Ángel Ramírez: obrero del arte

"Caballo en retirada sobre fondo cuadrado" (Detalle)

"Caballo en retirada sobre fondo cuadrado" (Detalle)

De niño, Ángel Ramírez soñaba con ser doctor, por eso armaba con plastilina pequeños cuerpos para luego “operarlos”. Según dijo en diálogo con OnCuba: “su cabeza era muy de las ciencias”, y sentía una gran inclinación hacia la física, la química y las matemáticas. Pero un día, mientras cursaba la enseñanza media –quizás 1968– supo de la existencia de un taller para aficionados de artes plásticas, que estaba en la populosa y habanera calle Galiano.

Ventana entre Obrapía y Amargura
“Ventana entre Obrapía y Amargura”

Allí conoció a Armando Posse, creador imprescindible que contribuyó al desarrollo del grabado en Cuba y quien, lamentablemente, no es lo suficientemente reconocido ni estudiado: Posse le aportó los primeros rudimentos del grabado en madera (xilografía), y ese fue el chispazo que hizo que Ramírez entendiera que su verdadera vocación eran las artes plásticas.

Luego vinieron las escuelas –primero la Academia de Bellas Artes de San Alejandro, y después la Escuela Nacional de Arte (ENA) y el Instituto Superior de Arte (ISA)–, sitios que, de una manera u otra, contribuyeron a su formación y, sobre todo, lo “dotaron de herramientas esenciales para enfrentar la obra posterior”.

Por años, Ángel se sumergió en las distintas técnicas del grabado –en el Taller Experimental de Gráfica de La Habana desarrolló una intensa y viva obra–, hasta que en los difíciles años noventa se vio obligado a comenzar a pintar debido a un “problema de orden práctico”, porque trasladarse de un sitio a otro de la ciudad era imposible: “la Cuba de los noventa parecía muy medieval, los problemas se resolvían de manera artesanal y el tempo en que se vivía resultaba muy lento y precario; todo eso me sirvió para discursar sobre el momento puntual que estábamos viviendo o, más bien, sobreviviendo”.

Ni se sabe el tiempo que llevamos viviendo en horno y vapor
“Ni se sabe el tiempo que llevamos viviendo en horno y vapor”

Comenzó entonces a nacer una obra pictórica “que tenía mucho de grabado” pero, con el paso de los años –aunque esa relación se mantiene–, los lienzos de Ángel consolidaron una personalidad propia dada por la línea y las composiciones, aunque existe un maridaje entre ambas manifestaciones. La palabra, por ejemplo, ha ido “subiendo” a la obra y le aporta una gran fuerza orientadora, porque enrumba al espectador hacia el sendero que el artista propone.

Aunque sus creaciones no tienen un sentido religioso, asume muchos de los códigos de la imaginería medieval que le dan la posibilidad de construir una propuesta repleta de signos y significantes: “es una imaginería fácilmente reconocible y que maneja estructuras de jerarquía, es decir, cada imagen tiene su peso, a veces hasta por el tamaño… Incluso hay personajes muy grandes y otros que son menos relevantes en la historia y aparecen pequeñitos. Me valgo de todo ello para armar mi cuento, mi historia”.

Estamos rodeados
“Estamos rodeados”

También –más que de las imágenes– de lo que más se apropia el artista es del espíritu de la época y de los ambientes que la rodearon para entregarnos una propuesta que no habla de tiempos remotos sino de fenómenos que suceden hoy en el mundo y, en particular, en su patria. Y ahí, entra otro elemento que caracteriza su obra: el uso y la manipulación de una finísima ironía con alta dosis de humor. A no dudarlo, la obra de Ángel Ramírez es cáustica, y para intentar entenderla a plenitud, uno tiene que entrar en su juego, hacerse cómplice y aguijar los sentidos.

013, Traigo de papel las flores
013, Traigo de papel las flores

Con una carrera sólida como grabador y pintor, Ángel Ramírez –desde hace un tiempo– ha comenzado a coquetear con la escultura, manifestación “que disfruta muchísimo” y en la que se regodea “y se toma su tiempo” porque al parecer no está apurado sino más bien preocupado porque el trabajo resultante sea de factura refinada y es que, en muchos sentidos, este hombre de mente perspicaz y llena de articulaciones, es también un notable obrero del arte, “un manitas”, como ha sido calificado. Y remarco la palabra obrero porque es un trabajador tenaz, un artista que se enfrenta día a día a la cartulina, al lienzo o a la madera con sobrado ímpetu y, sobre todo, con la obvia necesidad de volcar en esos soportes las inquietudes que lo colman: “la obra soñada está por hacer y, la verdad, prefiero tenerla inacabada porque me fascina moverme de manera aleatoria”. Ángel Ramírez es, de seguro, un creador marcadamente conceptual y contemporáneo que tiene muchísimo que decir y, sobre todo, cuestionar.

Ángel Ramírez
Ángel Ramírez
Salir de la versión móvil