El primero de diciembre de 1961, con la proyección de El Acorazado Potemkin, tenía lugar la primera exhibición de la Cinemateca de Cuba.
Fue “durante el ciclo ‘Tres Décadas del cine Soviético’ recuerda el crítico e investigador Luciano Castillo, actual director de la Cinemateca, “a partir de un préstamo de la cinemateca de la Unión Soviética de películas de los años ’20 al ’40, muchas de ellas nunca exhibidas en Cuba en ese momento”.
Desde 2014 Castillo tiene a su labor la dirección de esta institución creada en 1960, poco después de constituido el propio Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográfica (Icaic). Ahora con una nueva sede en la antigua morada del intelectual Alfredo Guevara, el archivo fílmico nacional asume no solo el reto de la salvaguarda del patrimonio fílmico y la educación de un público cinéfilo, también aspira a convertirse en centro de referencia para la cultura nacional.
La cinemateca debe rescatar ese poder de convocatoria de aquellos primeros años, donde la institución llevó parte de lo mejor del cine cubano e internacional a todos los rincones del archipiélago.
Castillo, como buen conocedor de la historia del cine nacional, de la propia institución y, cinéfilo al fin, trabaja en el futuro de la Cinemateca con el mismo ímpetu que sus predecesores para retomar ese vínculo del espectador con la sala oscura que tanto languidece en tiempos de televisión, streaming y comodidades hogareñas.
¿Cómo fueron los orígenes de la actual Cinemateca?
Ya son 61 años de la Cinemateca de Cuba creada por el Icaic, porque antes de la Revolución hubo otra. Poco después de creada fue admitida en la Federación Internacional de Archivos Fílmicos (FIAF) y comenzó el reto que queremos mantener.
Hay que partir que la Cinemateca se nutrió de la experiencia, primero a partir de la creada antes del triunfo de la Revolución, que se mantuvo con mucha pasión por parte del Cine Club de La Habana, fundada en 1948 por German Puig y Ricardo Vigón, que después atrajo a Tomás Gutiérrez Alea, Néstor Almendros, y otro grupo de cinéfilos y cineastas.
Después, por vínculo establecido por Henri Langlois, de la Cinemateca francesa, empezaron a recibir copias que se exhibieron en distintos lugares, que oscilaron entre el Museo de Bellas Artes hasta el antiguo Liceo Tenis Club de la calle Calzada en el Vedado, pero aunque publicó programas, se inscribió en el registro de asociaciones del Archivo Nacional de Cuba, no llegó a ser miembro permanente de la FIAF por diversas razones, y una de ellas fue el no poseer un archivo fílmico propio.
Sí se hicieron intentos por preservar y localizar algunas películas cubanas, pero no pasó de unas buenas intenciones. Se nutría de lo que se recibía desde el extranjero y fue precisamente Langlois quien les sugirió que trataran de buscar un estatus para pertenecer a la FIAF, porque era prohibido enviar esas películas, pero él se arriesgó.
Gracias a esa cinemateca en Cuba se vieron títulos nunca antes puestos, es como decimos, más leídos que vistos. Después desaparece la Cinemateca por diversas razones y el 6 de febrero de 1960 se crea la actual.
¿Qué salvar de aquella etapa?
El movimiento de cine-movil, que nació acá y después se convirtió, por la envergadura que adquirió, en un departamento independiente. Siempre el Icaic quiso crear un público cualitativamente superior y de ahí la idea fue esa, llevar el cine a los lugares más apartados, desde un Cayo para los pescadores, hasta la cima de la montaña en mulos.
El reto es mantenerla. En particular esa programación de tantos años. También extenderla, algo que es propio de nuestra cinemateca, que antes era un museo ambulante de cine que circuló por todas las provincias del país, en formato de 35 mm, también a lugares como Moa, el municipio especial Isla de la Juventud… eso es algo que no ocurre en el resto del mundo.
Normalmente las cinematecas están en capitales o en la segunda ciudad más importante de un país, pero en Cuba llegamos a tener esa fortuna y la idea es restablecer con los nuevos equipos que ha adquirido el Icaic, que la Cinemateca de Cuba llegue al interior del país.
Por ejemplo, en mi caso me formé en la Cinemateca de Camagüey y como yo muchos otros cinéfilos del interior del país nos formamos con la programación de la cinemateca que se exhibía lo mismo en La Habana que en el resto de las provincias, una tarea que hacía el propio Héctor García Mesa, quien fuese durante muchos años el director de esta institución.
Muchas veces el público asocia el espacio de una cinemateca para realizadores, estudiantes, críticos o investigadores.
Eso puede ser una impresión errónea. La función principal de la cinemateca es la preservación del patrimonio fílmico nacional, por encima de todo, pero paralelamente está la preparación de un público cualitativamente superior, a partir de una programación equilibrada desde todo punto de vista: géneros, tendencias, nacionalidades, clásicos y obras contemporáneas del cine, etc.
¿Cómo asume la cinemateca la entrada del cine digital hace ya algunos años?
Es bastante difícil porque es mucho el acceso que hay e incluso ha variado la forma de ver el cine. Hay mucho cine individual y sigo, como muchos, defendiendo la magia de la sala oscura. Nunca por mucha comodidad que tengas en tu casa será igual a aislarte en una sala oscura con un punto luminoso donde te tengas que concentrar, porque en la casa te levantas a tomar agua, suena el teléfono… siempre hay algo que te distrae.
Esa democratización ha hecho que tengamos acceso a películas que nunca soñamos con exhibir, siquiera ver. Muchos filmes no llegaron a Cuba en su momento por determinados factores, entre ellos la adquisición de los derechos de distribución, que es algo que las personas no dominan mucho.
¿En cuánto ayuda a la institución contar con esta nueva sede?
Tener un nuevo espacio era ya una necesidad imperiosa y un traslado por el cual no podíamos esperar más. Esta nueva sede permite reunir los fondos y archivos en un solo lugar bien distribuido, que no hay demasiado espacio pero que en un futuro se ampliará, además de acomodar una sala de proyecciones para ofrecer talleres, brindar información al público y a su vez exhibir películas.
Queremos también rescatar el área del patio, que tentativamente tendrá el nombre de El patio de Alfredo, para organizar un cine al aire libre, pero también un lugar que funcione como espacio cultural para confraternizar entre estudiantes, realizadores, cinéfilos y amantes de las artes en general.
El rescate del cine independiente resulta otro reto.
Resulta un gran desafío primero por los formatos. En Cuba no existe una ley de cine que obligue a todos los productores, independientes o no, al depósito de una obra en cinemateca, solo el Icaic cumplió eso durante muchos años.
Estamos a la caza de tratar de reunir a las personas que han producido cine lo depositen en este el lugar, ideal para conservarlo y tener la referencia de todo lo producido en determinado período de tiempo.
En un futuro, ojalá cercano, posiblemente se establezca la obligatoriedad a las productoras del depósito de una copia de todo un grupo de archivos que acompañan una película: una copia del filme, el tráiler, el guion, la propaganda, cartel… todo lo que rodea la película, siempre para bien del cine nacional.