La mezcla parece sencilla de preparar: harina, huevo y azúcar para crear la clásica masa que pasa por un artefacto muy peculiar, que la exprime por una boquilla de pocos centímetros de diámetro, cayendo directo a una pequeña cacerola harta de aceite de cocina bien caliente.
Ese es el clásico churro, aquel que heredamos de nuestros antepasados españoles, que compramos a la entrada de la escuela cuando sonaba el timbre, cuando salimos del trabajo o cuando el paladar pide a gritos algo dulce para evitar el desfallecimiento por el intenso y agobiante calor.
Por estos días la imagen del churro pequeño, amontonado con otros cinco en un pequeño cucurucho de papel, ha cambiado un poco. Desde la apertura al sector privado o “cuentapropismo”, nuevo término para esta práctica, este ha sido uno de las variantes de negocios que ha cobrado un auge inusitado dentro de la categoría de compra-venta de alimentos.
Su desarrollo ha obligado al ingenio de sus vendedores, quienes comenzaron a venderlo con un mayor tamaño y rellenos con diferentes sabores. El primero de los establecimientos en volverse famoso fue el ubicado en las calles Calzada y K en el Vedado habanero.
El rumor recorría la ciudad entera y las filas en la cafetería resultaban interminables. No importaba que el precio fuera un poco más elevado, todos querían saborear aquellos churros desbordantes de chocolate, fresa o leche condensada. Tanto así que era común que los comerciantes se quedarán sin alguno de los ingredientes para satisfacer la demanda de aquellos comestibles.
A este le siguió una epidemia de churreras por todos lados de la urbe en forma de cafeterías especializadas o simples carritos andantes más cómodos para la transportación.
Para los compradores, soportar el calor y las interminables hileras es recompensado con un dulce sabor al paladar y un entretenimiento para días de televisión y juegos en el hogar o en casa de un amigo.
Emilio Delgado mientras espera su orden de churros rellenos de chocolate opina que “fue muy bueno que surgieran nuevas ideas como esta para brindar nuevos productos a las personas, quienes a veces se aburren de las mismas cosas en todos los establecimientos”.
En la actualidad existen cerca de 15 locales entre los que podemos citar los de la intersección entre la calzada de Infanta y la calle San Lázaro, Cerro y Boyeros, el Waka Waka en la salida del cabaret Tropicana y Cuquita en la avenida 31 del municipio Marianao cerca del Hospital Militar.
Resulta interesante entonces la evolución que ha tenido esta práctica. La cafetería Cuquita, que por estos días ultima los detalles de su apertura, se especializará en la venta de churros rellenos partiendo de los ya comercializados con sabores dulces artificiales… ¿dónde está la novedad? El menú se verá complementado además por nuevos aportes culinarios al “arte” del churro, al poderse ordenar con rellenos de carne, embutidos, queso y otras sorpresas que prepara su creador para sorprender al más exigente paladar y atraer la mayor cantidad de clientela.
De flaquitos y casi imperceptibles al gusto, los churros han sucumbido ante la necesidad de comercio y creación culinaria de los nuevos “cuentapropistas”, quienes han sabido aprovechar sus potencialidades para explotarlos y convertirlos en un producto competente dentro de la demanda culinaria en la ciudad de La Habana.