Lo primero fue el miedo. “¿Cuál es el recuerdo más antiguo que tiene de su tío abuelo?”, le pregunto. Con los ojos gachos, la pregunta obliga al coronel retirado Juan Castillo a entrar despierto a una lúcida pesadilla de la infancia.
“Belial, emperador de las moscas (1948) me asustaba”, recuerda. El cuadro, una alegoría del diablo en clave surrealista, amalgamada de hibridaciones interculturales, lo vio más de una vez de reojo colgado en una de las paredes de la casa de Lam en la avenida Octava, en Marianao1, mientras pasaba como una exhalación hacia la azotea.
Por entonces Juan (Morón, 1944) era apenas un chiquillo amante de los aviones que todas las vacaciones escolares viajaba a La Habana en compañía de sus padres.
Presumiblemente, la visión de Belcebú encarnado en un monstruo negro y dientudo —según Lam, el Mephisto, de Goethe, cohabitando en el óleo con Elegguá, Changó, Venus, Marte y una cara de Luna, símbolo de la creación— debió embrujar su inocencia hasta el día de hoy, ya en la ancianidad, en que una confesión de esa naturaleza puede exorcizarlo retrospectivamente.
“Mi padre era inspector escolar y mi madre maestra y había vacaciones largas en el verano y cortas en el invierno”. La familia aprovechaba esos asuetos para visitar a Eloísa, hermana mayor de Lam y abuela paterna de Juan, y a Agustina, otra de las hermanas del pintor. Vivían juntas. Eran ocho hermanos. Dos varones y seis mujeres.
Con el viaje a la capital, igualmente el matrimonio chequeaba la vida de las hermanas mayores de Juan, que estudiaban en escuelas habaneras y que “vivieron un tiempo con Helena en la casa de Wifredo”.
Helena Holzer, química alemana y directora del laboratorio de tuberculosis del hospital de Santa-Colomba, en Barcelona, en plena guerra civil, fue la segunda esposa de Lam, desde 1938 hasta 1950, pero se mantuvo en Cuba hasta 1952.
“Ella ayudó a mis hermanas en su educación aquí en La Habana, porque mis padres permanecían conmigo en Morón”, agradece Castillo.
Como la pareja Lam-Holzer viajaba a menudo, Agustina era la encargada de cuidar la casa-estudio de su hermano, colindante con el campamento de Columbia —hoy Ciudad Libertad—, el principal símbolo del poder castrense en la isla durante la república capitalista.
De la casa de Octava, Juan salva otra estampa. Las preferencias musicales de Lam. “Era un amante de CMBF. Eso sí lo recuerdo, que la música que le gustaba era la clásica; y también música cubana suave, no escandalosa”.
En una cronología biográfica del creador surrealista se dice que en agosto de 1952 se instala en París y que, por algunos meses, su casa habanera quedó al cuidado del escritor cubano Edmundo Desnoes (autor de la noveleta Memorias del subdesarrollo, 1965) y su esposa Rosa María.
Castillo también evoca el efímero viaje a La Habana del pintor junto a su nuevo amor, la artista sueca Lou Laurin, en febrero de 1958. Para entonces, Eloísa recién ha fallecido y en la capital se vive una dualidad de vértigo: bombas y cabarets, mártires y boato, rascacielos y villas miseria, boleros y rocanrol.
“Yo era un muchachito y recuerdo cuando Lam nos visitó y les presentó a mis padres a Lou. Una de las cuestiones que más me impresionó fue su comentario sobre su visita a la Unión Soviética, a donde lo habían invitado por el Primero de Mayo”.
Días antes de irse, Lam quema algunos grandes lienzos que no lo satisfacían y confía algunas obras a su hermana Agustina. Se entera del nacimiento en París de Stéphane, el hijo que tuvo con Nicole Raul, con quien a principios de 1956 había emprendido una expedición a Mato Grosso. El 9 de abril de 1958, día de la fracasada huelga general para tumbar al dictador Batista, Lam y Lou embarcan hacia Miami para luego poner rumbo a Nueva York. Allí lo esperan algunos amigos. Jesse Fernández, el gran fotógrafo cubano, es uno de ellos.
