Mario Guerra: “Mis personajes he sido yo mismo”

Foto: Gabriel Guerra Bianchini.

Foto: Gabriel Guerra Bianchini.

Mario Guerra tiene una mirada fuerte, honesta. Es el protagonista de algunas de las escenas que más me han impactado del cine y el teatro cubano. No importa si su personaje es protagónico, secundario, incluso si sólo aparece pocos minutos; lo recordarás.
Ha actuado en unos treinta largometrajes, en similar número de obras en escena, y estoy segura de que no lleva la cuenta de su participación en cortometrajes. Además de los premios recibidos, es reconocido en el gremio entre los mejores actores cubanos en ejercicio.
Sin embargo, cuando uno habla con Mayito siente que lo hace con alguien que no termina de construirse, alguien que sabe que no ha llegado a ninguna parte… porque no hay sitio al que llegar. En todo su trabajo se percibe una sinceridad honda, como si pudiera, con su verdad, sacar todo lo que uno esconde, así que para mirarlo de frente hay que respirar profundo.
¿Dónde naciste?
Nací en La Habana, un sábado, el 5 de marzo del año 1960, alrededor de las cinco de la tarde. Farnot es el apellido del doctor que le asistió el parto a mi madre. Quiso la causalidad que cincuenta años después se reencontraran y hablaran por teléfono. Él tenía en aquel entonces cerca de noventa y tantos, y recordó el momento. Y es que nací un día después de la explosión del barco La Coubre, por eso lo recordó casi al instante. Es una suerte, ¿no? No todos pueden reencontrarse con el hombre que realizó el parto a la madre. ¡Me parece un cuento literario esto, cincuenta años después!

***

Siendo pequeño su familia se mudó a Matanzas, de allá recuerda el patio, las matas de naranja y de limón, tirarse loma abajo encima de un pedazo de cartón para terminar siempre frente a la puerta de la única vecina que tenía televisión en el barrio. Con tres años “arrollaba” en las comparsas bailando conga. Por bailar, bailaba hasta twist. También recuerda las peleas entre la familia de su padre y su mamá, y entre ellos mismos, por eso fue un alivio cuando a los seis años regresó a vivir a La Habana con su padre, su madre y su hermana, todos en un cuarto, pero con menos conflictos. En el Cerro aprendió a “mataperrear”, se enamoró de una niña y por querer conquistarla fue a parar a una estación de policía, las peripecias incluyeron pedradas que rompieron la ventana de un militar del barrio. Quizá sufrió su primer desengaño cuando la niña de sus sueños lo dejó por un amigo, sin importar cuánto había arriesgado por ella. La Habana también tenía el cine. Su papá lo llevaba mucho, el padre dormía y él veía las películas. Pero la cotidianidad era dura.
Mi madre, la pobre –cuenta–, descargaba toda su furia y su frustración en quien más quería: en mí, a tal extremo que, si alguien hoy día levanta la mano sorpresivamente delante de mí, yo esquivo como si fueran a pegarme. No sé cómo siendo tan niño podía darme cuenta de la causa de su sufrimiento. Nunca la culpé. Fue mucho lo que pasó y eso lo comprendí siempre. 

Mario Guerra es protagonista de algunas de las escenas de más impacto en el cine y el teatro cubanos. Foto: Gabriel Guerra Bianchini.
Mario Guerra es protagonista de algunas de las escenas de más impacto en el cine y el teatro cubanos. Foto: Gabriel Guerra Bianchini.

