran las manos o que iba a cambiar el repertorio para cantar canciones de Pimpinela.
Las reflexiones esparcidas contra el trovador en las redes, sin embargo, solo aluden al músico sobre el que han llegado a decir frases tan simpáticas como que tiene el alma negra porque usa ropas negras. Toda una idea digna de recopilarse en el bestiario del absurdo. Los análisis elaborados sobre el vacío preocupan especialmente porque Cuba en el terreno cultural mantuvo una tradición de sólidos intercambios, controversias y debates.
Nadie, al menos hasta donde conozco, se ha detenido en la reacción del público, en las voces que pronunciaron durante minutos la palabra “libertad”. Nadie se ha preguntado en los comentarios públicos sobre la razón que movió ese rosario de exclamaciones. Como si no hubieran existido. Como si el trovador hubiera estado solo en el escenario cantando para sí mismo. No resulta serio ningún análisis cultural, ni de ningún otro tipo, que obvie el contexto. Con solo mover un poco el péndulo se habría tenido un esbozo completo del paisaje de aquella noche de libertad en la Ciudad Deportiva.
Ese análisis, para bien de la cultura cubana, y de Cuba en general, no se puede soslayar. Es muy sencillo atacar al mensajero pero obviar la respuesta. A decir verdad los ímpetus de esas mismas expresiones con mayor o menor tono se han escuchado históricamente en los conciertos de Varela, pero ahora el escenario es diametralmente distinto. Y como siempre ha sucedido el público y los giros de la historia son los que le otorga una nueva luz a las canciones del trovador. En verdad ¿hay algún disco más actual que Como los peces a 25 años de su publicación?
El peso de la reflexión, para que sea profunda y valiosa, no debe caer sobre Varela porque, como dije, el músico no ha hecho otra cosa que ser él mismo. El Gnomo ha gritado ¡Viva Cuba Libre! en sus conciertos, porque el sentido de la libertad es precisamente una de sus mayores obsesiones, junto a la migración y el exilio. El mismo músico ha retratado lo que sucedió después del concierto en varias de sus canciones entre ellas las muy simbólicas “Jalisco Park” o “Leñador sin bosque”. O sea, Varela cuando habla del pasado se ha podido adelantar a su propio escenario y a la propia irritación de nervios que de forma insólita despierta el trovador. Lo ha podido hacer simplemente porque los fragmentos de la historia a la que cronicó conservan el carácter de la repetición dado que sus lastres están ahí mirando la cara como el primer día.
Las nuevas voces de los jóvenes que se hicieron parte de un clamor de incomodidad, de rebeldía, de ansias de ver nuevos destellos, de un nuevo país; son muy parecidos a los que proferimos aquella noche de mi primer descubrimiento, pero son también radicalmente distintos.
Los reclamos que se han escuchado en los conciertos de Varela y de otros cantautores (no he olvidado aquellos extraordinarios rituales de los conciertos de Santiago Feliú donde el trovador gritaba desde su propia perspectiva ¡Viva Cuba libre! y el teatro se venía abajo cuando se escuchaba el “Rock and rollito de Fulanita y Menganito”) no son los mismos que se oyeron ahora, aunque son prácticamente idénticos en su añoranza. Son la marca de una nueva generación que reclama porque la escuchen, que en el juego de la historia quiere jugar con sus propias fichas. Y si todavía alzan su voz en Cuba es porque quieren que sus sueños sigan aquí y no estén crucificados en la pared sin poder hacer nada.
Brillante crónica, Michel.
Excelente reflexion. Sin duda nuestro Juglar del asfalto sigue describiendo la realidad del pais a pesar de las marionetas, magos y caretas…
No hace falta decir más.
Carlos Varela es y será siempre de Cuba. No se dejen engañar. Viva Cuba Libre !
Excelente análisis. Por favor enviar al Presidente y al resto para material de estudio. Ojalá lo entiendan. La esperanza es lo último que estamos perdiendo.
Lo que molesta de Varela es que dice lo que piensa y no es marioneta de nadie… y cuando digo de nadie digo de nadie.
No está mal el artículo, se nota que hay oficio.
Una pregunta, ¿este señor, Michael Hernández, es el mismo que escribía en Juventud Rebelde?
No, es el que trabajaba en Granma. Gracias por su atención.
“Los conciertos de Varela…espiritual para los jóvenes cubanos” Suficiente.
Solo me llama a atención que alguien se sorprenda que en medio de una ola de represión de la dictadura habanera no se lanzaran sobre Varela.
Cuando el río suena,piedras trae…
Una enfermedad reconocida pero sin tratamiento.no se podrá eliminar…
Cuando un país padece de sordera crónica,los gritos de libertad no serán escuchado…