El 24 Festival Internacional de Ballet de La Habana exhibió en Cuba, del 28 de octubre al 7 de noviembre, maneras diferentes de pensar la danza, con dosis muy agradables de frescura, virtuosismo y teatralidad accesible a la mayoría de los públicos.
Un total de 28 países estuvieron representados en esta edición dedicada al famoso dramaturgo inglés William Shakespeare, en conmemoración de los 450 años de su natalicio.
Curiosamente, ese punto devino el más flojo del evento pues muy pocas puestas contribuyeron al objetivo y gran parte de ellas fueron escenas incompletas o distantes ya de los códigos coreográficos actuales.
Tal vez el genio de Shakespeare desde el cielo o el infierno orquestó alguna ironía pues los organizadores del evento lo usaron de excusa para no dedicar el Festival al padre de la escuela cubana de ballet, Fernando Alonso, en el centenario de su nacimiento, y a última hora, ante varios reclamos, idearon una jornada de clases magistrales en honor al pedagogo, que resultó la actividad colateral más concurrida.
Desde el 31 de octubre al 7 de noviembre, siete maestros de lujo entregaron visiones propias y conocimientos técnicos, estilísticos e interpretativos a estudiantes de la Escuela Nacional de Ballet de Cuba. En la primera sesión, el director del Ballet Nacional de Uruguay, Julio Bocca, invitó a los aprendices a marcar una diferencia desde el corazón y buscar musicalidad. Mientras en jornadas posteriores, la primera bailarina del American Ballet Theatre Xiomara Reyes y el director del Ballet de San José, Estados Unidos, José Manuel Carreño, recomendaron mayor fluidez de movimiento y criticaron las ejecuciones mecánicas.
El profesor del Ballet de la Opera de País Cyril Atanassoff ofreció una lección demostrativa de las cualidades de la escuela francesa y reconoció en público que el maestro Fernando Alonso lo influenció desde joven con su humildad y la manera de relacionarse con los estudiantes.
Alonso fundó el Ballet Nacional de Cuba (BNC) y la primera academia de ballet en el país con fines profesionales, en colaboración con Alicia y Alberto Alonso. También, construyó la metodología de la escuela cubana, considerada una de las mejores del mundo, y por su labor fue reconocido internacionalmente con el Premio Benois de la Danza, considerado el Óscar de esa manifestación.
Al fallecer en 2013, a punto de cumplir 99 años de edad, Alonso todavía participaba en clases y ensayos de la escuela, además de aconsejar a los profesionales que se le acercaban en busca de su perspectiva.
El coreógrafo francés Eric Vu An regaló algo de su pericia creativa a las nuevas generaciones, y los primeros bailarines del BNC Marta García y Orlando Salgado, ya retirados, cerraron la jornada.
De los espectáculos, sorprendió la fiereza del primer bailarín del Ballet de Washington Brooklyn Mack, la frescura del Ballet Hispánico de Nueva York y la plasticidad de la primera figura del Sttugart Ballet de Alemania, Alicia Amatriain.
Mack y la cubana Viengsay Valdés protagonizaron dos pas de deux memorables, Don Quijote y Diana y Acteón, con niveles de entrega y virtuosismo que dejaron al público con deseos de prolongar la unión escénica.
El auditorio solo vio grandes saltos, numerosos giros, engarzamiento de pasos complejos y disfrute conjunto, sin saber que Valdés ardía en fiebre por gripe y Mack padecía una lesión en un pie.
“Cuando estaba en el escenario nos sentíamos super”, comentó el estadounidense emocionado por la acogida del auditorio el segundo día y aseguró que ambos se olvidan del mundo sobre la escena, pues se entregan por completo al arte.
El sentimiento latino inmerso en la libertad gestual de la danza contemporánea llegó en la actuación del Ballet Hispánico de Nueva York, con cuatro propuestas coreográficas conceptuales que esparcieron amor, tristezas, ironías, pasiones, añoranzas, incomprensiones y disfrute.