Sé que se pregunta mucho… Casi todos, cuando somos niños, soñamos en algún momento ser actores, ¿cómo se decide que no será un sueño, sino un modo de vivir?
No recuerdo el momento en que decidí ser actor. Tenía unos 8 años y, no sé cómo, llegó a mí un libro de los hermanos Lumière que enseguida comencé a leer, imagino que sin entender mucho. Me sentía importante con aquel libro en la mano. Una noche estaba en calzoncillos leyendo en el sofá y entró Lugarda, una vecina, me mira y me pregunta: ¿qué quieres ser cuando seas grande?, y le dije: “yo voy a ser director de cine”.
Es difícil saber si inconscientemente yo tenía una idea de mi vocación a esa edad. El momento más consciente de mi deseo fue después que vi actuar a Mario Balmaseda. Quise ser Mario Balmaseda, como tiempo atrás había querido ser Jean-Paul Belmondo en Cartouche, aquella película de aventuras. Entonces, con 19 años convoqué a un amigo de la infancia, Luis Alberto García (hoy convertido en un gran actor) y junto a otro amigo suyo, Juan A. Cepero, formamos un grupo de teatro aficionado con intenciones de montar El premio, del dramaturgo ruso Alexander Gelman. No pudo ser, fui llamado al servicio militar y me enviaron a África. Ellos lograron matricular en el Instituto Superior de Arte. 
¿Todos los actores siguen un método de actuación? ¿Tienes alguno?
Es una pregunta que no me gusta contestar. No sé por qué. Me desconcierta un poco. Tengo algún prejuicio, parece. No pude estudiar actuación en ninguna academia y, sin embargo, te puedo decir que he estudiado durante mucho tiempo la actuación. Mis maestros han sido todas las personas con las que he trabajado, los tuve a la manera en que me tocó tenerlos. En este oficio una palabra, una imagen, una frase que te regalen puede ser una clase de actuación. Humberto Solás, dirigiéndome en una escena me mencionó la palabra hondo, “quiero que digas esas palabras en lo hondo”, dijo. Me sugestionó esa imagen y de inmediato la escena tomó la gravedad que él necesitaba. Eso fue una clase para mí que duró unos pocos minutos.
He aprendido de muchos artistas y también indago mucho, investigo por mi cuenta. Para hablar de métodos hay que hablar de Maestros. Con quien primero tropecé fue con Stanislavski, luego con Grotowski, algo de la biomecánica de Meyerhold, con Gloria Parrado me acerqué a Brecht, a Meisner, todos de manera incompleta, tal vez distorsionados. Así absorbí esos conocimientos que generalmente habían llegado de Europa y Estados Unidos. Ahí están Vicente Revuelta, Mario Balmaseda o Víctor Varela y Flora Lauten, por citarte solo cuatro ejemplos.
Cuando pienso en mi formación me doy cuenta de que me he reinventado. Mi trabajo o el camino para construir personajes es mi reinterpretación –en ocasiones no tan nítida– de la interpretación de otros. Salgo a buscar el conocimiento, la experiencia creándome mi propia idea de las cosas. A los 57 años regreso buscando aquello de inconsciente que tenían mis primeras veces en el teatro. Y cuando medito sobre esto descubro que todo lo que me funciona y que deseo y me gusta, lo tomo, bebo de toda literatura y experiencia que me brinde algo que me haga fluir.
Si no tienes una sensibilidad para esta profesión difícilmente te podrás apropiar con intensidad de los momentos trascendentales de tu vida, y de los simples y sencillos, de las cosas más comunes también. Observo con curiosidad y me divierte acumular experiencia, con los años aprendí a confiar en eso y dejar que la memoria del cuerpo también haga su trabajo, afinar el oído para no desentonar, no trabajar en la comodidad, más bien en el desequilibrio, entender las oposiciones. ¡No al estereotipo! ¿Por qué un abogado tiene que ser un tipo limpio y pulcro?, por ejemplo. ¡Ir al límite! En el límite encontramos lo misterioso, lo que está escondido en nosotros. Lo que vayas a hacer, hazlo con todo hasta que te resulte especial. He aprendido de muchos y de mí. Me mantengo alerta. 
¿Los actores son personas que fingen con facilidad?
Me doy cuenta de lo misteriosa que resulta la actuación para los otros. Percibo algo de ingenuidad cuando me hacen esa pregunta. Claro, un actor puede ser un fingidor excelente si va por la vida mintiendo. Tendría todas las herramientas, pero ser actor no lo hace necesariamente un tipo mentiroso. Deberíamos reparar en que todo ser humano ha experimentado la necesidad de fabricar y usar alguna vez la máscara social. Eso es mentir, ¿o es sobrevivir? Entiendo que la pregunta se dirija más a los actores porque, para la mayoría, estamos casi siempre en estado de representación. La duda eterna de si el actor es un fingidor o puede fingir en la vida, viene de la ilusión de que es capaz de crear en la escena. No todo actor, como no todo ser humano, va por la vida fingiendo. De hecho, dicen los que saben, que actuar es vivir la realidad de ese instante que creas: una realidad otra. Cuando Antunes Filho dijo que un actor es un gran mentiroso, entendí la frase como una metáfora del teatro, del oficio. 
Mario Guerra en la oficina de OnCuba en La Habana. Foto: Gabriel Guerra Bianchini.
Mario Guerra en la oficina de OnCuba en La Habana. Foto: Gabriel Guerra Bianchini.

