El pintor cubano Carlos Guzmán experimenta con los sueños de los alquimistas en sus más recientes cuadros de una serie bautizada como El elixir de la vida, que expondrá del venidero 20 de junio al 12 de julio en la galería Mart de San Petersburgo, en Rusia.
Las creaciones dan continuidad a una colección exhibida en la ciudad de Nueva York, Estados Unidos, el pasado mes de abril, con la misma temática, para nada ajena al espíritu y el sistema de creencias de este pintor, dibujante, escultor e ilustrador de publicaciones.
“El elixir de la vida ya está descubierto”, asegura con la misma serenidad dedicada a los lienzos.
“Si cada persona se analiza a sí misma, intenta saber quién es, cuáles son sus problemas, defectos, cómo superar un error, mejorar comportamientos y transmitir un tipo de energía favorable a la comunicación, llegaría a la felicidad”, argumentó el artista.
La visión particular de Guzmán sobre este tema incluye hacer siempre el bien, tratar a los otros con respeto y convertir las energías negativas en positivas, esto para él conduce al elixir incomparable de la felicidad.
Al observar sus cuadros, el espectador percibe cierta atracción por las novelas de caballería, las intrigas de las cortes, la vida de juglares, alquimistas e inventores de siglos pasados con sus dudas, búsquedas y suposiciones sobre la naturaleza y el universo.
Como la mayoría de los cubanos nacidos en la segunda mitad del siglo XX, Guzmán admira la cultura rusa pues creció entre objetos y conceptos culturales de aquella nación.
“Mi papá trabajaba en una unidad militar junto con rusos y todos los fines de semana iban en caravana para la playa y hacían grandes banquetes, propios de la idiosincrasia eslava. Por otra parte, las ilustraciones de los libros siempre me gustaron y los dibujos animados me encantaban, soy un apasionado del cine ruso, sobre todo de Tarkovski. Además, yo crecí en una época en la que comíamos carne rusa, merendábamos compota, era normal tener un radio Celena, un ventilador Órbita, una lavadora Aurica. Toda la generación de los ‘70 le debe mucho a esa cultura porque vivíamos prácticamente en Rusia, lo que sin el frío”, sostuvo.
Cuando culminó sus estudios en la academia cubana de artes plásticas San Alejandro, Carlos intentó elevar el nivel en la escuela homóloga rusa y aprobó los exámenes de ingreso, pero la con la caída del Campo Socialista ese año (1989) los vínculos entre instituciones desaparecieron y el viaje nunca se dio.
El estilo de Guzmán cruza más por la Europa medieval y luego renacentista que por la Cuba caribeña y multirracial, las ideas para gran parte de las creaciones brotan de la niñez, de montones de relatos y creencias familiares.
“Muchas imágenes están relacionadas con historias que contaba mi familia campesina de raíces españolas, y eran narraciones sobre brujas, inventos para transformar objetos o sustancias, convertir piedras en oro por ejemplo, o la supuesta ubicación de tesoros escondidos o de aparatos para facilitar la búsqueda de esas fortunas. Siempre que nos reuníamos de noche, alguien tocaba aquellos temas”, explicó.
Para mayor goce, en la finca de sus abuelos, en la provincia de Villa Clara, encontraron uno de los famosos tesoros debajo de una piedra cubierta de moho. Cuando su padre era niño, la usaba de pedestal para tirarse al río y un día llegaron unos hombres con un detector de metales y resultó que aquel pedrusco era una bola de cera donde habían alojado doblones de oro, joyas y otras piezas antiguas.
“Yo me siento deudor de la cultura europea y en Cuba influyó muchísimo en la arquitectura, las producciones artísticas y modos de vida”, relató este niño grande que los años y las pasiones llevaron a coleccionar juguetes de gran factura.
En su estudio, ubicado próximo a la intersección de las calles Oficio y Obispo en la Habana Vieja, Carlos trabaja rodeado de miniaturas de trenes, camiones de carga, carros de bomberos, grúas, ómnibus, un helicóptero y una escopeta que no alcanzó a disparar en la adolescencia por la escasez común en aquella época. Aquel arma ficticia, recostada en una de las paredes del taller, simboliza la perseverancia; pues el niño inquieto la persiguió durante décadas hasta capturar un ejemplar, que debido al paso del tiempo y otros imprevistos costó una suma 80 veces superior al inicial.
