En Hello Hemingway (1990) hizo su primer protagónico para el cine. Por su interpretación de Larita obtendría el Premio Coral a la mejor actuación femenina en el XII Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, certamen en el que el largo dirigido por Fernando Pérez también se llevaría el Primer Premio Coral al Mejor Largometraje de Ficción. En 1992 estaría nominado a los Premios Goya en la Categoría de Mejor Película de Habla Hispana. Laura de la Uz tenía menos de 20 años. “Me presenté al casting sin saber que era para el protagónico. Después de tres meses Fernando [Pérez] me aprobó”, rememora.
Desde su afortunado debut la veríamos interpretar a Laurita (Madagascar, 1995), Zobeida (El cuerno de la abundancia, 2008), la pintoresca y espléndida Ana (La película de Ana, 2012), Rosa Elena (Vestido de novia, 2014), Orquídea (La pared de las palabras, 2014), Esperanza, Marlene, Adela y Dulce (Espejuelos oscuros, 2015), y muchas otras. La más reciente de ellas es Carmela (El mundo de Nelsito, 2023), personaje de reparto con el que nos adentró, con la vena cómica que nunca falta en sus caracterizaciones, en una compleja realidad.
“Los extremos se tocan. Por eso hay gente a las que les dan ataques de risa en un funeral. Todo en la vida tiene a la comedia y a la tragedia integrados. Son dos caras de la misma moneda”, advierte. Con Carmela estuvo otra vez bajo la dirección de Fernando Pérez y logró un cupo en la shortlist de la categoría de Mejor interpretación femenina de reparto en los Premios Platino del Cine Iberoamericano este 2024. Antes estuvo nominada por su protagónico en La película de Ana (2014) y por Vestido de Novia en 2015.
Junto a Raúl Martín fundó en 1997 Teatro de la Luna, para ella “la aventura de la vida”. En La boda, montaje de estreno de la compañía, compartió escenario con Alina Rodríguez, Mario Guerra y Déxter Cápiro y ganó el premio de actuación femenina protagónica otorgado por la UNEAC. El teatro ha sido su refugio creativo desde la época de aficionada en la Casa de la Cultura de San Antonio de los Baños, un poco antes de que Hello Hemingway le abriera las puertas al cine profesional y de que pudiera formarse como Instructora de Arte.
Lo que pocos saben es que todo empezó en la sala de su casa. Laura de la Uz (La Habana, 14 de febrero de 1970) nació en el Hospital Hijas de Galicia bajo el sol de Acuario y creció en Los Sitios, Centro Habana, en medio de una familia numerosa. Ese ambiente dinámico y a veces caótico fue fértil para su genio creativo, que ya despuntaba desde los primeros montajes unipersonales que estrenó, en más de una ocasión, encima del sofá familiar, con vecinos y parientes como platea.
“Hablaba hasta por los codos, me disfrazaba, cantaba, era inquieta y alegre, también muy cariñosa. Me encantaban los apagones porque era el momento en que las mujeres y los niños nos juntábamos a jugar, y yo me convertía en el centro de todos los juegos”, recuerda.
De ahí a buscar el arte dramático, primero como afición y luego como profesión, no demoró mucho. Tantos y multifacéticos han sido los personajes que ha interpretado, tanta intimidad hemos compartido con ellos y tan próximos a las historias que nos cercan, que una cree conocer a Laura como a una vieja amiga.
En más de una ocasión se ha interpretado a sí misma, asomándose a la propia vida en un ejercicio de introspección extremo, donde el yo se va haciendo comprensible mientras se cuenta, se socializa y se representa. Laura frente a Laura (2020) es la más reciente de esas experiencias para el teatro, a la que han precedido otras, como Reality Show con Laura de la Uz (2014), que pronto será Canción para Laura en su versión para el cine y que ella misma dirige.
A las 8 de la mañana, desde una sala virtual de Google Meet, un clic me condujo hasta su casa. Era su mediodía. Hasta dos horas y media de charla después no paramos.
Entre frases se retocaba los labios con el pincel diminuto del bálsamo del que no se despega cuando el clima se hace más seco, haciéndome sentir que estábamos recostadas en el muro de una luminosa y ardiente azotea en Centro Habana, inmersas en una escena de La película de Ana.
Sin personaje de por medio, la mirada de Laura es cándida, festiva y profunda. Una fuerza de la naturaleza. Se ríe de casi todo. Cuando habla de Cuba se le nota cierta melancolía, como si sumergiera cada frase en una salsa agridulce antes de digerirla. Pero se ríe, casi todo el tiempo, y desborda una alegría que tiene que ser más que un conjugado de genes y media vida de experiencias. Con ese don vino al mundo; el drama vendría después.
Formación
Mis padres escuchaban mucha música, mi mamá cantaba, se disfrazaba, le gustaba dar sustos. Tenía una vis cómica tremenda, un sentido del humor y una visión de la vida muy originales. Era mi ejemplo. Yo también me disfrazaba y me gustaba doblar a mis cantantes favoritos de ese momento en el equipo de música que tenía mi papá. Mi preferida, cómo no, era Raffaella Carrá, aunque también me encantaban Laura Branigan y los Abba.