Has interpretado personajes que expresan intensos conflictos emocionales… ¿Te vas quedando con sus tristezas, sus angustias, sus dudas?
No me gusta edulcorar ese asunto. Es natural que en el intercambio actor-personaje ambos nos regalemos cosas. Lo único que recuerdo que me dejaran ciertos personajes son algunos textos y algunas calidades de energía para andar y moverme o hablar, no mucho más. No soy sicólogo, ni he dedicado mi tiempo a esta materia. Te puedo decir que he hecho escenas fuertes y al concluir he quedado como si nada, vacío. Si me han afectado, o en algo ha cambiado mi conducta, mi personalidad, ha sido solo por un tiempo prudencial, después he recuperado mi flujo de vida.
En una ocasión, luego de filmar la única escena que tenía en Frutas en el café, una película del director cubano Humberto Padrón, sentí una especie de “intoxicación”, mientras me vestía. Algunas energías del personaje persistían dentro de mí, pero nunca sentí que me afectaran. Me gusta tener el poder de terminar una vida en la escena y romper inmediatamente, no me regodeo. A los veinte y tantos años, creía que lo más interno y logrado era quedar intoxicado por el personaje. Ya no lo siento así.
Por suerte, aún no he confundido la delgada línea entre la ficción y la realidad. He sido yo quien ha prestado mis tristezas y angustias a esos personajes y estos sentimientos vienen de la propia vida. Tal vez haya sido terapéutico para mí y me haya salvado de volverme loco, no sé… podría ser. Actuar desgasta mucho, siempre que se toma muy en serio. Con el tiempo aparecen afectaciones colaterales. No soy el de antes. La fortaleza de mi sistema nervioso merma, lo sé, lo siento. El dolor en los huesos aumenta y ya no puedo entrenar con la misma intensidad. Mis tristezas o angustias vienen más de la vida, de lo que vivo a diario. Mis personajes he sido yo mismo. Leí una vez que Marcello Mastroianni dijo: “Un actor es como una caja vacía al que se le meten y se le sacan cosas”. 
Si me preguntaran qué distingue tus actuaciones, diría dos cosas: la sinceridad y la naturalidad con que asumes los límites. ¿Cómo lo haces?
Es la curiosidad la que me hace buscar y buscando puedo llegar a ciertos límites. Cuando hablo de límites, en este caso me refiero a aquellos donde el actor viaja hacia una transgresión de sí mismo. Para ser natural, como dices, hay que ser sincero y para lograr esa naturalidad hay que “develarse” o “desnudarse”. No es poesía lo que digo, ni tampoco tan fácil. Cuando te develas o desnudas estás transgrediendo tu propio yo, es un tipo de confesión, no solo con la palabra, también con las acciones, con el pensamiento y todo el cuerpo. Es vital que un actor pueda llegar a conocerse a sí mismo lo suficiente como para que su cuerpo todo sirva para crear.
A veces repito una frase, tanto, que olvido que me la sé, entonces cuando la “suelto” es como si fuera la primera vez, creo que viene del instinto, que es más visceral. Esto tiene que ver con eso que tú llamas natural. Lo mismo con las acciones. Las puedo repetir hasta el cansancio hasta que ya no las pienso y el proceso de “sicologización” desaparece. Se trata de observar y observarse, de utilizar tus propios impulsos y hacer lo que tengas que hacer, con todo. Si el actor no está dispuesto o no encuentra la manera de confesarse en escena (y esto es en todos los sentidos que abarcan su propia vida), entonces está mintiéndole al espectador, y este quizás se dé cuenta. El arte necesita de lo esencial.
"Yo, como muchos, soy un sobreviviente". Foto: Gabriel Guerra Bianchini.
“Yo, como muchos, soy un sobreviviente”. Foto: Gabriel Guerra Bianchini.