Aviones vs tótems
“Siendo niño me llamaba mucho la atención la aviación. Me encantaba irme con Agustina cuando ella iba a llevarle la comida a los animales de Lam, perros y gatos, y subirme a la azotea de la casa para ir a ver los aviones despegar y aterrizar en la pista de Columbia. Pocas veces coincidí con Lam en la vida, y pocas veces también en aquella casa de la avenida Octava” (hoy calle 78).
¿Alguna de esas veces lo vio pintar?
Sí, algunas veces, pero no me interesaba.
***
Sin embargo, y muy a pesar suyo, Juan no podía esquivar los entornos de esa pintura que “no le interesaba”. Unos objetos siniestros trasegaban con sus pánicos infantiles desde las paredes del estudio: cabezas reducidas por tribus amerindias, tótems africanos disecados, antiguallas religiosas, el propio óleo Belial…
“Eran obras impresionantes por lo que representaban”, rememora este veterano de la guerra en Angola y líder militar de la batalla de Sumbe, una ciudad del oeste, cuya seguridad estaba bajo su mando de teniente coronel del Minint. “Estuve en guerra prácticamente todo el tiempo de la misión”, observa.
(Pese a estar a una distancia de cuarenta años, aquel suceso de armas se colará más de una vez en la conversación. Fueron unas diez horas de combate en las que un grupo de militares y civiles cubanos mal armados resistieron un abrumador ataque de la guerrilla opositora de la Unita, con saldo de nueve caídos. Para no olvidar).
En su imaginario infantil, Juan estaba familiarizado con el mainstream de la iconografía española y europea, tradicionalmente figurativa y narrativa, que podía verse en los hogares de la clase media en función decorativa. “Era un mundo habitual en la época, y entonces chocar con aquella otra pintura era una experiencia que uno no podía comprender”.
Y las cabezas que tanto le impactaron… ¿supo si eran reproducciones o si eran auténticas?
No supe, lo que sí te puedo decir es que eran impresionantes. Metían un miedo del cará. Por eso a mí no me gustaba entrar a la casa de Lam; no había una vida dentro de esa casa, que era de horror y misterio por lo que había de simbólico. Así que todo mi interés era llegar e irme corriendo para la azotea a ver los aviones.
Espiritismo, sino y un panqué detrás de un cristal
Juan Castillo se llama igual que su padre, quien nació en Sagua la Grande, en la misma casa de la calle Carmen Ribalta, seis años después de Lam, en 1908. Como Enrique, el hermano del pintor, era algo mayor, Juan fue el elegido para los juegos infantiles, las mutuas travesuras y las primeras confidencias.
“Los primos se llevaban como hermanos, existía un gran aprecio entre ambos y eran los más pequeños de la casa, porque Lam fue el último de los ocho hermanos en nacer”, resume Castillo.
En una de sus cartas a Juan Castillo padre, fechada en 1962, Lam “le recuerda cómo jugaban juntos” y narra la anécdota en que su primo, siendo niño, quería tomar un panqué de la caja de un vendedor ambulante, sin percatarse de que estaban protegidos por un cristal que de inmaculado pasaba por invisible. “Cógelo, cógelo”, le conminaba Lam echándose a reír ante la inocentada del chico.
“En general, había influencia de la religión afrocubana en la familia, pero además todas las hermanas eran espiritistas; igual todas eran medio creyentes en la cosa católica. En aquel momento había una mezcla tremenda; y recuerdo que siendo niño mis padres me llevaban a misas espirituales”.
Ya en su etapa de estudiante de bachillerato, rayando los 60, en una de esas sesiones espirituales, le anticiparon a Juan una prometedora carrera militar. “Llegué a ser un alto oficial de la Seguridad del Estado y eso un poco fue pronosticado… y en las cartas de Lam a mi padre, él sabía perfectamente de mi militancia”.
El color “culpable” en epidermis infantiles
¿Con qué partido o movimiento político Ud. se involucró: con los comunistas, el Directorio o con el 26 de julio?
Con ninguno de los tres. Con la Juventud Estudiantil Católica.
¿Ud. tenía ideas anticomunistas?
Yo no tenía ideales políticos. No estaba formado políticamente, pero sí era un ferviente y profundo creyente muy tocado por los abusos en la sociedad donde vivía.