La coreógrafa belga-colombiana Annabelle López Ochoa consolidó su prestigio en Cuba con el estreno aquí de su obra Sombrerísimo, y la reposición del neoclásico Celeste, concebido por ella para el BNC.
Otro estreno muy bien recibido fue Nous sommes, del creador peruano Jimmy Gamonet, quien elogió las interpretaciones de la bailarina principal del BNC Grettel Morejón y del solista Serafín Castro, en ese dúo poco ortodoxo que requiere cierta cualidad de movimiento diferente a la bravura inyectada a duetos clásicos.
Castro fue un espectacular bufón en El lago de los cisnes pero deslució en Musicante, por el escaso de vocabulario técnico y la falta de estilo del coreógrafo cubano Eduardo Blanco, que quedó igualmente en evidencia en Pulso romántico. Los protagonistas de este último, Chanel Cabrera y Yankiel Pujada, como Castro, daban para mucho más. La gracia de esa jovencísima artista salvó el estreno de Gavotte, cuyo anquilosamiento rayó en la ridiculez. El coreógrafo cubano radicado en Francia Pedro Consuegra desaprovechó a los bailarines y solo transmitió ansiedad por un momento de la danza que pasó a la historia hace mucho. Consuegra es el autor de la versión de Cenicienta con la cual el BNC ha cosechado aplausos en escenarios nacionales y extranjeros, pero en Festivales de La Habana ha tenido pocos aciertos.
Algunas obras nunca debieron haberse revivido como Tula, de Alicia Alonso, amén del merecido homenaje a una de las grandes escritoras de Iberoamérica, Gertrudis Gómez de Avellaneda. La escases de público en la función habló por sí solo y es una pena porque los bailarines Amaya Rodríguez, Víctor Estévez, Julio Blanes, Regina Hernández, Luis Valle, Gabriela Mesa, Alejandro Silva, Alfredo Ibáñez, Arián Molina y otros, merecen atención. La reposición de Caleidos, de Alonso, restó ritmo a la penúltima gala en el Teatro Nacional, donde tampoco se comprendió la escena titulada As you like it, del gran creador John Neumeier, interpretada por Carolina Agüero, del Ballet de Hamburgo, y el cubano Javier Torres, del Northern Ballet.
Como coreógrafo, Vicente Nebrada probó su universalidad con la reposición del primer éxito internacional del venezolano, Percusión para seis hombres, y una versión reducida de su pieza más conocida mundialmente, Nuestros Valses, la cual se presentó como colofón del Festival con el título de Valsette.
“Las obras de Nebrada no tienen tiempo, siguen siendo válidas en otras épocas, funcionan siempre, y hay cada vez mayor interés por bailarlas, sobre todo en Latinoamérica”, aseguró el también venezolano Yanis Pikieris, quien junto al norteamericano Zane Wilson resguarda el patrimonio de este poeta del movimiento.
Serafín Castro, Camilo Ramos, Luis Valle, Alfredo Ibáñez, Alejandro Silva y Yankiel Pujada dieron sobradas muestras de virtuosismo y el dueto entre Viengsay Valdés y Víctor Estévez multiplicó el encanto de la gala de clausura.
Una pareja de altísimo nivel de diálogo fue la conformada por los cubanos Yolanda Correa y Joel Carreño, actuales primeros bailarines del Ballet de Noruega, que tejieron con seguridad y cuidado gestual sus dos presentaciones en el evento: una función de El lago de los cisnes, de gran mesura y brillantez técnica, y un fino pas de deux de Romeo y Julieta, en el espectáculo final.
Ojalá en próximas ediciones, otros cubanos presentes en compañías extranjeras puedan venir a exhibir su arte, más cuando la presencia de artistas foráneos está cada día más diezmada y el último evento no contó con la participación de bailarines del Bolshoi, el Mariinsky, la Opera de París, el Royal Ballet de Londres, ni el English National Ballet, compañías presentes en la mayoría de los festivales y galas relevantes.
