El artista venezolano Carlos Cruz-Diez, maestro del arte cinético y considerado como uno los principales artistas vanguardistas latinoamericanos de todos los tiempos, falleció a los 95 años.
Cruz-Diez murió este sábado en París, se informó tanto en su página web oficial como en las redes sociales de su fundación y su atelier. “Los homenajes serán realizados en la estricta intimidad de su familia”, se indicó.
No se especificó la causa del deceso, pero según medios venezolanos que incluyen al diario El Nacional, el artista murió de causas naturales.
https://twitter.com/ateliercruzdiez/status/1155452574750924800
La muerte del artista generó numerosas reacciones de pesar en las redes sociales y los medios locales.
El ilustrador venezolano Eduardo Sanabria, conocido como EDO, homenajeó a Cruz-Diez con una caricatura en la que aparece el artista en el cielo, con una guitarra en la mano, junto otro de los maestros del arte cinético, su compatriota Jesús Soto, que murió en el 2005 en París. “Ahora sí está completa la serenata cinética”, dice la caricatura que difundió Edo en su cuenta de Twitter.
Asimismo, el escritor venezolano Leonardo Padrón expresó en su cuenta de la red social que “nadie supo entender el misterio del color como él. Es uno de los grandes de nuestra historia. Su obra venció a la muerte hace ya muchos años”.
Otra mala noticia para el país: el fallecimiento de Carlos Cruz Diez. Nadie supo entender el misterio del color como él. Es uno de los grandes de nuestra historia. Su obra venció a la muerte hace ya muchos años. ¡Mi reverencia, maestro!
— Leonardo Padrón (@Leonardo_Padron) July 28, 2019
La obra de Cruz-Diez es ampliamente conocida por sus experimentos con el color, la forma y los efectos ópticos, representados a través de enormes instalaciones, pequeños y grandes murales.
“Yo no me inspiro, yo reflexiono. Reflexiono sobre la vida, sobre el arte, sobre cuál debería ser mi papel en el tiempo. Yo quiero ser de mi tiempo, no soy del pasado, soy de hoy”, dijo el artista a The Associated Press en una entrevista en Nueva York en el 2008 en la que se definió como un “explorador”.
Nacido en Caracas el 17 de agosto de 1923, Cruz-Diez integró junto a sus compatriotas Alejandro Otero, Juvenal Ravelo y Soto el movimiento cinético de Venezuela, que surgió a mediados de 1950 y en las décadas siguientes se convirtió en una de las expresiones artísticas más destacadas de la América Latina.
Inició su carrera en la Escuela de Bellas Artes de Caracas y, tras graduarse, trabajó como director artístico de la agencia de publicidad McCann-Erickson y como ilustrador para el diario venezolano El Nacional.
En 1957, luego de sus viajes por París y Nueva York, fundó en la capital venezolana el Estudio de Arte Visual, una escuela de artes gráficas y diseño industrial. Dos años después se trasladó a París, donde empezó a experimentar con el arte cinético mientras enseñaba en la Université d’Enseignements et de Recherches.
En 1965 fue nombrado asesor del Centro Cultural Noroit en Arras, Francia. A comienzos de la década de 1970 se desempeñó como profesor en la Escuela Superior de Bellas Artes y Técnicas Cinéticas en París, una ciudad a la que amó y donde trabajo y vivió junto a su familia. En 2008 adquirió la nacionalidad francesa.
“El arte siempre me apasionó, pero en mi juventud, y creo que eso le pasaba a muchos latinoamericanos, uno se sentía marginado, siempre eran ajenos a nosotros el mundo del arte. En los libros y en muchas otras cosas, nosotros no teníamos arte ni parte en lo que pasaba en el mundo”, dijo Cruz-Diez en una entrevista con The Associated Press en el 2009.
“Teníamos una situación de dependencia cultural”, explicó. “Nos fuimos a Europa en busca de información; el impresionismo y otros movimientos nos llegaban con 30 y 40 años de atraso, de allí surgió nuestra necesidad de modificar el soporte del arte, surgió nuestra necesidad de rupturas y de hacer surgir nuevas expresiones de expresarnos”.
Acotó que “no es casualidad que los movimientos de rupturas del siglo XX surgieron de países de inmigrantes como Argentina, Brasil, Uruguay y Venezuela, todos los movimientos de vanguardia, que dieron nuevas bases al arte de esos países”. Los artistas venidos de países de inmigrantes, “con una historia reciente, teníamos la capacidad de ser irreverentes, crear nuevas discursos y así cada uno a su manera, encontramos formas distintas de darle nuevos soportes al arte”.
Siempre calificó su trayectoria artística como una búsqueda para “dar una noción al mundo cromático… Como una investigación permanente”.
Sus estructuras espaciales, “Chromostructure”, dieron origen a lo que se conoce como “Physichromie”, “Transchromie”, “Induction Chromatique”, “Couleur Additive”, y “Chromosaturation”.
En sus obras dejó muestras de que el color, al interactuar con el observador, se convierte en un acontecimiento que trabaja por cuenta propia y es capaz de irrumpir con fuerza en el espacio sin la ayuda de la forma, sin necesidad de relatos, anécdotas, sin necesidad de símbolos.
“Para mí, el arte y la vida han sido una sola cosa y el arte es para la gente. Intento que mi trabajo sea participativo y que el arte sea invención, descubrimiento e innovación”, dijo.
En Venezuela, la obra de Cruz-Diez mantiene una estrecha comunión con la arquitectura y el urbanismo que se desarrolló a partir de la década de 1970, en la que Caracas terminó de dar el salto definitivo de ciudad casi rural a una de las más cosmopolitas de la región.
Sus obras, saturadas de luz, color y movimiento, engalanan el desenfrenado ritmo de varias ciudades del mundo. Los venezolanos han tenido el privilegio de admirar muchas de las obras más alucinantes como parte del ornato de aeropuertos, puertos, plazas, estaciones del tren metropolitano, teatros, calles y avenidas.
“Siempre he creído que el arte no está aislado de la sociedad, el arte es un mecanismo de comunicación, no debe estar encerrado en cuatro paredes, por eso siempre me gustó tomar la calle, hacerlo lo mejor posible, ser sincero y ofrecerlos a todos”, expresó el artista.
La obra “Cromointerferencia de color aditivo” de Cruz-Diez, que se instaló en 1978 en los pisos de la entrada del Aeropuerto Internacional Simón Bolívar de Maiquetía, se ha convertido en el símbolo de muchos de los venezolanos que han migrado como consecuencia de la crisis que golpea al país suramericano.
Entre sus muchas condecoraciones y premios destaca la orden de Comandante de las Artes y las Letras de Francia, otorgada en el 2002.