Los Fors, originarios de Cataluña, llegaron a Cuba en tiempos de la colonia. Es una familia que se inscribe entre las fundadoras de Nuestra Señora de las Nieves, de Mantua, según constata un documento de la época que, con celo, conserva José Manuel Fors.
La obra de Fors –quien vive y trabaja en La Habana– tiene como sustento la memoria, interpretada como capas que se superponen y sedimentan al paso del tiempo. Pero su concepto de tiempo no tiene que ver, necesariamente, con la categoría filosófica que alude a una sola dirección. No. Para Fors el tiempo es un asidero, un anclaje, a partir del cual se teje un sinnúmero de historias y vivencias que se entrelazan para crear atmósferas, a veces, sobrecogedoras, que te catapultan al futuro.
En su discurso el artista hace suyo un tiempo no vivido y, a la vez, palpable porque ha llegado a este no solo por el recuerdo sino por las muchas fotografías con las que ha convivido desde que era un niño y que, sin dudas, se han convertido en referentes para él: “mi abuelo paterno fue un importante botánico y poseía muchos manuscritos y dibujos de plantas –revela en conversación exclusiva con OnCuba–, y cuando en tu casa nadie bota un documento de cierto valor y se conservan cajas de fotografías que atesoran la historia familiar, todo eso se convierte en una mina de información a tu alcance con la que puedes trabajar”.
Fors insiste, una y otra vez, en que “no se considera un fotógrafo” aunque utiliza las bondades de la cámara como herramienta para hacer la obra: “no suelo tomar fotografías en la calle; no tengo una mirada de fotógrafo. La cámara la uso para sustituir el dibujo y la pintura”. Es decir, que una parte de su quehacer se nutre del espíritu de las imágenes captadas décadas atrás –hasta por fotógrafos ambulantes– y que somete a un proceso de mayor envejecimiento. También, en sus instalaciones se apropia, recicla o reutiliza elementos para, desde ellos, emitir señales de contemporaneidad.
Desde su primera exposición personal en 1983 –“Acumulaciones”–, José Manuel Fors apostó por la instalación, “porque es mucho más libre que la escultura”, manifestación que, asegura, es “controlada y con normas que hay que respetar”. Antes, tuvo un brevísimo paso por la abstracción matérica –de ese momento se conserva una obra en los fondos del Museo Nacional de Bellas Artes–, pero Fors no se autodefine como un pintor abstracto porque “rápidamente pasó de la pintura matérica hacia la instalación”, apunta.
Admirador de los artistas españoles Antoni Tàpies y Manolo Millares, “por la manera ruda con que trabajaron la tela cruda o arpillera, las cuerdas y los objetos”, Fors integra la reducida lista de los artistas que conformaron la exposición Volumen I, en la cual también participaron José Bedia, Ricardo Brey, Flavio Garciandía, Tomás Sánchez, Rogelio López Marín (Gory) hasta completar once. Las encendidas polémicas generadas por la muestra Volumen I “nunca las entendí”, dice Fors: “jamás comprendí el porqué de tanta conmoción” y, a la luz del tiempo, “viendo las escasas imágenes que existen, me percato que, quizás, Volumen I, apostó por un lenguaje diferente al habitual en ese momento”.
Muy feliz y agradecido por el Premio Nacional de Artes Plásticas 2016 –que reverencia la obra de toda la vida y que es el máximo estímulo concedido en la Isla a los creadores vinculados con las artes visuales–, considera Fors que “es, también un reconocimiento a su generación”, al tiempo que ya comenzó a pensar en cómo y cuál será su propuesta de exposición para Bellas Artes en diciembre de 2017, parte, también, del mencionado premio.
Mientras tanto, este singular artista –que confiesa poseer “una gran paciencia para la vida y para la obra”– continúa sumergido entre manuscritos y poemas que datan de 1848; una instantánea tomada en 1944, cuando su padre trabajó como agrimensor en la construcción del sanatorio de Topes de Collantes; una carta, en perfecto catalán, que su tatarabuelo Sagimón escribiera a la madre y que jamás envió, o en el título que su abuelo, Alberto Fors Reyes, obtuvo por sus estudios de agronomía en la prestigiosa Cornell University, de Nueva York.
Igualmente, los “atados de memoria” –costumbre añeja de mantener unidas cartas, retratos y dedicatorias por una cinta, cuerda o lazo–, y que son verdaderas columnas de la memoria, continuarán alimentando el quehacer de José Manuel Fors.