—¡¿Pero hay que seguir a pie con todo este equipaje?!, dijo la cineasta y escritora norteamericana Alison McMahan. Cámaras y aditamentos eran alquilados y costosos. Ante ellos, apareció un sendero de bueyes y faltaban unos dos kilómetros para llegar al lugar, Cambodia adentro.
—¡Qué americanos tan flojos!, fue la respuesta de los aldeanos. Y sin más, cortaron una larga vara de bambú y colgaron todo. El equipo había llegado desde los Estados Unidos y… se adentraron en la vida después del horror.
Veal Thom es un sitio perdido del sudeste asiático donde trabajan y viven personas amputadas de sus extremidades, junto a su familia. Algunos son sobrevivientes del genocidio de Pol Pot, régimen que exterminó a más de dos millones de seres entre 1975-1979. Otros son niños, víctimas de un suelo erizado de minas tras largos años de guerra.
Un panorama terrible asoma, pero la cinta es sobre todo, un canto a la voluntad. No importa donde, una historia humana bien contada siempre toca.
Me revuelvo en la butaca del cine Cuba ante la obra Manos propias, piernas de madera / Bare hands and Wooden limbs. La cinta ganó para su directora, Alison McMahan, el premio a la mejor dirección (categoría de cortometraje-mediometraje) del 14 Festival Internacional de Documentales Santiago Álvarez in Memoriam, desarrollado recientemente en Santiago de Cuba.
Exhibida ya en Estados Unidos y Europa, los asistentes a la exhibición hemos vivido un privilegio. Desafortunadamente, aborda un tema sin caducidad ninguna: el de la guerra, el de las minas, el de las víctimas inocentes.
Apunto una frase en mi cuaderno. Taladra como letra filosa: “Las minas terrestres son soldados perfectos, nunca duermen y nunca mueren. Pero tampoco saben a qué partido apoyan, o cuando la guerra se ha acabado”.
Manos propias, piernas de madera
Una niña arquea la mano, la única que tiene. Un pequeño se alza con su manga vacía. Otro, hace sonar un par de discos diminutos con sus muñones.
Un aldeano sale todos los días a la selva, sin instrumento alguno, como un mandato interior. Y arranca cada vez, una mina del campo de la muerte. Se monta incluso un “museo” con toda esa maldad metálica.
Un hombre sin piernas avanza por entre el yerbazal. Una mano pequeña arrastra un juguete de madera, hecho casi sin manos.
Un excomandante de los khmer rojos y Chêm Sip —otrora perseguido y torturado—, toman el té. ¿Qué surcos ha marcado la vida detrás de esos rostros? Años atrás fueron enemigos, pero hoy trabajan juntos para hacer posible la comunidad.
Apenas hay lágrimas en Manos propias, piernas de madera. Es un dolor seco, resguardado en lo más profundo. Sin embargo, al conversar con su directora, la emoción está a flor. Ella y su pequeño equipo fueron a Cambodia convocados por una Organización No Gubernamental, para apoyarles en el entrenamiento del uso de prótesis; pero encontraron más que eso. Y sumaron al final unas seis semanas, en tres visitas diferentes.
“Filmamos horas y horas de película con muchos testimoniantes. Luego debimos esperar un tiempo para volver sobre las historias con esas mismas personas. También tuvimos que localizar imágenes de archivos de aquel holocausto en Cambodia, para situar al público norteamericano y a todo el que tuviera acceso al material.
“Nos enfrentamos a una realidad estresante, a creencias muy singulares sobre los muertos —casi opresivas—, a historias impresionantes; pero no quería una película lacrimógena, porque entre esa gente hallé mucho coraje”.
Alison afirma deberle mucho a la editora Kathryn Barnier, en la síntesis y montaje de todo lo filmado, y por supuesto, al camarógrafo Mathieu Roberts; pero aclara: “nosotros no inventamos nada, solo testimoniamos lo que vimos”.
“Saqué grandes lecciones de la realización de este documental. Cuando me fui a casa con toda esa realidad a cuestas, me di cuenta que lo más difícil que haya pasado en mi vida, es nada comparado con lo que vi. No tengo derecho a quejarme. He sido profesora y enseño a gente que a veces repara en los obstáculos…entonces les paso el documental para que vean lo que es realmente difícil.
“También he pensado que por más enemigos que puedan ser dos personas, aunque sea difícil olvidar o perdonar; siempre se puede tener un espacio para la vida, siempre se puede crear un futuro”.
Veal Thom es una utopía, un espejo, un canto, un desgarrón.
La neoyorquina McMahan acaba de terminar su novela The Saffron Crocus, cuyo escenario es una trama cuasi policial en la Venecia de 1643. Ahora mismo se empeña en el proceso de su próximo documental The Eight Faces of Jane / Los ocho rostros de Jane, alrededor de la vida y obra de Jane Chambers, dramaturga y lesbiana, cuya obra reivindica el derecho al amor, sin importar la preferencia sexual.
Cuando pongo punto final a nuestra conversación, la mente se me inunda con aquel poema de Miguel Hernández, musicalizado por el catalán Joan Manuel Serrat “Para la libertad sangro, lucho, pervivo… / Porque soy como el árbol talado, que retoño / porque aún tengo la vida”.
hoy mismo veré ese documental/ pelicula, no se me olvida que las mejores peliculas que he visto en mi vida las vi por ti…cineasta del cine asiático empedernido… Un abrazo gigante Reinaldo Cedeño