Creo que en mí influyó todo eso, porque nadie más en mi casa era artista. Aunque mi abuela paterna escribía décimas, las cantaba e improvisaba. Amaba los astros y su sueño más preciado era ver pasar al cometa Halley. Vivió para saber que el cometa pasaba en ese momento, pero no pudo verlo. Jugaba mucho conmigo.
Crecí en Los Sitios, en una casa donde vivían mis primos, mis tías, un abuelo, un padrino, mi mamá y mi papá. Éramos tres o cuatro generaciones. En ese ambiente relacionarse era obligado. Compartíamos la comida, la ropa, la escasez y la abundancia.
Crecí formando parte de una tribu, y en una tribu hay de todo. Compartir sigue siendo algo muy importante para mí. De tú a tú, en total confianza. Eso me lo han ofrecido el teatro y el cine también.
Durante la adolescencia me mudé a Alamar. Allí tuve mi propia habitación por primera vez y me uní a un grupo grande de artistas e intelectuales; la mayoría vivía allí. Nos llamábamos “El Quijote” y yo era la más joven; tenía solo 15 años.
Entre todos llenábamos de cultura una ciudad dormitorio entera. En los veranos nos íbamos de mochileros a recorrer Cuba y así pude viajar media isla. Acampábamos en el monte y gozábamos de estar en la naturaleza, caminábamos, subíamos lomas, nos bañábamos en los ríos, cantábamos, nos enamorábamos. Éramos una banda de soñadores.
Alamar era un lindo lugar para crecer y fui muy feliz allí, con mis amigos, mis padres y mi hermano. Viviendo allí decidí ser actriz.
¿Cómo llegaste a la actuación?
Desde pequeña decía que quería ser actriz. No sé si lo decía tal cual, era lo que mi mamá me contaba. El entorno influye en la vocación y yo además siento que vine a este mundo con lo mío. Que te digan todos los días que eres la artista de la familia tiene que crear de manera inconsciente una verdad dentro de ti; supongo que terminé creyéndomelo.
Luego vino la beca. San Antonio de los Baños, la tierra de Silvio Rodríguez. Otro lugar en el que la cultura y el arte formaban parte de lo cotidiano. “Angola”, como se llamaba mi pre, fue primero una prisión para mí y luego el lugar donde encontré al teatro, hice amigos y donde, por supuesto, también lo íntimo era grupal.
En ese pre comencé a ensayar con mi primer grupo de teatro y gané mi primer premio como actriz. Estando en el último año se inauguró la Escuela Internacional de Cine y Televisión, en 1988. Ahí vi a Fernando Pérez por primera vez. La madre de una amiga había empezado a trabajar en la escuela y, como sabía que yo quería ser actriz, ella y mi amiga me llevaron hasta allí.
Cómo me iba a imaginar que dos años después iba a estar haciendo una película con él, de protagonista. Las cosas de la vida. Increíble. Yo lo miré y lo vi así, tan tranquilo, y dije: “Ay, el director de Clandestinos, madre mía”. Fernando ya era lo más grande en ese momento.
¿De qué forma llegas al casting de Hello Hemingway y de este al protagónico?
Mis inicios como aficionada fueron en un grupo de teatro de la Casa de la Cultura de San Antonio. Montamos la obra Los tres soles truncos y ganamos premio. Yo gané el primer premio de actuación con mi personaje; ahí empezó todo.
Luego pedí el Isa y no me aprobaron. Entonces mi madre me dice: “Mira, aquí se trabaja o se estudia, pero vagos en esta casa no hay. Dime cuáles son tus planes”. Y me inventé el mío ahí mismo, con ella. Le dije que iba a estudiar inglés y a buscar un grupo de teatro de aficionados. Empezaría a prepararme en matemática y español para volver a hacer las pruebas para el Isa. La presión de mi madre me ayudó mucho.
Y bueno, así empecé en el grupo de Humberto Rodríguez, que ya en esa época era el gran maestro de muchos actores en Cuba. Al mismo tiempo empecé a estudiar inglés en la Lincoln, así como matemática y español.
De pronto dan la noticia de que no iban a abrir la carrera ese año. Pero me enteré de que Fernando [Pérez] estaba haciendo el casting para Hello Hemingway. En paralelo, un amigo mío, Ernesto Fiallo, me había sugerido que me presentara a las pruebas para la Escuela de Instructores de Teatro y así lo hice, sin decir nada sobre la filmación por miedo a que no me aprobaran nuevamente.
En las escuelas de arte en Cuba, por lo general, no es bien visto que los estudiantes trabajen mientras estudian, algo que es común que se haga en todas partes, por un lado porque es bueno para la formación de los actores y segundo por que muchas veces los estudiantes tienen que trabajar a la vez que estudian para poder costearse la vida. No es fácil a veces llevar ambas cosas, pero creo que es importante hacer un esfuerzo por aquellos estudiantes que se empeñan y luchan.
El rodaje de Hello Hemingway me tomó los primeros meses de escuela. Pude avanzar después, incorporarme y nivelar gracias a mis compañeros. Tuve colegas maravillosos; todavía muchos somos amigos.
¿Por qué la actuación?