Llama la atención que ni siquiera las compañías inglesas enviaran algún representante cuando la edición 24 estaba dedicada a Shakespeare, un icono de Gran Bretaña. En cambio, el cubano-americano Rodrigo Almarales, dejó de participar en una nueva producción del Ballet de Cincinnati por venir a bailar a su país natal y cumplió ese sueño con arrojo en un pas de deux Coppelia y dos Llamas de París de campeonato, junto a la intrépida Grettel Morejón.
Otros estrenos de interés en el Festival fueron Sinnerman, de Alan Lucien Oyen, bailada por el argentino Daniel Proietto; In light and Shadow, de Krystof Pastor, con Liu Miaomiao y Li Lin, del Ballet de Hong Kong; Aldabal, de la cubana Irene Rodríguez, a cargo de su propia compañía; Mono Lisa, de Itzik Galili, con Alexander Jones y la estelar Alicia Amatriain, del Ballet de Stuttgart, Alemania; Tango, de Lidia Segni, interpretada por un elenco de la compañía del Teatro Colón de Buenos Aires, Argentina; Love fear Loss, de Ricardo Amarante, con Aki Saito y Wim Vanlessen, del Ballet Real de Flandes; y Motley, de Zhang Disha, con Qiu Yunting y Wu Sicong, del Ballet Nacional de China.
Miembros del Joburt Ballet de Sudáfrica actuaron por primera vez en el evento de más de 50 años de historia y el director de la compañía, Dirk Badenhorst, agradeció el apoyo de varias instituciones cubanas.
Un conjunto que avanza hacia una posición cimera en el continente latinoamericano es el Ballet Nacional de Uruguay, conocido por las siglas de la entidad estatal que le dio origen, Sodre. La armonía y la proyección escénica de dos de sus primeras figuras, María Ricetto y Ciro Tamayo, dejó en La Habana una imagen de profesionalismo en ascenso.
Las primeras bailarinas del American Ballet Theatre Paloma Herrera y Xiomara Reyes se despidieron del evento por lo alto, con una sensación suprema de disfrute de la danza. Y el español Joaquín de Luz, primera figura del New York City Ballet (NYCB), también combinó experiencia y goce en Cinco variaciones sobre un tema del coreógrafo mexicano David Fernández y en Other dances, pieza del norteamericano Jerome Robbins que contó con otros dos factores extraordinarios: la afilada técnica de la gran bailarina estadounidense Ashley Bouder y la elegante interpretación al piano del cubano Marcos Madrigal.
El laureado pianista contribuyó del mismo modo al éxito de Valsette, con música de la compositora venezolana Teresa Carreño.
La presencia del Ballet de Camagüey apoyó con prestancia la celebración del Festival, pero extrañó la ausencia de Danza Contemporánea de Cuba, una compañía de numerosos éxitos internacionales en los últimos años, cuando al evento asisten conjuntos foráneos de inferior nivel.
Merecen destaque todos los bailarines asiáticos pues mostraron una cualidad de movimiento propia de su cultura integrada al ballet.
Durante 10 días, el Festival, presidido por la prima ballerina assoluta cubana Alicia Alonso, invadió de arte los teatros Nacional, Mella y Karl Marx, además de galerías para exposiciones y áreas de conferencias y presentaciones de libros, ciclos de cine y video.
Los bailarines de esta esencial compañía cubana salieron airosos de otro maratón de coreografías, funciones dobles, personajes disímiles y escaso tiempo para descansar. Viengsay Valdés, Yanela Piñera, Anette Delgado, Estheysis Menéndez, Dani Hernández, Amaya Rodríguez, Grettel Morejón, Camilo Ramos y Víctor Estévez, entre otros, demostraron fuerzas y valores particulares.
Shakespeare, que supo burlar la muerte de muchas maneras, en apariencia no estuvo muy presente en el Festival, o quizás, en algún más allá compartido por los genios, tuvo la humildad de ceder su puesto de preponderancia en esta cita a Fernando Alonso, para que en el centenario de su nacimiento contemplara algunos frutos de su eterno amor por la danza.