Su familia no era pobre…
No. Mi padre tenía una buena posición. Era el jefe de los servicios de Educación en Morón. No tenía ahogos económicos en sentido general, pero dentro de la sociedad aquella yo era prietecito, un mestizo, y mis amiguitos eran casi todos blanquitos. Yo sentí muy fuerte la discriminación.
¿Gente cercana a Ud. lo discriminaba?
No, para nada. No eran los padres de mis amigos, ni mis propios amigos, sino la sociedad y su estructura. Recuerdo que los sábados cuando íbamos al parque, unos iban por un lado y otros por otro. Yo iba en el grupo de los blancos, pero los prietos tenían que caminar por el otro lado. La sociedad estaba dolorosamente dividida. Tú puedes jugar en el patio, pero no puedes entrar a la casa; el día de la fiesta de cumpleaños no puedes entrar; no puedes ir al club con tus amigos blancos, en fin. Si bien ellos me aceptaban y no sentí el choque de la discriminación muy fuerte, fue un factor de influencia grande en mi vida al considerarlo una injusticia social muy dura. No le encontraba una explicación que me convenciera. Sólo la descubrí después, cuando fui estudiando políticamente el origen de todos estos fenómenos.
¿Su padre tenía ideas de izquierda?
Mi padre es una historia lamentable. Tenía una comprensión de estos problemas de la sociedad, pero no quería quemarse. Defendía sus intereses y lo que quería en la vida era prosperar. La bandera de él era la de la prosperidad y llegó a ser representante en la Cámara en la última elección que hubo en el Gobierno de Batista. Y fue perjudicado por la Revolución, porque lo botaron de su puesto de director de Educación. La ley uno de la Sierra Maestra lo invalidó para seguir trabajando, o sea, que yo era víctima de la Revolución.
¿Y eso lo entendió Ud.?
Sí, ¡cómo no! Perfectamente. Y también luché muchísimo por resolver el problema de mi padre, al punto de que yo consigo —prácticamente a los tres años de estar en La Habana ya era un cuadrito de la Revolución— que a mi padre le quiten la sanción y lo dejen trabajar otra vez, pero ya mi padre no quiso trabajar más ni volver al magisterio.
Un agente encubierto al confesionario
Invitado por Carlos Franqui, Lam visitó La Habana en varias ocasiones en los 60 y trajo en el 67 el Salón de Mayo. ¿Pudo verlo en alguna de esas oportunidades?
No, no lo vi. Yo era guardia desde el año 61, incluso antes de Girón, y era agente de la Seguridad. Yo no tenía una relación con Wifredo, porque estaba de lleno en mi trabajo y además Wifredo venía eventualmente a La Habana y tampoco tenía una motivación o inclinación cultural que me llevara a cultivar la relación con él.
Me llama la atención que un militante católico haya ingresado en la Seguridad del Estado en momentos de colisión y ruptura con la iglesia y los creyentes… En el 61 Fidel Castro expulsó a más de un centenar de sacerdotes y los embarcó hacia España (aunque muchos no eran españoles), por conspiración.
Yo era muy abierto a las ideas políticas y hago contacto con la gente de la Juventud Socialista. También empiezo a estudiar marxismo y comienzo a ver a la burguesía en acción. Entonces era dirigente de la Juventud Estudiantil Católica, que respondía a intereses contrarrevolucionarios, y termino siendo agente encubierto de la Seguridad dentro de las filas contrarrevolucionarias.
Si me permite la pregunta: ¿abjuró de sus creencias católicas en ese momento en que se convirtió en agente secreto, o las seguía conservando?
Una cosa es la ruptura política y otra cosa es la ruptura filosófica. Cuando pierdes la devoción por una creencia un poco idílica, eso es un momento, y otro momento es cuando tú te defraudas viendo cómo usan la religión para ir en contra de algo que crees que es justo. Entonces, paso por un tránsito a partir de ahí, en el que sin dejar de tener cierta creencia, creo que puedo separar la creencia de su instrumentalización política. Es un tránsito de uno a dos años, hasta que obtengo un pensamiento filosófico propio que es bien complejo.
La colección Castillo Vázquez
En 1995 el coronel Juan Castillo Vázquez pasa a retiro. Su padre ha muerto y, libre ya de sus responsabilidades en el estamento militar, reenfoca sus energías hacia el legado de su tío abuelo. Era su segunda gran misión en la vida pública.