Háblame del teatro…
El teatro es un hecho único. El lugar donde me escondo y a la vez me revelo. Me da esa posibilidad. El espacio donde he ido conociéndome cada vez más, y donde, al menos por algún tiempo, te puedes aislar de la catástrofe y caos que en ocasiones es la vida y usar esa mirada, que desde ahí te permite. El teatro es de una nobleza singular. Terminas haciendo de su propia crisis y contradicciones, una obra de arte, una obra de arte que cada noche será única e irrepetible, y esto tiene que ver con el riesgo que tanto atrae al creador.
Lo que más me atrae del teatro tiene que ver con el tiempo y los procesos de trabajo. Puedo ir día por día a indagar, a buscar lo que deseo encontrar. He estado años en un proceso sin que haya podido llegar a una conclusión, ni siquiera estrenar el espectáculo y nunca me sentí frustrado. No me avergüenza decir que me interesa más el proceso que la función misma. El momento de salir a escena es comparado muchas veces, con el de un gladiador que salía al ruedo, y sí, la imagen es muy certera. El actor está al borde de un abismo y va a querer salvarse. Todo el que ha pasado por ahí sabe que no estoy haciendo poesía, son reales estas sensaciones de peligro. El teatro es una isla misteriosa. 
Ser actor en Cuba hoy. Desafíos y recompensas…
Ser actor es un desafío, en cualquier época y en cualquier lugar, no porque sea la profesión más importante del mundo, sino porque contiene en sí una alta dosis de masoquismo. Desde mi experiencia personal, que es desde donde puedo hablar con más claridad, el teatro es desafío, es crisis. Vivir en Cuba es un desafío, ser actor en Cuba también. Yo, como muchos, soy un sobreviviente. He hecho teatro durante años, mal alimentado, desesperanzado, mal vestido, aislado, desinformado, vagando entre algún talento y la mediocridad en el poder, entre el amor y la traición, entre la cobardía y el miedo. ¿Quieres algo más desafiante? Probablemente, en esa relación yo también sea culpable, victimario.
Creo que sin crisis el teatro dejaría de ser lo que es, ese lugar donde uno se confiesa, donde uno “escupe” lo que piensa. Heiner Müller decía: “un actor muere todos los días”, yo creo entenderlo. El teatro necesita enemigos para existir. El desafío más grande de un creador es enfrentar a esos enemigos que no son siempre personas. La más grande recompensa que me llevo cada día de este oficio es el conocimiento. ¡Es lindo el teatro, y tratar de desentrañarlo, más lindo todavía! Los aplausos, el reconocimiento, los admiradores, los premios, eso es otra cosa. 
¿Te has imaginado actuando fuera de Cuba?
Voy a contarte algo íntimo. Casi desde el comienzo de mi carrera, cuando estoy solo en casa me imagino conversando con cualquier persona, casi siempre alguien importante que de alguna manera influye en mi vida. Así que he hablado imaginariamente con Fidel Castro, con Marlon Brando o con algún periodista. Siempre soy sincero, más de lo que puedo y una de mis respuestas es que me gustaría actuar en inglés, o que me gustaría probar suerte en el plató con Ed Harris, por ejemplo, e irme a vivir un tiempo a Los Ángeles o cerca del Louvre en París, que si me sorprende la muerte por Alaska que no me traigan pa’ La Habana, ni me entierren en el Cementerio Colón, que se ahorren eso, y me gustaría que nadie me juzgara por esto, acusándome de cubano traidor. Sí, me visualizo con mucha naturalidad trabajando fuera de Cuba porque quiero ver, vivir más de lo que hasta ahora, consciente de que el fracaso puede estar en cualquier calle de Nueva York o de Alemania. Existe mucha gente interesante y de bien que le puede aportar a uno, gente con más coherencia y profundidad en el conocimiento que yo, menos vagos e inestables, porque sé que soy un hombre cojo, un actor cojo, con una discapacidad cultural y tengo sed. Soy parte de esa apariencia que anda por las calles de Cuba, donde por otra parte es donde más me gusta actuar, donde más sentido tiene hacer lo que hago. ¡Qué contradictorio! ¿Y qué importa? 
"Me gusta tener el poder de terminar una vida en la escena y romper inmediatamente, no me regodeo". Foto: Gabriel Guerra Bianchini.
“Me gusta tener el poder de terminar una vida en la escena y romper inmediatamente, no me regodeo”. Foto: Gabriel Guerra Bianchini.

