En Cuba, las películas porno estuvieron instaladas desde muy temprano en el panorama nacional. Gracias a un acucioso trabajo del investigador Abel Sierra a partir de un expediente que se conserva en el Archivo Nacional de la Isla, conocemos de manera documentada la existencia del Teatro Nogueira, en Marianao, que en 1909 fue sujeto de escándalo público y juicio por la proyección de películas porno en horarios nocturnos, hecho que involucró al alcalde y al jefe de policía de la localidad.
De entrada, tres cosas llaman la atención en ese legajo: la alta demanda de las proyecciones, la figura de los revendedores y el tipo de público que asistía. Un testigo de los hechos asegura que “al llegar al teatro esa noche todas las lunetas estaban vendidas”, pero que pudo comprar la suya gracias a los revendedores pagando $1.20 en plata española. El público, agrega, estaba compuesto “en su mayoría por personas de aspecto decente, entre los que figuraban los españoles en un gran número, algunos americanos y varias personas conocidas en nuestra sociedad, algunos policías locales, muy pocos en número, se veían en el salón”.
Alguien describe lo que vio e inventa de paso un nuevo género:
Las películas eran más que pornográficas, del género indecente, que reproducían escenas de realización de actos carnales y contra natura, siendo las protagonistas figuras que representaban jóvenes solteras unas con otras, religiosas fornicando con frailes, maridos con las criadas, sus mujeres con los criados y una hija de familia que ante esos ejemplos y excitada por la masturbación sale al balcón y hace entrar a un soldado que la posee, en una de las sillas de estrado. Recuerdo que el nombre de algunas de las películas era Una familia modelo y Mercado de esclavas.
Evalúa entonces las que se exhibieron esa noche:
No pueden calificarse de sicalípticas, sino como groseras y desvergonzadas: la mayor parte de ellas representaron el coito, efectuado en diversas posiciones y en algunos casos de modo muy anormal, esto es por retaguardia, empleando en este caso el nombre que recibió una de las películas. Hombres y mujeres se desnudaban completamente antes de efectuar el coito, el cual trataba de representarse del modo más exacto revelándose en los rostros de los que efectuaban todas las impresiones del orgasmo venéreo.
Más adelante, cuando termina la función y salen a escena actores del vodevil, un público frenético los interrumpía:
con solicitudes y gritos de “No queremos machos, hembras”, protestas que hacía dicho público enardecido al ver presentarse en la escena una artista ostentando un enorme falo en erección. Bailaron luego tres mujeres encueros y un hombre, la rumba, cantando luego varios couplets, como la sultana, la pulga, parodiadas con letra más viva que la conocida. Se dio el caso de que, para terminar un incidente entre algunos jóvenes y el que hacía el papel de gallego, saliera este, completamente desnudo y solo con un pingajo de gasa que, a manera de sudario, parecía cubrir sus partes genitales, los que a los sacudimientos obscenos de su cuerpo, al bailar, rebotaban al aire los testículos. El espectáculo duró hasta las 11 de la noche.
Lo que describen esos testimonios esa noche reafirma el tipo de filmes que se proyectaban en todas partes durante una primera etapa: “eran los conocidos como stag films (algo así como “ películas para machos”). En su primera etapa […] eran crudamente primitivas, obscenas, amateur, anónimas y de pobre calidad visual”. Cada país tenía sus variantes; si en Estados Unidos los hombres tardaban bastante más en conseguir el consentimiento de la mujer, en Francia eran mucho menos recatadas y más proclives a probar prácticas que incluso resultan tabú hoy en día.
Por otra parte, el testimonio de un detective nos arroja información valiosa sobre la existencia de toda una red subterránea de distribución de porno en La Habana, muy similar a las de otros países durante aquellos primeros tiempos. No ha sobrevivido ninguno de esos filmes —al menos que sepamos— pero se trataba, desde luego, de películas silentes de bajo presupuesto, con apenas guión, protagonizadas por prostitutas y por hombres que, en general, ocultaban sus rostros bajo un antifaz o máscara.
En efecto, en su informe, el detective mencionado da fe de:
algunos pequeños y medianos negocios que rentaban películas y brinda una relación de filmes encontrados en los dos establecimientos de La Habana dedicados a tal actividad: Artigas y Salas, sito en San Rafael 14, y la Compañía Unión Cinematográfica. […] En el registro del primer establecimiento se revisaron filmes como Vicisitudes de la vida, El viejo actor, Circunstancial evidencia, Casamiento secreto, Un marido vengativo, Más temperatura, Automóvil sin chofer, Un héroe de cuatro patas, Un hombre infame, La corneta de Guillermito, Músico a pesar suyo, Ladrón de bicicletas y Don Toribio, gran policía. En el segundo encontraron: Tres muchachos revoltosos, Aduanero sobornado, Venganza de perros, De París a Montecarlo en automóvil, Niños terribles en el colegio, Circo ecuestre, Barba rebelde, Evasión de presos, Noche de carnaval, El miserable, Efectos de un dolor de cabeza, Paz de familia, El primer cigarro de un colegial, Viaje de novios, Efectos del alcohol en París y El mejor amigo.
Lo anterior se verificaba en la eclosión de un de porno mundial, en el espacio concretado primero en el filme argentino El Sartorio (1907) —según algunos, el iniciador de género— y más tarde en A Free Ride (1915), tenido por el padre del cine sumergido”en Estados Unidos. El descubrimiento de esa red sugiere que no se trataba de la única en su tipo en La Habana de entonces, y conduce a pensar sobre los mecanismos de socialización/distribución de filmes porno de aquella época. Lo más probable es que los introdujeran de manera clandestina viajeros que llegaban por la vía marítima al puerto de La Habana, en especial de Europa y sobre todo de España.