Cinco años antes, Lou Lam viajó a La Habana para recopilar toda la información posible en torno a su esposo. Se ocupaba de hacer un catálogo razonado de la obra lamiana.
“Entonces va a la casa y un poco que se descubre, digamos que para todos, un secreto celosamente guardado por mis padres: las carpetas personales de obras de Wifredo Lam”, cuenta el actual albacea de cerca de un centenar de piezas de pequeño formato (algunas bocetos y otras repetidas), entre carboncillos, acuarelas, temperas, grabados, tintas, serigrafías y aguadas.
Volvamos a 1958. Lam, cuenta su sobrino nieto, decide establecerse definitivamente en Europa. Entonces resuelve entregar su estudio y su casa de Marianao, cuyos dueños la querían para una ampliación.
“El grupo de obras que él siempre guardó y que eran de su preferencia se las entregó a mi padre, que quedó como albacea de la producción realizada desde los años 20 en España hasta el año 58 en Cuba, y que era principalmente de pequeño formato en papel y cartulina. Esa es la colección Castillo Vázquez. Las mayores piezas, que hoy forman parte del Museo Nacional de Bellas Artes, las dejó con Agustina, la hermana soltera de Wifredo, en su apartamento de El Vedado, y otras las guardó en un almacén que había por el estadio Latinoamericano”.
Uno de los rasgos más llamativos de la colección es que ninguna de las piezas está firmada por el autor. “No eran obras para vender, eran sus obras personales, por tanto no tenía por qué firmarlas; ni tampoco quería hacerlo, porque no tenía ninguna intención mercantil con esas obras. Eran simplemente su archivo histórico”, explica el propietario de la colección.
El curador José Manuel Noceda, entre los más inteligentes conocedores de Lam, opina que uno de los valores de la colección radica en su capacidad para revelar “el dominio técnico que poseía el artista como dibujante”.
“Para mí, Lam es ante todo un gran dibujante (…) Pintaba de una manera muy ligera, aplicaba el color de una manera muy ligera y, en esa aplicación del color, lo que sobresale sobre todo es la línea; la manera en que construye las imágenes con el dibujo, bien sea con un carácter subordinado al campo pictórico o tomando en cuenta el dibujo como obra autónoma”, considera Noceda, autor de Wifredo Lam: La cosecha de un brujo, Letras Cubanas, 2002.
¿En qué estado de conservación se encuentran las piezas de su colección?
En estado óptimo. En 1998 las restauraron en el Cencrem (Centro Nacional de Conservación, Restauración y Museología). Todavía trabajaban allí Juana Kessel y Nelson Castro. Ellos hicieron una excelente restauración de la colección, que se ha conservado muy bien. Todas las piezas están enmarcadas y en huacales, listas para moverse hacia cualquier exposición.
¿Es muy engorroso mantener los estándares de conservación?
Tienen que tener condiciones de conservación, no son demasiadas, pero sí llevan una disciplina y un rigor basado en las indicaciones generales que hay para conservar obras de arte.
¿Y Ud. guarda la colección en un lugar seguro?
Una de las cosas que me han ayudado a conservar la colección es el lugar secreto en que está guardada. Las obras las tengo donde las tengo que tener. Y punto.
¿Por qué se nombra colección Castillo Vázquez?
Obviamente, ese Vázquez es por mi madre. Mi mamá, así como mi esposa es conmigo, un personaje inseparable, era de mi padre, por eso hablamos de ambos.
Lam, la excepción de un apellido
¿A qué debemos que Lam no sea el apellido materno de su padre?
De ocho hermanos, solo Wifredo lleva el apellido Lam y los demás se apellidan Castilla o Castillo. En realidad, el apellido es Castilla. El mío es Castillo, porque mi abuelo era Castillo. Mi padre es Juan Castillo Castilla. Eloísa, la hermana de Lam, es Eloísa Castilla, pero debió haber sido Eloísa Lam.
Explíquelo más, por favor.
