Dorothy Dandridge (1922-1965) fue una bellísima actriz y cantante afro-norteamericana que antes de presentarse en el cabaret Sans Souci, de la glamorosa Habana, en febrero de 1956, había protagonizado el filme Carmen Jones (1954), versión americanizada de la Carmen de Georges Bizet, del director Otto Preminger, en la cual todos los actores y actrices eran negros.
Por su belleza, talento y carisma, fue no solo la primera mujer negra en figurar en la portada de la revista Life, en noviembre de 1954 –una famosa foto de Philippe Halsam que para beneplácito de unos y escándalo de otros hizo época–, sino también la primera en ser nominada al Oscar como Mejor Actriz Principal por su desempeño en ese filme. Y la primera cantante afro-norteamericana en presentarse en el exclusivo Waldorf Astoria de Nueva York. “Una de las grandes bellezas de nuestro tiempo”. “Un símbolo sexual”. “La primera auténtica diosa de color”. “The bronze bombshell”. Y “nuestra Marilyn Monroe”, al decir de Lena Horne. Pero a pesar de esos y otros apelativos, el racismo imperante en Hollywood la obligaba a presentarse en clubes y sitios nocturnos ante la falta de papeles dignos.
Según uno de sus biógrafos, “odiaba trabajar en los nightclubs, especialmente en Las Vegas, donde el racismo era casi tan malo como en el Sur. Solo se le permitía hacer sus actos y se le prohibía hablar con los patrocinadores o utilizar cualquiera de las facilidades del hotel […]. Su camerino era a menudo una oficina o un almacén”.
En un hotel de cinco estrellas de Las Vegas, en cuyo show se presentaba, un día bajó a la piscina. El manager del lugar causó una escena prohibiéndole entrar al agua, pero en gesto de desafío la actriz metió el pie dentro: la piscina fue vaciada. En otra ocasión, quiso entrar en un baño. Le dieron una botella para que orinara. No podía entrar al WC de las blancas.
Una mujer que lidió duro con la industria por no aceptar la tradición de sirvientas a lo Mammie de Lo que el viento se llevó u otro tipo de papeles reservados a actrices y actores de su condición racial. Y con una vida personal marcada por decisiones desafortunadas que la llevaron la bancarrota. Objeto de violencia doméstica, además, a manos de un cónyuge que quiso ver en ella la gallina de los huevos de oro. Y también, como Marilyn, una de las víctimas más trágicas de Hollywood, muerta a los 42 años por una combinación letal de alcohol y barbitúricos, hallada completamente desnuda en el baño de su apartamento con un pañuelo azul sobre la cabeza.
En febrero de 1956 coincidió en La Habana con Marlon Brando, quien fue a verla al cabaret mencionado en compañía del joven periodista Guillermo Cabrera Infante. Dos años antes, en una ceremonia de entrega de un premio, el hombre de Un tranvía llamado Deseo —ese que hacía suspirar a las mujeres blancas, anglosajonas y protestantes, imbuidas de la idea de que los Estados Unidos pertenecían únicamente a los descendientes del Mayflower–, le había dado un beso la Dandridge frente a la élite de Hollywood, gesto que no puede entenderse solo como un caso de atracción personal –y se asegura que la hubo–, sino de abierto desafío ante una sociedad segregacionista y racista.
Brando y Cabrera Infante accedieron al cabaret por la entrada de músicos, cantantes y bailarines para evadir miradas imprudentes. Narra el segundo:
Llegamos al Sans Souci. Debemos entrar por la entrada de actores porque Marlon no quiere ser reconocido y no lleva corbata.
Se sienta en la oscuridad. Pero prontamente es reconocido. En cuanto Dorothy Dandridge comienza a cantar su última canción de la noche, Marlon me dice:
-Dile a Dorothy que la espero afuera, en la carretera.
Cabrera Infante la había entrevistado para la revista Carteles. Por eso tras bastidores, la actriz y cantante afro-americana lo interpela:
-Me gustaron mucho las fotos de su entrevista. Pero no he entendido el texto. Mi español es muy malo. Pero creo que debe decir cosas buenas. Si no lo hace, lo va a pasar mal –dice y se ríe con su risa abierta y blanca.
A renglón seguido, hay en la entrevista como un corte cinematográfico:
En la entrada de la carretera está Brando esperando. Él y Dorothy se reconocen como viejos amigos. Durante la conversación Brando se empeña en dos cosas: en enseñar francés a Dorothy y en hacerla ir al “Chori”. Son las tres de la mañana. Dorothy se ve impedida de complacer a Marlon: su francés es tan malo como su español y alega estar muy cansada y tener una herida en la planta del pie. Sin embargo, promete hacerlo antes de irse.
-Sí, tienes que hacerlo. Ese tipo es formidable.
Aparentemente, Cabrera Infante desconoce que entre la Dandridge y Brando tal vez hubo algo más. O lo sabe, pero lo calla. Como llover sobre mojado: según cuenta el actor en sus memorias, mientras estudiaba en la academia de baile de Katherine Dunhan, en Nueva York, “solo había dos alumnos blancos; los demás eran negros”.
Entonces tuvo sexo por primera vez con una negra, una enfermera jamaicana: “no había”, dice, “ninguna diferencia en hacer el amor con una mujer de color y hacerlo con una blanca”. Y subraya: “La única diferencia era su color, una sinfonía en sepia”. En ello consiste una de sus herejías en aquellos Estados Unidos segregacionistas. Y la cuestión no pararía ahí, sino se extendería también a latinas y asiáticas. Probablemente por eso mismo en esta entrevista le da a Cabrera Infante otro juicio de valor:
De mis mejores amigas muchas han sido latinoamericanas: Rita Moreno, Movita. Será por eso por lo que me gusta tanto la mujer cubana. Es terriblemente sexy. No porque lo aparente, es sensual porque sí, de nacimiento.
Pero ni en las memorias ni testimonios revisados hasta hoy existe alusión alguna a una experiencia cubana en materia de sábanas, a no ser que se tome como tal el hecho de abandonar Tropicana acompañado por dos modelos esculturales: una café con leche y otra blanca.
Es que con Brando no se acaba nunca: la especulación de La Habana continúa más de sesenta años después.
Este articulo del periodista Alfredo Prieto es excelente, me pregunto cuales son sus fuentes, pues se trata de una investigación histórica imposible de emprender sin acceso a archivos. Felicito al autor sinceramente y a OnCuba por mantener la memoria.
Gracias Alfredo por tan buenas reseñas que haces. Muchas historias interesantes se pudieran perder si no fuese por trabajos como este. No piensas escribir un libro con estas interesantes historias?