Probablemente por la necesidad de expresarme y por la empatía que siento por las historias de los demás. A nivel inconsciente —tal vez también para seguir alimentando ese ego que creció en la casa familiar— creo que lo escogí porque es muy placentero sentirse reconocida por los demás, porque es muy rico conectar con las personas a través del juego y de la propia expresión.
Ya más adelante, de manera más consciente, me di cuenta de que tenía la necesidad de visibilizar historias de vida no contadas para que otras personas encontraran algo de luz para mirar sus propios problemas. O sensibilizar a la sociedad sobre otras realidades, ayudarlos a alejarse de prejuicios de todo tipo, y la actuación me proporciona eso. También porque cada personaje deja una enseñanza de vida.
En una sola vida he vivido muchas. Es algo de lo que solo podemos presumir los actores.
Metida en el personaje
Los 90 fueron especialmente fructíferos para la carrera de Laura de la Uz. Hizo cine de largo y corto metraje, teatro en Teatro de la Luna y televisión, medio en el que en aquella época se hizo memorable su personaje de Adriana en Blanco y Negro ¡No!, serie juvenil estrenada en 1994. En la pequena pantalla nacional compuso también los elencos de El naranjo del patio (1991), A lo mejor para el año que viene (1996) y ¡Oh! La Habana (2006), entre otros. Fuera de Cuba estuvo en los repartos de las producciones televisivas En el corredor de la muerte (2019), miniserie de Movistar y Upa Next (2023), de Globomedia.
Una treintena de participaciones en producciones para la gran pantalla también componen su trayectoria. De 2014 es su caracterización de Orquídea para La pared de las palabras, dirigido por Fernando Pérez. En ese mismo año, bajo la dirección de Marilyn Solaya fue Rosa Elena en Vestido de Novia, largo ambientado en los efervescentes años 90 en Cuba y en el que Laura compartió protagónico con Luis Alberto García. Vestido… en 2016 fue nominada a los Premios Goya en la Categoría de Mejor Largometraje Iberoamericano.
Como enfermera habanera que más adelante se nos revela persona trans, Laura se compenetra con una naturalidad visceral con un protagónico sujeto a las violencias y borramientos sociales experimentados por esta comunidad durante los años más agitados del Período Especial, en medio de la euforia social que condicionó la construcción del “hombre nuevo” revolucionario.
En 2015, bajo los comandos de Jessica Rodríguez protagonizó Espejuelos oscuros, ópera prima independiente de Rodríguez en la que Laura ensambla un cuadríptico compuesto por Esperanza, Marlene, Adela y Dulce, cuatro mujeres cubanas con sustancias dramáticas y psicológicas que las hacen disruptivas dentro del panorama del cine cubano. Además de la singularidad de cada personaje, la historia sobresale por ser una metanarrativa gótica tropical ambientada en cuatro épocas del siglo XIX y XX en Cuba.
La cinta, que Laura también co protagoniza con Luis Alberto García, compitió en la categoría de Mejor Película Latinoamericana en la 44 Edición del Festival de Cine de Gramado, Brasil, realizado en 2016.
“Esperanza es una asesina en serie ciega, muy poética y tremebunda ella (risas); me fascinó porque no era el típico personaje femenino. Era un personaje muy inquietante. Tenía una vuelta medio rara. En cada una de sus escenas había tensión, suspenso, era una energía muy nueva para mí. Fue súper lindo hacer esta película y éramos un equipo hermoso”, recuerda, refiriéndose al más tenebroso y enigmático personaje de Espejuelos…, quien atesora en un armario de su sala objetos personales de sus invitados. Hasta el final, no se sabe cómo fueron a parar ahí.
La candidez de Laura se transforma en penumbra en el reflejo de una comedida Esperanza, dueña de Zafiro, el gato azul que la acompaña, una simbiosis que también vemos ocurrir cuando se acopla a Marlene, Adela y Dulce. En esa metamorfosis de la figuración su genio dramático se revela mientras ella misma se silencia: detrás de los ojos oscuros y vacíos de Esperanza estuvieron una vez los de Ana, y siguen estando, no se sabe cómo, los de Laura.
Lo cierto es que, a pesar de la relación tan esporádica que los actores llegan a entablar con las historias de sus personajes, y a pesar de haber interpretado ya a media centena de ellos, Laura no se desprende tan fácilmente de sus papeles, ni protagónicos ni de reparto, aunque sabe que son amigos, incluso “hijos”, que vienen y van, como vínculos que se construyen mientras se está de paso. “No existe personaje que te pertenezca. Ese es un aprendizaje de alto valor para cualquier actor”, advierte.
¿Cómo es la caracterización de un personaje?
Creo que ser empático es un requisito para el actor. La empatía es lo que te permite conectar con el personaje y profundizar en él, o al menos preguntarte “¿y si fuera yo?”, “¿y si yo estuviera en esa situación?”, el “si mágico” de Stanislavsky.
Por otro lado, me apoyo muchísimo en lo físico, en la gestualidad, en el caminar, en la ropa, en el peinado, en las acciones físicas; en todo lo que me ayude a salir de mí, de mis visiones, mis creencias y de lo cotidiano.
¿Caracterizar es algo que te aleja o te acerca a ti misma?
