Unos 45 minutos hay entre Holguín y Gibara, minutos que atraviesan una estrecha y desgastada carretera ensañada por el sol de una punta a otra. Y uno va todo el rato brincando con los baches, oyendo radio y preguntándose cuántas veces Humberto Solás habrá hecho el mismo recorrido. Podría pensarse que es un viaje como cualquiera, pero este viaje muere en Gibara. Y Gibara es otra cosa. Te sacude como no lo hace ningún otro rincón en esta isla, se te mete por los ojos, te corta el aliento. Eso mismo debe haber sentido el cineasta, y por eso iba una y otra vez a rescatar su romance con ella sin importar el sol, el tiempo ni el camino. Por eso y por alguna otra cosa específica que uno alcanza a intuir solo cuando llega ahí.
Por: Lupe González Esturo
Comparto este sentimiento de amor a Gibara tierra donde mis familia por parte de madre vivo por decadas donde dejo huellas al igual que ellos guardo agradables recuerdo del pueblo en cual pasaba mis vaciones escolares , sobre todo su olor a mar ,azul y transparente,la arena tan blanca y calida como marfil ,bajar y subir lomas en bicicleta era la diversion de chicos y el pesar de mayors.
Mágica, paradisíca, encantada tierra de Gibara donde el artista se cautivaba. .
qué lindo, Lupidale!!!
llevas razón en que gibara cautiva por el mar salvaje y sus casas sencillas ,fui en bicicleta desde holguin ,la carretera me golpeo fuerte ,pero cuando vi el mar olvide el camino tan difícil y me dio gusto conocerla