Lo que pasa es que por razones de racismo y de que no había existido la independencia, los chinos estaban muy perseguidos en Cuba, y como estaban de cierta manera preteridos en Sagua, mi bisabuelo nunca quiso inscribir a sus hijos con el apellido Lam, y los inscribió a todos con el apellido de la madre, Ana Serafina Castilla, nacida en 1862, incluso hasta Wifredo que es el que nace en el año de la independencia, en 1902. Su padre, Lam-Yam, nacido en Cantón hacia 1820, primero lo inscribe como Castilla, y luego, al año siguiente, le da el apellido Lam. De todos sus hermanos, fue el único en tener la evidencia nominal de su origen asiático.
¿Y el Wifredo sin ele?
Eso fue en España, que le quitaron la ele. Pero en Cuba lo inscribieron como Wilfredo. La primera inscripción es Wilfredo Oscar de la Concepción Castilla. Me tomé el trabajo de ir a Sagua y buscar los libros de registro y lo tengo bastante bien documentado.
¿Hay otras colecciones de Lam tan notables como la suya?
Yo creo que la de Mariano, que la tiene su hijo en la Fundación que lleva su nombre, en España. Por otra parte, nunca he querido aventurarme a preguntarle a la familia Capriles en Venezuela qué colección poseen ellos, porque compraron mucha obra de Lam en los años 50. Lam expuso mucho en Venezuela, donde hizo grandes murales en la universidad de Caracas y su producción allí coincidió con el boom petrolero. Sospecho que hay obras muy importantes de Lam que no se sabe dónde están. También hay colecciones fuertes en Italia. En cerámica y en pintura.
¿Y falsificaciones?
Creo que el artista cubano más falsificado es Lam, dentro de Cuba y fuera de Cuba. Es una forma de buscar dinero rápido. Una de las cosas que queremos abordar con la familia europea de Lam es enfrentar las falsificaciones, porque tenemos que cerrar filas. Lam pintó mucho, pero no tanto-tanto como supuestamente hay por ahí. Es una barbaridad.
Exhibiciones itinerantes
En los últimos años, la colección ha ido adquiriendo un carácter itinerante, siendo conocida por públicos culturalmente diversos. En ocasión del centenario del artista se organizó una muestra en Martinica en 2002, que “fue tremenda, porque el Gobierno de la isla se volcó para realizarla”.
A esa ínsula del Caribe francés el autor de La jungla había ido a parar en 1941 junto a un grupo de luminarias del movimiento surrealista —Breton, su líder, entre ellos— que huían de la ocupación nazi de Francia.
Durante ese exilio forzoso conoce y traba amistad hasta el final de su vida con el poeta local Aimé Césaire, quien llamó a Lam “asombroso pintor negro cubano en el que confluyen las mejores enseñanzas de Picasso con las tradiciones asiáticas y africanas, combinadas de un modo sorprendente y genial”.
Igualmente, entre 2002 y 2006 la colección se expuso en España, así como en Berlín, Estocolmo y otras capitales europeas.
En 2017 irrumpió en Estados Unidos. Fue acogida por la LUAG University de Pensilvania, con una esmerada curaduría del cubanoestadounidense Ricardo Viera (1945–2020) quien también fue un creador especializado en pintura, dibujo y grabado.
“Viera es un caso demostrativo de la importancia de las relaciones con la emigración, con los cubanos que siguen pensando en su país y que aman la cubanidad y la potencialidad de la cultura de Cuba”, calibra Juan.
El plan era que la muestra en Pensilvania fuera la primera estación de una serie de exposiciones por el mapa estadounidense. La segunda estaba prevista en el Museo de Arte de las Américas (AMA), ubicado en Washington, DC, y establecido formalmente en 1976 por la Organización de los Estados Americanos (OEA) como el Museo de Arte Moderno de América Latina. Tampa sería la tercera escala. “Allí sigue existiendo hoy un gran interés por llevar la muestra”, asegura Castillo.
Exigencias burocráticas y el enrarecimiento del ambiente político con la asunción de Trump frustraron la itinerancia y la muestra, de regreso a La Habana, pasó por Miami, pero embalada.
El más reciente escenario de muestra de la colección Castillo Vázquez fue en febrero de 2024 en el Museo Mohamed VI de Rabat, capital de Marruecos.
Curada por Noceda, se exhibieron 46 piezas realizadas entre 1936 y 1958 por Lam, siendo el centro de gravedad de una muestra más amplia, Al otro lado del Atlántico: Arte Cubano, que incluyó pinturas, fotografías, esculturas, instalaciones y videos de 26 artistas de la isla.