¡Qué buena pregunta! Creo que ambos, fíjate, ahora que me lo preguntas. Pero uno tiene que buscar alejarse de sí mismo, como es lógico.
¿Sientes que tu lado actriz condiciona tu lado espectadora?
Totalmente. Tengo que concentrarme mucho. Pero si, además de la interpretación, otros aspectos de la película o la obra de teatro son llamativos tampoco puedo evitar fijarme en ellos. A veces miro una secuencia dos o más veces para poder observar cómo se resolvió un plano o una luz, un movimiento de cámara.
¿Te desprendes de las obras en las que has participado una vez que termina el proceso de creación, rodaje, puesta o estreno?
Pasa mucho tiempo hasta que vuelva a verlas. Es importante tomar distancia una vez terminado un proyecto. Es como un proceso de desintoxicación. Cuando un proceso de trabajo con un personaje termina, necesito volver a mí, a mi rutina, a la vida real. Alejarme del resultado final me sirve para volver a la obra después de un largo tiempo con una nueva mirada, no viciada y sí sincera.
No recuerdo haber reinterpretado a ningún antiguo personaje. Pero puedo decirte que no me gusta para nada. Construir un personaje, contar una historia, es un proceso. Una vez vivido completamente, para mí está terminado. No me gusta volver atrás.
En el teatro normalmente una puesta demanda varias temporadas de funciones y eso sí lo he hecho porque es parte de la dinámica de ese medio; existe la necesidad de conexión sistemática con el personaje, si no es casi comenzar un nuevo proceso, porque uno cambia constantemente y con la distancia cambia la visión que se tiene del rol. Si no acoplas tu visión actualizada con la obra, la historia o el personaje, estás en automático. Para mí eso es extremadamente aburrido.
¿Tu primer personaje fue Larita?
En lo profesional, sí. Pero mi primer personaje fue Emilia, en Los tres soles truncos. Ahora no recuerdo nada con detalle. Sí recuerdo a mi primera maestra de Teatro, Esmeralda López, de la Casa de Cultura de San Antonio de los Baños, quien nos dirigió en esa obra. Era muy dedicada al teatro y a nosotras, las alumnas.
En la obra éramos tres actrices; hacíamos de tres hermanas ya mayores. No fue fácil caracterizarlas con tan poca experiencia; fue un proceso bastante intuitivo. Igual que en Hello Hemingway. Durante el rodaje me dejé llevar por Fernando y por mi intuición.
Siempre he hecho lo que he sentido. No me permito hacer algo que no sienta verdaderamente. Sé cuando no es la toma, la forma o el camino. Mi intuición siempre ha sido una guía.
¿Qué personaje negarías sin pensártelo dos veces?
Cuando un guión está desfasado en el tema de género o tiene mucho un sesgo machista y no puedo intervenirlo, o entrar al menos en un diálogo profundo con el director (como me pasó en La película de Ana, en la que ese diálogo fue posible con Daniel), sencillamente no puedo asumir el trabajo, porque me estaría dedicando a algo en lo que no creo.
Los personajes pueden ser víctimas del machismo y violencia de género, como me ocurrió con Rosa Elena en Vestido de novia; son temas de los que hay que hablar, pero la visión del director y su manera de solucionar los conflictos deberían tener de fondo un compromiso de género.
¿Es un criterio innegociable?
Sí, porque estamos hablando de la manera en la que el guionista o el director ve la figura de ese personaje femenino. Si el director tiene una mirada y yo tengo otra, la comunicación no fluye.
En Cuba todavía estamos a mil años luz en la cuestión de género en el sector del arte. Cuando una defiende este enfoque en películas o guiones, todavía muchos te tildan de extremista.
¿Cómo es “salir”, desprenderse de estas historias después de haberse conectado con ellas?
El cerebro no distingue entre realidad y ficción; si se ve desde ese punto de vista da miedo ser actor. Con la edad le he ido tomando respeto a esta profesión, porque sé que durante el período de preparación y puesta en escena del personaje estaré trabajando con su energía; aunque no lo quiera la voy integrando sin darme cuenta. Me lo llevo a mi casa.
Estuve viendo hace poco a unos profesores argentinos que imparten cursos de actuación y todo su discurso va alrededor de que el actor no tiene que apoyarse tanto en sus emociones, sino en lo físico y en las acciones. Esto me hizo pensar mucho en estos días por que yo vengo también de una escuela de teatro físico y si bien toda la construcción física del personaje es un apoyo invaluable a la hora de construirlos, así como las acciones físicas describen quién y cómo eres a lo largo de la historia, cuando haces cine y haces drama, cuando tienes la cámara pegada a ti y estás en un primerísimo primer plano, tus ojos son los que hablan y ya sabemos que los ojos, son el espejo del alma. Con eso te lo digo todo.
En otro orden de cosas, hacer un personaje negativo supone ponerse del “otro lado” de la experiencia; en ese proceso te das cuenta de que mantenerse en el “lado bueno” de la vida es una decisión que tomamos constantemente y que estar siempre de ese lado está hipervalorado porque somos humanos y nos equivocamos. Hacemos cosas malas, nos portamos mal con los demás. Es inevitable, aunque no queramos. Las características negativas que componen a un personaje habitan también dentro de ti. Llegar a tocar esas energías puede dejar marcas. De alguna manera pasaste por ahí.
