Llegamos al paraíso de Manuel Mendive. Allí está el maestro, sentado en su columpio. Un patriarca vestido completamente de blanco, contemplando el paisaje que inmoviliza y calma.
Sonríe, nos abraza, agradece. Habla en voz baja mientras responde las preguntas de sus visitantes. Nació el 15 de diciembre de 1944 en La Habana, pero ha vivido más de veinte años en la loma de Las Peregrinas, Tapaste. Poco a poco, dice, le dio forma a este sitio de donde ya no quiere salir.
“Aquí vivo solito con las estrellas, mis muertos y Obbatalá. Me siento bien, tranquilo. A veces pinto aquí mismo, al aire libre”, nos cuenta.
Mendive se graduó en la Academia San Alejandro en 1963 y un año después presentó su primera exposición individual. Desde entonces su obra ha recorrido algunos de los centros artísticos más importantes del mundo. En noviembre de este año, por ejemplo, en el Palazzo della Cancelleria del Vaticano se presentó la exposición “La vida es hermosa”.
Adora los santos traídos desde África por aquellas mujeres y hombres salvajemente esclavizados. Es una herencia familiar y se ha mantenido fiel a esa tradición, a esos orígenes, explorando la dimensión mágica del hombre.
Quienes han estudiado detenidamente su obra destacan que en los primeros años, el artista buscaba el misterio de la creación a través de los orishas del panteón yoruba-lucumí. En la década del 70 comenzó a representar escenas cotidianas y así fue ensanchando la mirada pero marcando un estilo que lo distingue a nivel internacional.
Mendive representa esa cubanía que algunos quieren disimular, buscando pretextos para no ver la belleza de lo negro.
Mendive es la resistencia. Por eso está, hace mucho tiempo, entre los imprescindibles de las artes plásticas cubanas.
Entre tantos reconocimientos y condecoraciones que ha recibido hay que resaltar el Premio Adam Montparnasse en la exhibición del Salón de Mai en París, el Nacional de Artes Plásticas de Cuba y la Orden Caballero de las Artes y las Letras del Ministerio de Cultura de Francia. En 2009 recibió la Medalla de los Cinco Continentes de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).
¿En qué estado se encuentra su creación?
El tema central siempre es la vida, que es hermosa. El paisaje que me encanta; aquí lo tengo, como lo ves. Me motiva mucho la vegetación, los animalitos y que la gente sea feliz. Con mucho o poco, pero que seamos felices. Lo que sí no me gusta es la tristeza: ni para mí, ni para nadie.
¿Usted tiene algún “ritual” a la hora de pintar? ¿Escuchar música?
(Se ríe). Me encanta la música: Vivaldi, Bach, Mozart… los maestros. Pero no puedo pintarte con una rumba de cajón. Me gusta, pero para motivarme no. Prefiero el silencio que es encantador y lo encuentro en este lugar. Ahora mismo estaba aquí, sentado, mirando las palmeras, las nubes, los pajaritos, meditando… Siempre con la presencia de los orishas.
Este año que se va ha sido de muchas pérdidas…
Es la ley de la vida, a todos nos toca. Por eso hay que verlo con otros ojos y comprender que es así.
Maestro, ¿qué le desea a los cubanos?
Lo mejor. Los brazos abiertos y que Dios, Obbatalá, todos los orishas que existen de todas las culturas, nos ayuden a tener salud, fuerza, paciencia y tranquilidad.