“La exposición tiene la importancia de la presencia de Lam en África por primera vez. Estamos luchando para que Lam siga en África, porque uno de sus lamentos, que confiesa en la entrevista con Gerardo Mosquera, es ser un artista de origen africano que entonces nunca había exhibido allí, donde estaban sus raíces y el origen de su discurso pictórico”, refiere Castillo.
¿Ud. obtiene determinados dividendos por las exposiciones?
Yo les pido a los lugares donde expongo una cifra moderada, que es lo que me permite mantener en movimiento la colección. A mí las instituciones no me sufragan esas exposiciones. Respaldo de mi bolsillo la seguridad y la conservación de las piezas. A veces hay incomprensiones por eso, porque me dicen que cobro; pero tengo que cobrar para que las cosas funcionen como deben de funcionar. Para ello tenemos un sistema creado, pero hay que perfeccionarlo. Es una de las cosas que quiero dejar hechas antes de irme de este mundo.
El proyecto postrero
Dos años antes de pasar al retiro, el coronel Castillo comenzó a colaborar con el centro Wifredo Lam, fundado en 1993 con la exhibición de 40 piezas de la pinacoteca Castillo Vázquez.
“Fue la primera exposición de la colección que se hizo”, recuerda. Dos años después, fue contratado por la institución, de la que fue subdirector económico y su esposa, Mirtha Estévez, jefa del departamento de divulgación. Posteriormente, Juan asumió el cargo de coordinador del Centenario de Wifredo Lam, celebrado en diciembre de 2002, y el de investigador sobre la vida y obra del artista hasta 2006.
¿Su legado a quién se lo entregaría?
Estamos enfrascados en un proyecto para tratar de perpetuar la vida y obra de Lam. Su creación no se olvida a nivel mundial, pero si no andamos ligero es posible que se olvide aquí, en Cuba. Lam es a la pintura como Alicia al ballet, como es Carpentier a la literatura y Guillén a la poesía. Son símbolos nacionales.
Reconozco que ha habido esfuerzos y acciones del país y por eso existe el centro Wifredo Lam, pero a mi juicio no ha habido la profundidad ni la continuidad que debería tener la promoción y el estudio de Lam. En esa tarea, Noceda se ha visto muy solo. Y es que el CWL es absorbido por las Bienales de La Habana y por la dinámica de su propia agenda cultural.
Ud. no desea competir con su proyecto…
No, por supuesto que no. Queremos hacer esto sin que se malinterprete. Yo no le niego el papel y creo que fue muy importante la labor del Centro. Por trece años mi esposa y yo no pudimos cambiar algo que estructuralmente condicionaba los esfuerzos institucionales del Centro, que, reitero, ha tenido una brillante ejecutoria cultural.
¿La familia europea de Lam está al tanto de sus propósitos?
Sí, lo hemos estado conversando con ellos. Queremos que el proyecto tenga una cierta independencia y un carácter un poco privado. No quiero politizar esto para nada, quiero mantenerme outsider en esta bronca, para que la familia europea no se prejuicie. Pero este proyecto es para Cuba. Mi apuesta es aquí, siempre. Es parte de mi lucha con la familia europea, que no puede desconocer que Lam es cubano. Esa es mi misión y espero que la vida me dé fuerzas para poder llevarla a cabo.
Últimos días
Durante catorce años Juan no vio a su tío abuelo. Las realidades imperativas de la historia así lo decidieron.
“Estamos hablando de fines de los 60, y del 70 al 80. Aquí cayó mucha nieve y se convierte en un tabú tener contacto con familiares en el extranjero. Y yo, realmente, no tuve ningún contacto con Lam hasta el año 80, cuando se produce el último encuentro de Lam con su familia cubana”.
¿Dónde se vieron por última vez?
En mi casa de Hatuey 24, en Arroyo Naranjo. Allí Lam se reúne con mis padres, su hermana Agustina y conmigo. Es 1980. Lam está incluso con la pijama del hospital Frank País.
¿Por qué se atendía en el Frank País?
Porque le dio una hemiplejia y allí le daban fisioterapia para rehabilitarlo. Avanzó bastante en la recuperación.
¿Esa hemiplejia la sufre en Cuba?