Para Guzmán la máquina es inseparable del hombre, por eso incluye en sus obras distintos artefactos como piezas de relojes, radios, compases, fonógrafos, viejos proyectores de cine, faroles, rondanas y antiguos instrumentos de laboratorios de física y química.
Sin embargo, dice ser consciente del valor transitorio de lo material porque cuando los seres humanos viajan a otros espacios sus posesiones no tienen el mismo significado para otros.
“Uno se preocupa por un montón de cosas materiales que al final van a quedar y ser detectadas por otros, pero somos un mínimo grano de azúcar en medio de un mar inmenso, cuando nos percatemos de esto tendremos mayor claridad en la vida”, aseguró.
Muchos objetos, símbolos o formas no aparecen a simple vista en sus lienzos, pero las escenas de Guzmán empujan al detenimiento en un mundo donde se mezclan sin límites fantasía y tiempos pasados, aventuras renacentistas, presupuestos naturalistas y signos de la masonería.
Compases y lupas, ojos, añejas cerraduras y llaves, estrellas, soles y lunas, comparten el espacio con mariposas, peces, caballos, aves y flores.
“Uno lleva a la pintura un montón de metáforas, símbolos, historias que ocultan mensajes u otros relatos. En lo que pinto me gusta esconder, ponerle pistas al espectador, y quien haya leído un poco sobre símbolos podrá descubrirlos, y hablo no solo de imágenes sino de números”, reveló.
A veces debemos fijarnos mucho para detectarlos, pero están, y algunos personajes parecen híbridos entre distintos seres vivos o de estos y algún artefacto misterioso que juega con la idea de transformación, muy apreciada por Carlos.
Paradójicamente, odia los móviles y asegura que apenas se sienta en una computadora, no le interesan los programas de edición, diseño u otros relacionados con las artes plásticas, le asusta la tecnología muy moderna porque, a su juicio, los artefactos deben apoyar al hombre, pero no dominarlo.
“Los jóvenes de hoy están muy pendientes de lo tecnológico, de los juegos, los videojuegos y el ser humano debe dedicarse un poco más a él, a relacionarse con la naturaleza”, señaló.
Según Guzmán, la tecnología consume al ser humano y lo aleja muchas veces del verdadero camino de la felicidad, que en realidad es sentirse a gusto con uno mismo, ser imprescindible para otros, vivir en comunión con los seres próximos y con la propia naturaleza.
“Como artista yo necesito dibujar, embarrarme, probar la pintura, prefiero hacer las cosas con mis manos y para nada critico al artista que necesite de las nuevas tecnologías para trabajar, porque también son herramientas”, reconoció el profesor de dibujo, ilustración y pintura con obras en galerías y museos de Austria, Reino Unido, Argentina, Sudáfrica, Portugal, Brasil, México, España, Francia, Holanda y otros países.
Después de exponer en San Petersburgo, Guzmán partirá al Principado de Andorra, a fin de participar en la cuarta edición del foro internacional “Colores para el planeta”, convocado por la Unesco. Por primera vez, Cuba tendrá un representante en este evento y Guzmán fue el elegido por el Consejo Nacional de las Artes Plásticas de Cuba y el organismo internacional. Artistas de los cinco continentes crearán obras in situ para ser rotadas por galerías y eventos, según decida la Unesco.
El taller de Guzmán ocupa un piso de una casa colonial cedida por el historiador de la capital, Eusebio Leal, a cuatro grandes de la plástica nacional para el desarrollo de sus obras: Pedro Pablo Oliva, Zaida del Río, Ángel Ramírez y el entrevistado.
La entrada al área de Guzmán muestra bocetos de algunas de las figuras de su mundo y una modesta colección de máquinas de escribir y proyectores de cine de varias décadas de edad, sin embargo, insiste en todo momento en la purificación y correspondencia de energías.
“Cuando uno deja de vibrar acorde a la naturaleza es terrible, mientras más nos separamos de ella peor, pues solo en la cercanía podemos apreciar lo que realmente somos”, apuntó entre tazas de café y pinceladas.