“Aunque Servando no fue directamente mi profesor,
su ejemplo como artista seguro y de firmes convicciones,
su amor por la cultura mundial y nacional,
por nuestros valores y raíces, su respeto por el arte de los demás,
influyeron significativamente en mi Carrera”.
Tomás Sánchez
“Servando hacía que uno agradeciera estar vivo cada minuto”.
Flavio Garciandía
Cualquier artista visual es solitario por definición. Se trata de la singular situación del ser humano ante el lienzo, la madera, el mármol, la placa de grabado, el lente de la cámara, en fin, cualquiera sea el soporte donde creará sus símbolos. Es la soledad del creador en diálogo con sus ideas e imágenes preconcebidas, una soledad similar a la del corredor de fondo en el atletismo, solo absolutamente, acaso siempre consigo mismo.
Pero motivos extra-artísticos pueden incrementar esa condición. Todas las razones, las propias del arte (incluyendo su obra singularísima, que se desmarcó de las demás) y las de los avatares de la vida, debieron ser las que llevaron a la intelectual Graziella Pogolotti, que conoció de cerca al artista y fue su amiga, a remarcar expresamente que Servando Cabrera Moreno había sido un “paseante solitario” en el panorama plástico cubano. Y ciertamente lo fue en muchos sentidos.
Este 28 de mayo celebramos sus cien años. Servando (La Habana 1923-1981) ha sido comparado por algunos especialistas con los mayores exponentes de la pintura cubana, léase Wifredo Lam, René Portocarrero, Mariano Rodríguez y Carlos Enríquez, entre otros, debido a su enorme talento como dibujante y pintor y a una obra que se muestra imponente por su calidad técnica y su pluralidad temática.
Fue grande entre los grandes. Probablemente, el artista cuya obra ejerció una influencia mayor que ninguna otra en la pintura insular de la década de los setenta del pasado siglo, hasta el presente.
Cabrera Moreno fue un creador imbuido por la experimentación y la innovación constantes. Nunca permaneció por mucho tiempo en un mismo sitio, temática o estilo. Su obra se fue desplazando, en rápidas permutaciones, de lo académico a lo vanguardista, del expresionismo al retrato, de la influencia del primer Picasso a una manera personal de afrontar el tema cuerpo, de lo geométrico a la abstracción, de las influencias de Goya y la pintura neorrealista italiana al expresionismo, del colorismo barroco al tratamiento de la arquitectura habanera y la luminosidad caribeña en una suerte de abstracción geométrica muy singular.
Finalmente, fue de la figuración grotesca a la fuerte carga antropológica que experimentó su obra en los primeros años de la Revolución y que fue uno de sus signos distintivos en lo adelante.
Servando viajó lo suficiente como para llenarse las retinas de los maestros de la historia del arte (Boticelli, Goya, El Greco, Miguel Ángel, Van Gogh, Pablo Picasso, De Kooning, Bacon, Tamayo, Saura, entre los preferidos), de las corrientes artísticas de las épocas pasadas, de los eventos del arte en tiempo real, y expuso en galerías europeas, todo lo cual confluyó en la construcción de una cultura personal que mucho aportó al crecimiento de su obra.
Amante del cine (Federico Fellini en primer lugar), la buena literatura y el teatro, Servando se reveló como un animador de la escena cultural cubana antes y después del triunfo del primero de enero de 1959. Para muchos, era un renacentista auténtico. Esa curiosidad ilimitada sobre la cultura universal lo movió a armar una colección de piezas de arte popular adquiridas en sus numerosos viajes, fue una de sus pasiones y consiguió reunir un conjunto considerable en el que se pueden ver vajillas y cerámicas mexicanas y españolas, retablos de arte peruano y vasijas portuguesas, entre otras piezas de valor. Convirtió su casa en un museo con todas estas adquisiciones.
La Revolución le inspiró cuadros extraordinarios de milicianos y macheteros. También de otras temáticas producto del estremecimiento que en él produjeron los cambios sociales y la contagiosa efervescencia popular de entonces. En ese sentido, puede considerarse como un maestro de la épica revolucionaria, quizá superior a los otros artistas que produjeron obras bajo esta influencia.
Entre sus mayores satisfacciones, se encontraba la de impartir clases y fue muy querido por sus alumnos. Flavio Garciandía, un artista-educador si los ha habido, lo dijo de esta forma: “Servando era un súper maestro desde su ejecutoria como artista, desde su rigor y entrega a la Pintura con mayúscula”. En 1965, cuando fue suspendido y no pudo impartir más clases por ser homosexual, los primeros perjudicados fueron sus alumnos, algunos de los cuales lo visitaban en secreto, pues también estaba prohibido sostener relaciones con él. Su expulsión fue una decisión injusta e intolerante que lo hizo sufrir en soledad.
