Ahora que el Festival de Cine marca el ritmo de La Habana y un oleaje de impenitentes desanda la Rampa, entre espasmos de lluvia y militantes de la Wifi, regresan a mí tantos otros días, de otros festivales, unidos en el amasijo de la memoria.
Dicen que el cine tiene un poder evocador y ciertamente cada diciembre, al volver a las concurridas aceras del Vedado, siento el cosquilleo de los recuerdos. Recuerdos felices o menos afortunados, dispuestos siempre a saltar tras la primera liebre, tras el primer rostro conocido, tras la primera cola que dobla la esquina y se asemeja a tantas colas anteriores en las que me zambullí con el entusiasmo propio de la juventud.
Fue hace ya veinte años –digo veinte años, la verdad, y no me lo creo– que llegué por primera vez a La Habana en tiempos de festival. Formaba parte de una tropa de universitarios orientales, dispuestos a tomar los cines por asalto sin importar las muchas escaseces del Período Especial ni los veinticuatro pisos de la beca de F y 3ra que subíamos y bajábamos a pie varias veces cada día. Calificar de heroicas esas jornadas sería, cuando menos, un acto de justicia.
De aquel, mi primer festival, recuerdo casi todo, desde la cola titánica en el Yara para ver Caballos salvajes, de Marcelo Piñeyro –horas y horas moviéndonos a paso de tortuga para luego precipitarnos en una cabalgata desbordada, salvaje como la del título del filme, hacia la sala oscura–, hasta un furtivo romance en el cine de Guanabacoa, hacia donde habíamos escapado huyendo de todo el que tuviera ojos para ver. De la película, honestamente, no memoricé ni el título.
Recuerdo también el asalto masivo al Trianón –cuando aquello un cine más del circuito capitalino– para ver la extraordinaria y emotiva En el nombre del padre, del irlandés Jim Sheridam. El cordón policial se quebró como una pajilla, las puertas estallaron y, sin saber cómo, me vi sentado a kilómetros de mis amigos, entre desconocidos que al final resultaron no tan desconocidos y que, como yo, aplaudieron a rabiar cuando la pantalla se apagó y las luces se prendieron.
Y recuerdo la decepción ante películas innombrables, cintas que entonces me parecieron horrorosas –tal vez por pasión o desconocimiento–, y cuyo aliento nefasto me provoca aún más de un escalofrío cada vez que entro en una sala de cine. Hablo de películas que nunca podría volver a ver y las que, sin embargo, me ayudaron a comprender la naturaleza precaria de la pretendida alta cultura y me hicieron desconfiar, al menos en materia cinematográfica, hasta de mi sombra.
Podría pasar horas y horas hablando de aquel festival, mi bautismo de fuego, pero sería injusto y egoísta. Injusto con mis otros recuerdos, con la huella de los demás festivales en los que estuve desde entonces, de forma intermitente pero arrolladora, capaz de sembrar en mi retina los fragmentarios fotogramas de Memento y las épicas batallas –no siempre ganadas– para ver filmes de Fernando Pérez, Pedro Almodóvar, Arturo Ripstein y Lars Von Trier.
Y egoísta, bueno, porque como yo de seguro muchos lectores –entre ellos tal vez usted mismo–, acopian sus propios recuerdos del festival, sus historias felices y menos afortunadas, sus experiencias flamígeras y lecciones aprendidas. Seguir narrando mis vivencias, aunque sea quizás mi prerrogativa como cronista, me parece entonces un derroche de narcicismo periodístico.
Por ello, creo más sensato dejarle un grupo de recomendaciones, una suerte de decálogo basado en las experiencias y observaciones acumuladas a través de los años en la cita habanera. Espero que mis palabras puedan ayudarlo a tener el mejor festival posible, el más fructífero y menos perturbador, para que de esa forma pueda cebar sus propios recuerdos en el pasto siempre propicio del séptimo arte. ¿Me sigue?
- El Festival es de cine, así que, de ser posible, dedíquese mayormente a ver cine en estos días. Nada de teatro, conciertos ni exposiciones de artes plásticas. Eso sí, no se salte la hora de la comida: ver una película con el estómago vacío o, peor, con una úlcera quejumbrosa, puede ser una experiencia aterradora.
- Vea el Festival como una carrera de resistencia y no como una de velocidad. Recuerde que tiene todavía varios días por delante para ver películas y dedique algún momento a tomarse un diez. No hablo de la comida, sino de sentarse en un parque o ir hasta el malecón. Piense en ello como una sesión de yoga postcinematográfica.
- Si usted es de La Habana vaya al cine que le plazca, pero si es de otra provincia –como yo– no pierda la oportunidad de visitar la mayor cantidad de salas que pueda. Cuando termine el festival puede que no recuerde bien todas las películas que vio, pero al menos podrá comentarles a sus amigos cómo estaban los cines habaneros.
- No pierda el tiempo viendo filmes cubanos. Multiplican exponencialmente las colas y enardecen los espíritus, para bien o para mal. Además, suelen reponerlas una vez que se termina el festival y son más fáciles de conseguir en los bancos de películas, o en el Paquete, así que para qué apresurarse.
- Si tiene la opción de escoger entre una cinta latinoamericana y una europea, escoja siempre la europea. Como el Festival es de cine latinoamericano la mayoría de las personas piensa que ese es precisamente el cine que deben ver. No sea entonces como la mayoría, sálgase del molde y, de paso, repase sus conocimientos de alemán, ruso o finlandés. Nadie sabe lo que puede depararle el futuro.
- Evite los cines principales en los horarios estelares. Por ejemplo, el Yara a las ocho de la noche, o La Rampa, el Chaplin y el Rivera. También todo lo que tenga la etiqueta de presentación única, de estreno o premier. Tenga por seguro que antes de ver el primer fotograma tendrá que poner a prueba toda su paciencia y/o batirse en un combate campal. Por si acaso, entrene previamente judo o kickboxing.
- No sea esnob. No persiga los filmes por lo que haya leído en Internet o en el Diario del Festival. No monte guardia desde tres horas antes en la entrada del cine si van a poner la cinta de un director de moda o de culto. Como usted habrá cientos, miles, con los guantes puestos y las pistolas preparadas. Mejor elija un documental y punto.
- Le repito, no sea esnob. Si la mayoría de la gente habla mucho de una película, váyase a ver cualquier otra. El cotilleo masivo es un catalizador para las colas, las largas esperas y los combates tumultuarios, y si la película de marras es en verdad buena ya aparecerá en algún sitio cuando se acabe el Festival.
- Rehúya de los grupos. Es muy difícil poner de acuerdo a varias personas y es muy posible que termine viendo la película que no quería, enfrentado a la cola por demás. Tampoco ande solo todo el festival. Comprenda que ir al cine es un acto social y que muchas veces lo mejor de una película puede ser la persona que lo acompaña.
- Si ya llegó hasta aquí y mis recomendaciones le parecieron necias o incoherentes, puede que tenga razón. Así que haga lo que le venga en ganas. Vea cinco películas por día, coma a deshora, combata en las colas, vaya a los estrenos, ande en grupo, incluso sea un poquito snob. A fin de cuentas, de eso se trata el Festival, ¿no?
“Vea cinco películas por día, coma a deshora, combata en las colas, vaya a los estrenos, ande en grupo, incluso sea un poquito snob. A fin de cuentas, de eso se trata el Festival, ¿no?”. Mejor descripción imposible…Solo q este año a los que les gusta estrenar bufandas y otras traperías de FIART se les ha puesto mala la cosa pq el frío no acompaña.