Cuando terminé la racha de El cuerno de la abundancia, La película de Ana, Vestido de novia, Espejuelos oscuros y La pared de las palabras me dije que no quería actuar en un buen rato. Hice grandes personajes, con sus conflictos y caracterizaciones, uno detrás de otro.
Cuando termino mi trabajo siempre tengo que volver a la espiritualidad, a la belleza, a la música, a la naturaleza y a la risa, porque ser actriz es, por un lado, un privilegio, pero también es duro psicológica y emocionalmente. Y yo disfruto mucho también de mis espacios en blanco; contar con el tiempo para mí, por completo.
¿Cuáles prefieres?
Me encantan tanto los negativos como los de comedia. Cada personaje es una llave para entrar en un universo diferente.
Cada ser humano tiene millones de posibilidades de ser. Por la educación, por las experiencias que te haya tocado vivir, uno por lo general se mueve en un rango limitado de opciones. Como actores, tenemos la oportunidad de ampliar ese rango, por eso mientras más al extremo vamos más interesante es nuestra carrera.
¿Improvisas?
Bastante. La improvisación es el juego del actor. A mi entender debería formar parte de su día a día. A veces es difícil improvisar porque tendemos a hacernos rígidos con el paso del tiempo, a quedarnos en los lugares seguros y conocidos. Es difícil salir de los lugares comunes, que de alguna manera son una garantía. Probar algo nuevo es jugársela. Pero a la vez, es lo bonito de la vida, ¿no?
¿Cuál ha sido tu favorito?
Si te digo cuál es mi favorito corro el riesgo de que los demás se enteren y no quiero herirlos. Son todos mis hijos y aunque sienta mayor simpatía por alguno, a todos los quiero por igual.
¿Te planteas seguir dirigiendo?
No sé. Tengo demasiado respeto a la dirección. Creo que se me daría bien porque a esta altura de la vida entiendo la actuación y podría comunicarme bien con los actores.
Todavía me resisto a tomar la responsabilidad de fundar algo y estar ahí siempre. Pero creo que lo voy a hacer en algún momento. Tengo alguna idea por ahí.
Cuando he dirigido lo he hecho prácticamente para mí misma. He hecho muchos monólogos, pero ha sido básicamente sobre mi vida como actriz, madre e hija. En ese proceso Raúl Martín me ha ayudado mucho. He dirigido actores también fuera de Cuba; lo hice durante mi estancia en Chile.
Mi trabajo más reciente en esta función fue para el cine, Canción para Laura, cuyo estreno estamos esperando.
Me gusta mucho que me dirijan. Me fascina el trabajo del actor con el director.
Eres fundadora de Teatro de la Luna. ¿Cómo fue tu paso por esta agrupación?
Una de las cosas más lindas que he hecho en mi vida. El teatro es una manera de estar parado en el camino, una militancia sobre cómo debemos vivir. Es creatividad, trabajo, hermandad, crecimiento, confrontación, colectividad, bohemia. Teatro de la Luna ha sido todo eso y es, además, mi familia.
¿Cuáles son tus referentes en el arte y en la vida?
Ahora suena la música de África mía, la película de Meryl Streep y Robert Redford y me recuerda a mi madre; la mirábamos juntas y caíamos en éxtasis. Soñaba con trabajar algún día con Meryl. Tan bella y excelente actriz y, por lo que se ve, excelente persona.
Esta profesión es muy difícil y ella siempre se supera a sí misma. Siempre está dando lo máximo, lo mejor de sí. Tiene un talento único, irrepetible, a mi modo de ver. Ella es uno de mis referentes.
Fernando Pérez también. Lo amo profundamente y lo admiro. Estoy agradecida por todo lo que me ha dado, por todas las cosas que he aprendido a su lado y por la confianza que deposita en mí siempre. Admiro su sentido de la lealtad, su compromiso con sus propias verdades, con sus ideas, su coherencia y su valentía.
Y mis padres, sin lugar a dudas. Han sido una guía y un ejercicio para ser la persona que soy hoy. Nos inculcaron valores y principios que forman parte de mi identidad y de la de mi hermano. Supieron educar, apoyar y guiar. Hacernos buenas personas. Mi amor por ellos es inabarcable y profundo, un amor agradecido, transparente y bueno.
El Reality show con Laura de la Uz va al cine, tras una adaptación del guión original para teatro. ¿Cuándo se estrena?
Ya lo tenemos listo. Se llama Canción para Laura y estamos muy contentos con el resultado. Creo que le va a gustar mucho al público cubano. Hace diez años, cuando lo grabamos, el entonces presidente del Icaic me sugirió sacarlo como DVD. Esa idea se quedó ahí por mucho tiempo, pero hace poco logramos engranarla, sobre todo con el empuje de Héctor Garrido, mi esposo. Estamos esperando para hacer la premier en La Habana.
Fernando Pérez estuvo a mi lado como asesor, sobre todo ayudándome a que confiara en lo que yo iba sintiendo que tenía que ser, una vez más. Fue un ciclo muy bonito. Fernando siempre ha respetado mi sensibilidad y él me abrió también esa puerta como directora. Fue importante para que yo confiara y me sintiera segura, porque los procesos de creación son muy lindos pero terribles. Se sufre mucho, tienes mucha inseguridad y te sientes muy vulnerable. Tener a tu lado a alguien que te diga que es por ahí, que lo estás haciendo bien, y que ese alguien sea Fernando, es una maravilla, un regalo.
