Miravalles se robó la noche de los Corales

Cuando lo vi en el lobby del Chaplin, impecable en su traje gris y repartiendo sonrisas a diestra y siniestra, sospeché que Reinaldo Miravalles se robaría el show en la noche de los Corales del 35 Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, y acerté: Coral de Honor por ser, sin dudas, la mayor leyenda viva de la actuación en Cuba…

Me le acerqué como hace medio año, cuando conversamos en su casa junto a Buena Fe y el pelotero Javier Méndez, y tuvo la gentileza de disimular que no se acordaba de mi, pero resumió en una palabra cómo se sentía esta noche: “Cheverísimo…”

Posó con quien se lo pidió y se refugió en la sala, en una luneta donde no encontró paz, porque todos se acercaban a saludarlo y regalarse una dosis de la sonrisa más expresiva del cine cubano.

En una noche de premiaciones que empezó tarde y que brilló por las muchas ausencias –faltaron hasta encargados de entregar premios- Miravalles centró el momento más emotivo. Cuando Laura de la Uz anunció un intermedio para entregar un Coral de Honor, no tuvo que decir el nombre para que el auditorio en pleno se levantara a ovacionar al mítico Melesio Capote, Cheito León o Domingo Carmona.

Con sus brazos en alto, repitió la caminata triunfal que hace medio año hizo en el estreno de Esther en alguna parte, la cinta de Gerardo Chijona que marcó su regreso al cine cubano luego de 19 años, junto a monstruos de la actuación, como Enrique Molina y Daysi Granados, quien precisamente le entregó el premio esta noche.

El reconocimiento –merecido sin dudas- se antoja un preámbulo para entregarle el Premio Nacional de Cine que muchos consideran se merece con creces, aunque el propio actor no lo espera, entre otras razones porque lleva mucho tiempo viviendo fuera de Cuba, por motivos familiares.

Como sea, el otro ganador del Coral de Honor este año fue Juan Padrón, quien tiene en su colección sendos premios nacionales de Cine (2008) y de Humor (2004), gracias a su prolífico patrimonio de vampiros, cavernícolas y mambíses hilarantes y geniales.

Del resto de la noche destaca la inesperada cosecha de la cinta uruguaya El lugar del hijo, los dos premios de las Boccaccerías habaneras de Arturo Sotto, y el Gran Coral para Heli, un macabro retrato de la violencia en México, tema recurrente pero siempre duro.

Así culminó el primer Festival del Nuevo Cine Latinoamericano sin su fundador Alfredo Guevara, cuyo rigor organizativo se extrañó casi tanto como su chaqueta al hombro, aunque lo que parecía un sueño, como dijo Iván Giroud, acabó siendo realidad: 533 películas proyectadas en 741 funciones en 11 días, que si no es record, es buen average…

Foto: AIN

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