Servando tuvo, a partir de ese momento, una vida difícil debido a la homofobia imperante en el país en los turbulentos años sesenta. Su condición de homosexual asumida con franqueza y su voluntad de defender con dignidad su libertad sexual, provocaron, primero, su despido como profesor y más tarde un prolongado ostracismo que afectó igualmente a decenas de creadores, dramaturgos y escritores en la segunda mitad de esa década (sobre todo en la siguiente), cuando tales intolerancias llegaron al extremo de edificar un engendro cruel como las Unidades Militares de Ayuda a la Producción, nombre eufemístico de las tristemente célebres UMAP, existentes entre 1965 y 1968, en las que se enclaustraron a decenas de jóvenes con el propósito de “forjarlos” como “hombres nuevos”. Afortunadamente, no fue confinado en dichos campamentos, aunque su temor a dicha posibilidad se reflejó en algunas piezas de esos años.
Sin embargo, Servando no dejó de crear arte. A partir de los setenta, ya desplazado de los circuitos oficiales por las razones apuntadas, el erotismo fue su estación temática más duradera, en ella creó cuadros realmente impresionantes con cuerpos amatorios ávidos de placer, cuerpos sin rostros, que configuraron una estética muy particular.
El dinamismo de las líneas y el tratamiento de las gamas de colores alcanzaron niveles de maestría pictórica (Servando fue, a mi juicio, el dueño y señor de la gama de los azules), así como la desinhibición y frescura con que presentó las escenas sexuales y las zonas erógenas, dejando una series de piezas que no han perdido actualidad y no la perderán jamás, dada la centralidad cada vez mayor de lo sexual en el arte posmoderno o contemporáneo. Más aún en el presente con la hegemonía de las teorías queer y la gran pluralidad que han alcanzado los debates sobre la cuestión de los géneros.
A su temática erótica o amorosa se han referido numerosos críticos y estudiosos. El curador del Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA) Roberto Cobas, por ejemplo, expresó: “Las imágenes de su pintura erótica pueden estar tanto en función de la expresividad como de un esteticismo refinado. La pintura de Cabrera Moreno es un gran canto sinfónico al cuerpo humano enfatizando su monumentalidad”. Nelson Herrera Ysla expresó: “Para Servando el amor no tenía fronteras y se tornaba dinámico cuando asomaba el erotismo en manos, brazos, muslos, nalgas, torsos indistintos, trasparentados metafóricamente en bosques, selvas, habitados por seres que se aman en una entrega total…”.
Por su parte, Rufo Caballero consideró que: “…cuanto apreciamos en Servando es pulsión de un deseo transexual (o pansexual) que, anidando a ratos en una u otra variante identitaria, se pasea por sobre los cercos y los dominios…”. Y es que la sensualidad de sus cuadros, pudiera decirse voluptuosidad, y el gran formato en que fueron pintados, producen en el espectador la reflexión sobre el Eros en plena función vital. Nos recuerdan que el erotismo posee su propio lenguaje, que es un espacio que equivale al rumor de la insinuación y al roce de la caricia, que es vértigo y demencia de la piel, desboque de la razón, violencia, sublimación de nuestros fantasmas, en fin, hambre de vida.
La obra pictórica de Servando Cabrera está grabada en un friso imaginario al que solo llegan los escogidos del arte de todos los tiempos. Su obra presenta las credenciales de la integralidad del arte. Fue y es un maestro indiscutible y se podría decir con propiedad que apenas comienza la crítica especializada a ocuparse de su obra. Ya hay una bibliografía atendible que deberá crecer con el tiempo.
Su centenario no pasará por alto. En Panamá, la galería NG Art Gallery inauguró este mes la exposición Desde mi isla, con curaduría de su equipo técnico, la producción conjunta del Museo Biblioteca Servando Cabrera y la Fundación Los Carbonell. En Cuba, será celebrado con varias exposiciones de otros artistas y, de manera principal, con una gran exposición en el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA), La memoria de los borrados, con curaduría de Teresa Toranzo Castillo y Rosemary Rodríguez Cruz, en el venidero mes de junio, que contará con un catálogo de excelencia, además de conferencias y otras actividades colaterales.
El Museo Biblioteca que lleva su nombre, a cargo de todas las iniciativas del homenaje y en coordinación con otras instituciones culturales ha desarrollado desde sus inicios múltiples eventos y exposiciones dedicadas al maestro. Lo hizo hace diez años cuando gestó las “Jornadas dedicadas al erotismo en la obra de Servando Cabrera”, en la Biblioteca Nacional de Cuba, con la participación de reconocidos especialistas y de las que se publicó el libro Epifanía del cuerpo, con todas las ponencias. También publicó el espléndido libro de arte Servando Cabrera Moreno. El abrazo de los sentidos, en 2013, probablemente es lo más completo publicado hasta ahora sobre el artista. La Fundación Los Carbonell, cuyo presidente se encuentra ahora en Cuba, posee la mayor colección privada de la obra del artista, y también está participando del homenaje cubano de manera importante.