¿Tienes algún personaje favorito?
No tengo predilección por un personaje en particular. Me motivan los personajes escritos con inteligencia, humanamente ricos, que se atrevan a “cruzar la línea”, y no abundan por acá. 
¿Con qué directores te gustaría haber trabajado, o trabajar algún día?
Me gusta descubrir que el director con que trabajo es una persona inteligente, de una sensibilidad especial para trabajar con el actor, un espíritu libre, solo así se puede entender acerca de la libertad que necesita un actor. Hubiera hecho cualquier cosa por trabajar con Vicente Revuelta o con Víctor Varela, no sucedió. Los conocí y en algún momento estuve cerca, pero mi vida tomó otro camino, y si los sueños se cumplieran habría sido un gran amigo de Brando, un alumno de Grotowski, el actor fetiche de Bergman. Hubiera trabajado en Bolívar, la famosa puesta del grupo Rajatablas de Venezuela, también con Elia Kazan, hubiera estado en aquella “revolución” que significó en los 60 el Living Theatre en Estados Unidos, a veces he imaginado que me voy a Holstebro, en Dinamarca, con el Odin Teatret y su fabuloso maestro Eugenio Barba. 
¿Eres supersticioso?
Sí. Creo que me viene del miedo. Del miedo a la muerte, del miedo a no poder alcanzar algo. De niño tenía la costumbre de contar cierta cantidad de números para llegar a un lugar y si no lo hacía en la cifra prevista, significaba que no lograría el objetivo. Otra prueba era aguantar la respiración hasta llegar al lugar. Eso de la superstición debe ser también algo cultural, algo que uno ve y aprende mientras crece.
Te voy a contar otra experiencia muy personal. Esa mañana habíamos enterrado al actor cubano Tito Junco, una persona que representa mucho para mí y que quiero muchísimo. Era domingo y a las 5 de la tarde yo tenía función en el teatro. Se apagan las luces de la sala, se escucha la música que daba comienzo al espectáculo, una vez que dije las primeras palabras de aquel monólogo, comencé a sentir una “presencia” que me acompañó durante la hora que estuve sobre el escenario. Después de los aplausos dije unas palabras y le dediqué la función a Tito. Al salir del escenario, camino a los camerinos, inesperadamente comencé a llorar como un niño. Quise a Tito como a un padre. A él le debo mucho. Una gran persona. Tengo en casa de mi madre una última foto suya que le hicieron poco tiempo antes de morir, al lado, hay un vaso de agua. Pienso que él está siempre conmigo y me protege. Desde aquel domingo, cada vez que voy a salir a escena, justo antes, hablo con él. 

***

Dan ganas de seguir escuchando a Mario Guerra. Sé que voy a pasar mucho trabajo editando esta entrevista, no quisiera obviar nada, no quisiera privar a nadie de esta sensación de descubrimiento. Siempre he preferido las conversaciones que te obligan a cuestionarte, a dudar, a tener preguntas nuevas.

***

¿Qué te emociona?
Cuando descubro algo en medio del trabajo en el teatro. 
¿Qué te desestimula?
Ni la pereza, ni la desidia, ni la apatía pueden lograr que me derrumbe, como darme cuenta de que me has mentido. 
Si te dijeran: pide un deseo…
Preferiría que no me preguntaras eso. 
¿Qué es lo que más te preocupa?
Todo. La ignorancia y el miedo, la enfermedad, la muerte, la castración, el poder, el crimen, cuando miento, cuando me mienten, todo. No creo que se pueda ser actor si no te preocupa todo. ¿O sí? Mira, ahora estoy preocupado. 
¿Qué te falta por hacer?
Una película con Bergman, jaja. 
¿Qué te molesta?
Que se burlen de mi inteligencia. 
¿Qué música escuchas?
Escucho todo lo que sienta como buena música. El jazz me suena especial.
¿Qué lees?
De todo lo bueno, incluyendo una buena entrevista.

"He sido yo quien ha prestado mis tristezas y angustias a esos personajes y estos sentimientos vienen de la propia vida". Foto: Gabriel Guerra Bianchini.
“He sido yo quien ha prestado mis tristezas y angustias a esos personajes y estos sentimientos vienen de la propia vida”. Foto: Gabriel Guerra Bianchini.


Mario Guerra
Premio Caricato (2000) a la mejor actuación secundaria en teatro, en Los siervos (Teatro de la Luna)
Premio Caricato (2002) a la mejor actuación masculina en teatro, en El enano en la botella (Teatro de la Luna)
Premio a la mejor actuación masculina (2006), en Festival Nacional de Teatro, en Camagüey, por Delirio habanero (Teatro de la Luna)
Premio Villanueva de la UNEAC (2006), en Festival Nacional de Teatro, en Camagüey, por Delirio habanero (Teatro de la Luna)
Premio de actuación “Tomás Gutiérrez Alea” de la UNEAC (2009), por el filme Ciudad en rojo
Premio de la Asociación de Cronistas del Espectáculo (ACE), de Nueva York a la mejor actuación masculina, por el personaje “Bárbaro” en Delirio Habanero (2011)
Premio de actuación “Tomás Gutiérrez Alea” de la UNEAC (2014), por los filmes Boccacerías Habaneras, Casting, Afuera y Náufrago.……………………………………
Una de las dos películas cubanas en competencia en el 39 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana (8-17 de diciembre de 2017), es Sergio & Serguéi del director cubano Ernesto Daranas, que cuenta con la participación de Mario Guerra.

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