Por otro lado, Héctor, como productor, me ayudó en las cosas más engorrosas, apagando los fuegos, corriendo con todo. Él y Fernando han sido mis pilares más fuertes. Y después un equipo formado mayormente por mujeres que son unas grandes profesionales: Kenia Velázquez (editora), Velia Díaz de Villalvilla (sonidista) y Nancy Angulo en efectos especiales y trabajo con el color.
Entrar en el cuarto de edición fue casi una tortura. No lo soporto (risas). Luego me metí en la historia y cuando fuimos armando el muñeco fue muy bonito. Ahora estamos negociando los derechos musicales, y en última instancia, si no se puede negociar, porque son muy caros, la tendremos que poner por El Paquete (risas). La gente tiene que verlo. Creo que Canción para Laura va a darles mucha alegría a los cubanos. Si algo me ha impulsado a hacerlo ha sido el deseo de darle una cuota de alegría a la gente que tanto lo necesita.
Emprender, el paso fuera de los escenarios
Además de su trayectoria como actriz, en 2017 su carrera como empresaria despegó con la inauguración de ArteHotel, localizado en Línea y 2, en El Vedado, que abrió junto a Héctor Garrido, su compañero de vida hace 12 años. Recientemente ArteHotel fue reconocido por Tripadvisor como el “Mejor de los mejores”, según los usuarios de la plataforma que lo han visitado.
En la terraza de este hotel-boutique está hoy ZunZun Café, que acoge además el proyecto “Ellas bailan solas”, un evento exclusivo para mujeres que, según Laura, fue pensado para ser “un espacio en el que ellas pudieran ir a pasarla bien, bailar, reírse, y sentirse seguras entre sus iguales”.
“El emprendimiento fue una posibilidad que se presentó en mi vida y en la que nunca había pensado. En aquella época empezaba el acercamiento con Estados Unidos y había una apertura interna que nos abría muchas posibilidades.
“En algún momento yo había soñado con tener un café y una panadería, porque son sitios que me encantan para estudiar y para la descarga. Pero cuando supe que tendría que levantarme a las 4am para preparar el pan, desistí rápidamente de la panadería (risas).
“Pensamos que un hostal sería un negocio viable para nosotros, siempre que tuviera alguna conexión con el arte. Lo hicimos inspirados en un proyecto fotográfico de Héctor, Cuba Iluminada, que fue el que nos unió. Nos motivó la posibilidad de tener un espacio para promover la cultura cubana y de estabilizar nuestra economía.
Hemos hecho muchas actividades allí: presentaciones de documentales, de discos, de libros, actividades colaterales con el Festival de Cine; hemos alojado a músicos del Festival Jazz Plaza, hecho exposiciones, etc.”
¿Y Ellas bailan solas?
Surgió después de la pandemia. Yo estaba bastante aburrida. Tenía muchas ganas de trabajar. La llegada de los 50 fue un cambio para mí en muchos aspectos y la adaptación a esa nueva vida ha sido larga.
En esa época yo estaba en el elenco de estreno de Los vecinos de arriba. De pronto venía la temporada baja de turismo en Cuba y me dije: “Tengo que hacer algo. Tengo muchas trabajadoras que dependen del negocio”. Así vino la idea: una fiesta solo para mujeres. Fiesta, porque creo que la mayoría de los espacios donde las mujeres nos reunimos en Cuba son para pensar, debatir, conversar. Pero yo quería un espacio en el que ellas pudieran ir a pasarla bien, bailar, reírse, y sentirse seguras entre sus iguales. El nombre vino solo.
Empecé a armar el proyecto y fue increíble ver la aceptación que tuvo; se formó una comunidad muy bonita. Tuve que parar por un tiempo porque viajamos mucho, pero hoy el proyecto existe y tiene nombre; ya veremos qué nuevas formas puede tomar en el futuro.
¿Qué desafíos has tenido que enfrentar como emprendedora?
Cuando estoy en Cuba me siento bastante triste. Cuando voy a España, siento que estoy en un lugar en el que la vida es posible, donde salgo y veo a gente cercana, donde están los amigos. En Cuba no, porque la gente se está yendo; eso me llena de tristeza.
Cada vez me cuesta más estar allá. Pero llego a ArteHotel, este espacio que hemos creado con tanto esfuerzo y cariño y que es además la fuente de trabajo de muchas personas y el sustento de sus familias —que por lo general son numerosas, porque los beneficios económicos en Cuba son compartidos entre más de una generación— y no tengo cara para decir: “Voy a cerrar, arréglenselas como puedan”.
Abandonar a los trabajadores, que sienten ese espacio como suyo, no es trivial. Hay una cuota de amor puesta ahí, que hace que no sea fácil recoger y levantar vuelo.