No. El vino enfermo de Francia y lamentablemente regresa allí y no sigue el tratamiento que querían que tuviera aquí en Cuba. Regresó para atender sus negocios y compromisos europeos, y ahí es donde lo sorprende la muerte.
¿Aquí trabajó en algún proyecto?
No, no, les hacía dibujitos a los amigos, pero en Francia sí pintó algunas cosas muy cerca de morir.
Yo fui el fotógrafo de ese encuentro en mi casa. Todo el mundo se tiró fotos con él, menos yo.
¿Ud. fue al entierro de las cenizas?
¡Sí, cómo no, claro! El pidió como última voluntad ser enterrado en Cuba. Sus cenizas reposan en el pabellón de las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias).
Fue un funeral de Estado. Fidel acudió al cementerio…
Es que Lam siempre fue un artista muy comprometido, desde la guerra civil española hasta su muerte. Defendió sus orígenes africanos y caribeños, defendió el Tercer Mundo, en los mejores museos. Eso lo patentiza en su obra y también lo dijo con su propia voz. Lo recuerdo en mayo del 80 marchando por el malecón en su silla de ruedas junto al pueblo. Eso es inolvidable. Es un gesto en el final de su vida, cuando muchos le decían que como vivía en el extranjero no tenía mucho que ver con lo que pasaba aquí.
Pas de trois
Regresemos, otra vez, a 1958. Es la última vez que Juan y Wifredo se verán en Cuba. No volverán a mirarse las caras en la isla hasta 1980, pese a los varios viajes que el artista realizara a La Habana, en los que a su sobrino nieto, oficial de los cuerpos de seguridad, le estaba vedado contactar con el pintor por su condición de residente en el exterior.
Pero en ese interregno de 22 años, sucedió un evento hecho a la medida de la casualidad, sin que uno ni otro pudiera sospecharlo, y mucho menos, planearlo. Un evento que, a su vez, pudo haber acabado para siempre con la biografía militar y la reputación política de Juan Castillo.
¿En ese momento, en los años 60, Ud. conocía la importancia de su tío para la pintura del siglo XX?
Hasta cierto punto la conocía, y lo supe un poco más cuando se dio otra circunstancia muy interesante, que son momentos únicos en la vida. En el año 66 a mí se me da una coyuntura muy especial. Precisamente, por motivos de mi trabajo, me toca ir a París acompañando al Ballet Nacional de Cuba con Alicia Alonso al frente. La única fotografía que yo tengo con mi tío abuelo me la toma Osvaldo Salas, cuando Wifredo va a saludar a Alicia en el teatro. Yo voy como jefe de seguridad del Ballet en el momento más difícil que salió de Cuba y, de hecho, me tocó la delegación de la compañía más problemática.
Hubo una fuga masiva, tengo entendido, y muchos pidieron asilo político. Un golpe tremendo.
Se quedaron diez bailarines.
¿Y qué sucedió entre Ud. y Lam?
El único familiar de Lam que ve al artista en el exterior soy yo. Lam me dio una atención de cuerpo de rey en París. Me invitó a su casa, estuve con sus hijos, y conversé mucho con él. Eso me permitió comprender un poco más que Lam era una figura de la cultura en Europa.
¿Ese encuentro fue fortuito o Ud. sabía de antemano que él acudiría a la función de ballet?
No, no fue arreglado. Él inmediatamente que se enteró de que el ballet estaba allí, se dispuso a tener contacto. Yo, lógicamente, tenía un estrecho contacto con la Embajada cubana, cuyo embajador era Bilito Castellanos [Braudilio Castellanos, 1928-2002]; pero el encuentro con Lam fue enteramente fortuito.
***
Juan ha respondido sin dejar de mirar fijamente la foto que, solícita, le ha entregado Mirtha. Es un regalo extra de la casualidad. Documenta un instante en su vida, tan comprometido como luminoso, en un frágil equilibrio que la balanza de la existencia decidió a su favor.
Luego de unos segundos de silencio, y para sacarlo de su leve estupor, le hago notar que llevaba una gruesa bufanda. “Había un frío del carajo”, dice, todavía mirando la escena, vuelto cincuenta y ocho años atrás. En París.
- También en Marianao, el pintor vivió en la calle Panorama 42.