En Virginia, Ciego de Ávila, no se dan las manzanas como en Virginia, Estados Unidos. Probablemente muchos de los que viven en la pequeña comunidad avileña, que ni en los mapas está, nunca hayan visto el bíblico fruto, más que en dibujos animados de la Cartoon Network que, dicho sea de paso, se ven en el canal Multivisión ─ a veces─ porque la recepción allí es muy mala.
Virginia, en Ciego de Ávila, no es una zona montañosa, ni tampoco el fin del mundo, como podría sugerir el párrafo anterior. Es un pueblito campo adentro, alejado unos 15 kilómetros de las principales vías de acceso al municipio Ciro Redondo, al que todos siguen nombrando Pina. Si se pregunta cómo llegar le dirán algo así: “coge por la carretera del aeropuerto viejo, dobla a la izquierda en el Callejón del crimen y cuando veas el tanque, ahí está Virginia”.
Lo del aeropuerto es obvio. Estuvo emplazado en la zona el único puerto para aviones de la provincia, antes de que lo mudaran a los cayos. Después de eso, los avileños tienen que llegar o partir en avión desde Camagüey. Dicen que la antigua pista y las instalaciones están en pie y que algunos trabajadores las mantienen en buen estado, tal vez por si un día por allí entran las manzanas de Virginia, Estados Unidos, o salen las guayabas y los mangos de la zona de Ceballos, o cualquier otra cosa que traiga prosperidad.
El Callejón del Crimen le dicen a un camino rural, casi un trillo sin salida, donde tuvo lugar un horrendo asesinato. Cuentan que un ladrón irrumpió en la casa, suponiendo que habría dinero, pues el dueño era carretero durante las zafras. Pero en la vivienda solo estaban la esposa y el niño, y el ladrón se convirtió en asesino.
Y el tanque, bueno… es un tanquesote herrumbroso que se enseñorea a la entrada del batey. Más que tanque parece una nave espacial alienígena, caída del cielo en medio del potrero. Debe funcionar todavía, porque en la casa de Tilo cae agua con presión en la manguera del patio.
¿Tilo?, ah, Tilo es un guajiro añoso que vivía aún más adentro, en un lugar al que llaman La Bija, del que solo quedan algunas casitas en pie y el armatoste de grúa para alzar la caña. Hace unos años Estilo Doroteo Rodríguez, que así se llama el abuelo, decidió dejar detrás el pedazo de suelo donde aprendió a caminar, y “adelantar” unos kilómetros, porque “aquello está destruido mija, no hay más ná que hacer”.
Era aquella, fértil tierra cañera que tributaba sus arrobas al central Ciro Redondo. Luego, con la reducción de la producción azucarera y la reestructuración de esa industria en el país, que terminó con la vida útil de unos cuantos ingenios ─ y el espíritu de muchos más trabajadores ─, el marabú fue ocupando un terreno que, según como va de frondoso e inmune, no va a devolver. Siempre hay quien se aventura y desafía a los mosquitos y las espinas, mientras desbroza maleza para hacer carbón o sembrar frijoles. De camino a Virginia, a veces, uno siente el olor a madera chamuscada; si se tiene suerte, aparecen entre la nada unos promontorios negros, como hormigueros gigantes, exhalando humo.
La comunidad tiene un humilde parque, un consultorio para el médico de la familia, una escuelita, una bodega… y ya. Un día a la semana llega un vendedor de panes y anuncia el pan suave o el duro. Los “virginianos” deben pagar más caro los productos del agro que no sean capaces de producir, porque los comerciantes ambulantes que pasan por el batey les cobran un impuesto adicional por concepto de transportación. Y para lavar con detergente deben ir hasta el poblado más cercano con un punto de venta en CUC.
“Se muere un poco todos los días el pueblo”, dice Tilo, porque escasean las opciones de trabajo. De los bateyes en La Bija, Campamento, Cangalito casi no queda nada. Sobrevive alguna que otra casita vieja, con techo de guano o tejas de zinc. Ese parece el destino de los pueblitos de campo. La gente se va y no regresa.
Todo parece demasiado tranquilo en Virginia. Una calma que a estas alturas podría provocar estrés a más de un postmoderno (cualquiera sea el significado de la palabra postmoderno). La escasa cobertura telefónica obliga a andar con el celular apuntando al cielo ─ como si tal cosa diera resultado─ creyendo adivinar en la pequeña pantalla al menos una rayita.
En Virginia, Estado Unidos, hay poco que se parezca a su tocaya avileña. Poco, está claro, es un eufemismo, una trampa del lenguaje para no escribir nada. O acaso sí hay, y una encuentra semejanzas, al punto que un día del futuro, si los odios dejan lugar a los afectos, leamos un titular en la prensa que diga más o menos así: Hermanamiento entre Virginia, EEUU, y Virginia, Cuba.
(Cualquiera sea el significado de la palabra hermanamiento).
Sayli encuentro muy interesante su trabajo periodístico, pues he tenido la posibilidad de trabajar en ese recóndito lugar de la geografía avileña precisamente en el Consultorio Médico de la Familia . Soy medico especialista en MGI en estos momentos me encuentro en Brasil cumpliendo Misión Internacionalista y soy un muy seguidor de Oncuba realmente nunca pensé que se realizaría un trabajo periodístico sobre este lugar lo que mas desearía fuese que Su actividad informativa tuviese una trascendencia social reconocida ya que infelizmente lugares olvidados por todos como Virginia pululan por toda Cuba …. Felicidades por tan especial trabajo periodístico
Un consultorio, un medico de la familia, un parquecito, una escuela…! si todos los bateyes de este mundo tuvieran eso! Y esta periodista lo dice asi, como si na.Debe ser muy joven ella.Seguro no conocio lis bateyes en Cuba antes de Fidel.
Yo le cambio la aldea donde me criè en Guatemala, por esa que hasta mèdico tiene.
Sayli, me encanto…besos
Mejías: Tiene usted toda la razón. Esta periodista es joven y no conoció los bateyes antes de la Revolución. Tal vez la terminación de la frase deja el sinsabor de que no es suficiente si, como dice MERTO, en Guatemala no tienen ni médico. Tal vez sin ese .. y ya.. hubiera bastado para dar la idea de lo que es un batey de campo en Cuba. Solo perseguía dibujar una imagen, ni idílica ni satanizada. Virginia es una más de las comunidades en nuestro país, alejadas de las cabeceras municipales, de las que no nos acordamos lo suficiente, pero donde, efectivamente, la gente no está olvidada. Gracias por comentar. Iroel, que coincidencia!!! Un saludo desde Cuba. Exitos en su trabajo. Tal vez usted tenga otras historias que contar de Virginia. Dainerys… Gracias.
No creo que la juventud sea la única razón para escribir un trabajo con tantas sombras. Obviar lo trascendental de contar con un médico y una escuela en un lugar tan apartado es imperdonable. Son tantas las aldeas de este mundo que no conocen lo que es un médico y un maestro, pero sucede que a veces creemos que lo que tenemos nos toca y ya, y por eso no siempre lo valoramos. Me gustaría saber cuántos hijo de esa tierra han llegado a ser universitarios, o técnicos de nivel medio; o cuántos han sido inmunizados desde que nacieron contra un sinnúmero de enfermedades, o por el contrario, si alguno hoy es analfabeto o a muerto por una enfermedad de las desaparecidas hoy de Cuba. En fin quedaron tantas cosas por decir.