Por otro lado, tampoco hay gente para trabajar. Antes, cuando hacíamos convocatorias para servicios llegaban más de diez personas, ahora no; ahora llegan una o dos. Los jóvenes se están yendo en mayoría, lo cual es un problema porque si te vas tan joven tienes menos posibilidades de reconectar con tu país. Cuando te vas a una cierta edad, como yo, que me fui a estudiar a Chile y regresé, tienes un cordón umbilical con tu país. Pero un muchacho que se va con 20 años, ¿qué vínculo puede tener?
Me preocupa enormemente el éxodo que hay.
¿Sientes que ese éxodo está afectando la producción y el consumo de arte?
Mucho. En el teatro el público no es el mismo ni asiste en la misma cantidad que antes. El nivel cultural e intelectual se ha deteriorado. El público que amaba y simpatizaba con el arte como entretenimiento ya no existe como antes. Hoy para llenar un teatro en La Habana pasas mucho trabajo. Luego están los problemas para la financiación de películas, que se puedan exhibir, etc.
Hemos tenido tanto orgullo de ser cubanos, de vivir en Cuba y ser capaces de construir en esa islita. Mi generación todavía tenía ese sentimiento de decir: “Sí, aquí”, y hacíamos cosas grandes, importantes, bonitas. Es una pena, porque cuando sales a otros países te das cuenta de que los artistas cubanos están por ahí haciendo sus exposiciones, estudiando; que el cine independiente cubano logra premios como el de Lola Amores de Mejor actriz en un Festival tan importante como el de Málaga, y que su directora ha hecho una película fabulosa de manera independiente. ¿Cómo te das el lujo de formar a tanta gente y después dejarla ir?
Gracias a la Asamblea de Cineastas vemos suceder una lucha, una resistencia muy importante en el sector de la cultura. Si hay gente que todavía está apostando por el país no puedes amordazarla.
Me preocupa mucho Cuba. Me preocupa que se haya hecho tanto por educar, por formar, y que ahora todo se esté desechando tranquilamente con un que se vayan, me da igual. Me da mucha tristeza saber que si yo estoy o no, si está o no Fernando Pérez, o tantos valiosos profesionales de cualquier ámbito de la sociedad, probablemente no les importa a quienes están tratando de gobernar el país.
No importa si está o no está un médico, que están ahora mismo trabajando en condiciones tremendas y están ahí, dándolo todo. ¿Cómo vas a sacar un país adelante si no tienes el bien más precioso para hacerlo, que es la gente?
Madre recién nacida
Al terminar los estudios en la Escuela Internacional del Gesto y la Imagen, en Chile, donde amplió sus horizontes en el arte dramático con una formación como comediante y mímica, Laura supo que Amaranta, su hija, venía en camino, lo cual representaría también un renacimiento para ella.
Con su hija comparte, además de la vida, el gusto por el arte y la complicidad. Ha aprendido a maternar improvisando, porque, según dice, “no hay manual para ser madre”.
¿Cómo te cambió la vida la maternidad?
Amaranta me ha cambiado la vida más de una vez, no solo cuando llegó si no también cuando se fue a vivir a Madrid. Y es muy curioso cómo tu vida puede cambiar en función de un ser que viene y va. Y ese cambio es permanente, para toda la vida. Es una relación que está todo el tiempo dinamizando tu vida. Somos muy compañeras, la pasamos rico juntas. Amaranta es como mi amiga, aunque esa amistad tenga un límite determinado por los roles que cada una desempeña en la relación, y es importante que ese límite exista. Hablamos mucho de la profesión, del arte, de la vida, de lo que sentimos. Cuando la veo la vida florece. Y cuando nos despedimos porque tengo que regresar a Cuba es una tortura, pero tengo claro que no voy a ir nunca persiguiendo el camino de mi hija.
Mi primer año como madre fue tremendo, muy difícil, pero también fue un crecimiento para mí. Cuando la miro ahora y me doy cuenta de que he criado a un ser que se está realizando, que es independiente, una buena persona, con valores, me enorgullezco de ser su madre, es el mayor regalo. Yo me muero de orgullo de mi hija, es un ser humano espectacular.
No sé si de no haber tenido a Amaranta habría decidido otra cosa con mi vida. Un hijo te enraiza. Aunque tuve la ayuda de mis padres, me la llevaba mucho para el teatro porque quería estar con ella. En un rodaje es diferente porque hay luces, hace falta silencio, hay aparatos que pueden ser peligrosos para un niño, etc. Pero para el teatro me la llevaba sin problemas. En Teatro de la Luna, Amarilys Núñez llevaba a su hijo, Danielito, y yo a Amaranta. Se ponían a jugar con los trajes, se disfrazaban y nosotras ensayábamos más tranquilas. Espacios donde las madres puedan trabajar con los hijos cerca hay que promoverlos porque da mucha tranquilidad.
Hay momentos en los que una necesita estar a solas durante la maternidad, es un rol muy agotador, sobre todo en los primeros años; exige toda la atención de una, pero por otro lado, a las madres nos duele separarnos de nuestros hijos, muchas veces hasta nos sentimos culpables por dejarlos unos días al cuidado de los padres o de los abuelos. Yo, cada vez que le decía adiós a Amaranta desde el carro porque me iba a trabajar fuera, me moría. Por un lado pensaba que era un alivio porque podría estar sola por un tiempo, quince días, una semana, pero por otro lado la extrañaba y pensaba que para ella también podía ser difícil.