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Si lo anterior ocurría a inicios de la República, hacia los años 50 del siglo XX el panorama no era muy distinto. Hablamos de un formato fijo en este tipo de actividades, es decir, de una combinación de cine más show erótico, estilos indistintamente exhibidos en el mismo teatro. Gracias al testimonio del escritor jamaicano William A Roberts hoy podemos tener una idea bastante precisa acerca de los tipos de espectáculos que se montaban en el famosísimo Teatro Shanghái del Barrio Chino de La Habana. Como este de las “policías” que, según el escritor, hacia mediados de los 50 era uno de los más populares. La escena en las tablas tenía lugar, dice Roberts:
por la noche, en una desierta plaza de la ciudad, señalada por telones de fondo pintados con lámparas de calle y las siluetas de las casas. Por el escenario paseaba despreocupadamente una mujer completamente desnuda, excepto por su sombrero y sus zapatos, que balanceaba una bolsa. La insinuación de su llamada era inconfundible. Extrajo un espejo de su bolsa y empezó a maquillarse bajo una lámpara. En ese momento se le unió una media docena de hermanas del pavimento, todas en un estado de desnudez similar. Hablaron por medio de muecas y encogidas de hombros, lo que demostraba que el negocio no marchaba bien.
Y más adelante describe la entrada de:
una hembra robusta, también desnuda, excepto por la gorra de policía, los zapatos de cuero y el bastón que llevaba. La recién llegada les frunció el ceño a las rameras, las amenazó con la porra, las puso en fila y empezó a registrarlas para ver si tenían armas escondidas. La comedia de esta última operación se extendió. No tengo que decir más. Disgustada por no haber descubierto nada, la “policía” ahuyentó a sus víctimas hacia las alas [del escenario] y ella misma se retiró a grandes zancadas, mientras la orquesta tocaba un pasodoble.
Terminado ese show, a las once de la noche el Shanghái ponía dos filmes porno. Una foto de 1956 nos muestra a un hombre sacando un boleto en la taquilla para ver las que se exhibían aquella noche en que se tomó esa instantánea: La clase provechosa y Sacan candela.
Esto plantea la pregunta a que se enfrenta todo estudioso del cine sumergido, esto es, determinar si había o no producción local durante la salida de los 50, y aun antes. Como ha subrayado Dave Thompson en Black and Blue. Adult Cinema from the Victorian Age to VCR, este es uno de los principales problemas de los historiadores de este tipo del cine desde su surgimiento hasta su despenalización, cuando la cadena producción-distribución-comercialización pudo salir de la oscuridad.
A partir de testimonios de la época, y posteriores, la respuesta a esa pregunta es afirmativa, pero a menudo se ve cuestionada por la falta de evidencia material. De ahí la importancia capital de hallazgos como el del filme Accidente afortunado:
Así se llama una película pornográfica cubana muda de la década del 40 que fue hallada recientemente [2012, AP] y restaurada por la Filmoteca de la Universidad Nacional Autónoma de México (Unam), según informó la entidad en un comunicado. La cinta, filmada en formato 16 milímetros, tiene una duración de 20 minutos y relata una historia hot entre dos mujeres y un mulato.
Un estudiante de la Unam la encontró en un mercado de antigüedades y la donó a la Universidad para su restauración. Una vez salvada, los expertos mexicanos pudieron descubrir a qué género pertenecía. Y decidieron guardarla en la Filmoteca. “Es la primera de su tipo de la que se tiene registro en el país”, explicó el subdirector de rescate y preservación de la Filmoteca de la Unam, Francisco Gaytán, a la agencia de noticias DPA. El hallazgo “demuestra que entre México y Cuba hubo un intercambio de películas de este tipo”, aseguró en entrevista el especialista Francisco Gaytán.
La exhibición de cine porno en el Shanghái no podía sino llamar poderosamente la atención de la revista Cabaret, toda vez que eso no ocurría en los Estados Unidos de entonces. “Este es probablemente el único lugar público en el mundo donde se proyectan tales películas”, dijo entonces el dueño del Shanghái, el empresario José Orozco García. “Así que no lo describa en detalle, ya que solo causaría dificultades”. El redactor acota seguidamente: “Temeroso de que este hecho pueda reflejarse en su tierra natal, García se apresura a señalar que ninguna de las películas es de fabricación nacional. ‘Las obtenemos de todo el mundo: Nueva York, París y Ciudad de México ’”, dijo.
Pero Orozco probablemente mentía para no buscarse problemas adicionales. Un informante de la época sostiene que en Cuba se producían filmes pornográficos no solo para el mercado interno, sino también para la exportación. “Una vez terminados” —le dijo dicho informante al investigador y crítico cubano Luciano Castillo— “tomaban no solo el camino del Teatro Shanghái, sino también se exportaban a la vecina Florida, escondidos bajo los asientos de pequeños aviones de turismo que enlazaban a la Isla con el continente”. Asimismo, podrían haber sido utilizados los ferry-boats que cubrían la ruta Habana-Key West, donde los turistas se montaban ida y vuelta con sus carros de último modelo.
Pero el Shanghái no fue nunca un lobo solitario, sino consecuencia de una tradición que incluye teatros vodevilescos y hasta más calienticos donde como afirma Rine Leal en su Breve historia del teatro cubano, “la pornografía asomaba su oreja sucia”. Una vez entrado el nuevo siglo, dicha tradición incluía cines con materiales porno, una práctica erótico-cultural que los historiadores del séptimo arte han documentado en cualquier parte del mundo casi desde la invención misma del cinematógrafo.