¿Qué ha sido la maternidad para ti?
Prueba y error. En mi caso, Amaranta me dice que no me extraña tanto porque se acostumbró a que yo estuviera fuera trabajando, y eso es algo por lo que nunca sentí culpa, aunque me doliera dejarla en la casa; siempre pensaba que mi hija me estaba mirando y que yo era un ejemplo para ella de independencia, de crecimiento, de amor propio. Y ahora igual. Lo importante es que ella me vea levantarme, reconstruirme cada vez que me caigo. Por eso siempre tengo presente que Amaranta me está mirando. Un hijo es también un impulso para la superación propia.
Laura, mucho gusto, ella es Laura
En una foto suya en Instagram la melena corta y plateada ocupa el lugar donde antes habían estado sus vistosos rizos rojos. Así recibía la media edad. Las canas la compenetran con una versión hasta entonces no revelada de su matrioska personal que ella misma veía por primera vez frente al espejo. En un tanteo con su imagen, un fragmento desconocido nacía.
Luciendo canas esperé encontrarla el día que conversamos y, para mi sorpresa, ni el rojo ni el plateado, y sí un castaño cenizo, la coronaban ese día. “Dejarme las canas es un juego conmigo misma”, dice, sabiendo que la vida también se hace palco, corte y acción.
Sin telón ni claqueta que le den comandos, Laura sigue improvisando.
¿Qué representa esta transición en tu vida y cómo te ha transformado?
Cuando una es joven lo tiene todo por realizar y a medida que se va viviendo y cumpliendo esas metas se llega inevitablemente a una meseta, como un impasse, un estancamiento. Los hijos se van, los padres fallecen, el mundo conocido y el que has ido construyendo se va deshaciendo, cambiando. Pero una no está preparada para estos cambios. Profesionalmente te preguntas: “¿Y ahora qué más?”. Se te remueve todo el piso. Creo que la media edad es una fase en la que ocurre una búsqueda de otra identidad.
Parte de ese proceso fue decir: “Me voy a dejar las canas”. Pero cuando estaba por la mitad pensé: “Esto está duro de aguantar” (risas). Hasta que un día, por sugerencia de Héctor, me pelé y me encantaron las canas.
¿Qué pasó? Que empecé a chocar con la gente, incluso dentro de mi profesión. Es terrible. Empezaron los comentarios sobre mis rizos, sobre mi pelo rojo.
Un buen día tenía un casting y no me hallaba, así que decidí ponerme uñas largas y pintármelas, y ahí mismo me dije: “Voy a aprovechar y teñirme también para salir un poco de mí misma”. Porque es verdad que las canas te marcan mucho.
Creo que me teñí para corroborarme a mí misma que puedo cambiar tantas veces como quiera, que hay tantas Lauras como las quiera yo, que ceñirme solo a una sería una tristeza. Y que una lo que tiene es que abrirse a todas las posibilidades, al final lo que importa es la búsqueda de la verdad y estar cada vez más cerca de ella, ser cada vez más auténticos.
A lo mejor de aquí a tres días me ves con el pelo rapado o de aquí a tres meses me lo pongo castaño. Hay gente que me ha dicho: “Te echaste pa’ atrás” (risas). Y no. En mi caso está siendo una búsqueda. Yo reivindico mis canas, mi peso, mi edad, que no me voy a poner botox. Pero también me miro en el espejo y digo: “Voy a hacerme un masajito, una galvánica”, claro que sí, y me vuelvo a teñir (risas).
Pero es muy difícil. La presión social con las canas es fuerte, como pasa con el maquillaje, con los tacones. Yo cada vez más busco tenis con brillo para ir al teatro (risas), para salir, porque los tacones son preciosos, pero muy incómodos.
Para las actrices la presión social por cumplir con estándares de imagen se triplica. ¿Cómo es llegar a la mediana edad bajo esa presión?
Se entiende que lucir adecuadamente es el deber de una por ser una figura pública. Carmen Maura, una de mis actrices favoritas, hablaba de eso hace poco. Ella, que ha envejecido con naturalidad, sin hacerse ningún tipo de arreglo o transformación en lo físico, siempre lo dice, que no le falta el trabajo porque está haciendo personajes de su edad.
La mujer tiene que tener derecho de hacerse y verse como lo desee; tenemos derecho de vivir sin el constante escrutinio de los demás sobre nuestra imagen.
Envejecer con normalidad es mi apuesta. En mi caso, siento que lo contrario sería negar algo con lo que en definitiva nos vamos a encontrar más tarde o más temprano: la muerte. Y, por otro lado, creo que hay un proceso de crecimiento importante en aceptar el paso de la edad, así como los cambios físicos que esto provoca. Creo que el éxito de una vida está en lograr amigarse con una misma en todas las etapas.
¿En qué trabajas ahora?
Trabajo en mí. Espero el estreno de Canción para Laura. Aunque en Cuba todavía puedo gozar de buena presencia en los medios, cada vez es más difícil. Entonces mi proyecto ahora es estar donde estoy feliz.
¿Quién es Laura?
Una persona que intenta vivir fuera del personaje su yo más real y verdadero.